Primer viaje: Coyhaique – Puerto Montt

Mi primer viaje en bicicleta de forma «oficial» lo pude realizar el verano del año 2017. Sí bien había tenido experiencias maravillosas pedaleando y recorriendo la naturaleza de esta forma (sin tener el concepto de «cicloturismo») -desde el invierno del año 2007, Santiago a Valparaíso con dos amigos y luego salidas al Cajón del Maipo, Cuesta Barriga, entre otras de la zona Metropolitana, Chile, hasta el año 2015- la idea de hacer la Carretera Austral me rondaba en la cabeza, lo que no tenía era dinero para realizar la aventura, ya que me encontraba pagando arriendo y arreglando la casa de mis progenitores, bueno, y haciendo otras cosas de «adulto» responsable. En fin, comienza la historia:

Previo estudio de la ruta, me di cuenta que no me alcanzaban los días de vacaciones que pediría para realizar la travesía completa, por lo que aposté en hacer un tramo más corto, la «patagonia verde» con la idea de hacer la otra parte en algún momento de la vida. Es así como llegué en avión un día muy soleado de febrero del año 2017 a Balmaceda, Región de Aysén. Desde este punto tenía la opción de bajar pedaleando o tomar un transfer hasta la ciudad de Coyhaique, no pude con la primera opción debido a que el viento en contra era impresionante, más que mal Balmaceda se conoce como «la diosa de los vientos», quizás éste era un preludio para el segundo viaje a esa hermosa zona.

Volviendo a la ruta, tomé el transfer y me dirigí a la capital de Aysén, me cobraron 5 mil pesos chilenos por la bicicleta y otros 5 mil por ser. Me quedé en Coyhaique aquel día para recorrerlo puesto desde niño me daba curiosidad aquel lugar. Conocí su plaza en forma de hexágono, me tomé un shop en un bar y luego a me fuí dormir a una hostal en la que me cobraron 15.000 pesos. Al día siguiente, al despertar, estaba muy eufórico, no sabía lo que se vendría y eso me motivaba aún más. Compré algunas cosas para llevar en la alforjas, comida específicamente, y listo, partí al ¡aventurón!

El camino estaba hermoso, se respiraba mucho más limpio que en el sur, ese sur más central para mi en ése momento. Pedalee motivadísimo escuchando Black Sabbath con destino a Villa Mañihuales, no conocía la ruta, tampoco usaba apps, solo me guiaba por los carteles de la zona, y por lo anterior, fue que tomé la desviación hacía Puerto Aysén, ya que era solo asfalto, así me evitaría pasar por Villa Ortega que según yo, era «más feo» por tener ripio. En el camino almorcé en algún paradero de microbuses, no tenía pensado llegar muy pronto al destino así que me quedé reposando. Se me pasaron casi 3 horas echado. Al cabo de un rato, comienzo a pedalear nuevamente, el camino me ofrecía vistas tan hermosas como el montículo de roca llamado «pan inglés», o algo así, el velo de la virgen y otras maravillas de la zona. En total, hice 80 y tantos kms ese día, iba muy prendido, cosa que más adelante de esta historia me pasaría la cuenta.

Cuando llegué a Mañihuales, lo primero que hice fue comprarme una cerveza, y luego, buscar un camping para estirar los huesos. No recuerdo el nombre del lugar pero era bien acogedor, tenía de todo: ducha caliente, enchufes para cargar el celular y un hermoso pasto verde para tirar la carpa. Al lado mío, recuerdo un grupo de israelitas, con los cuales compartí unas cervezas que me convidaron. Nos comunicábamos en ingles y señas, así que igual se sacó provecho a esa conversa. No duró mucho el diálogo, tenía sueño, me fuí a dormir (llegué casi de noche). Tampoco recuerdo haber sacado foto alguna de ese trayecto. Iba embalado pedaleando.

Al día siguiente me levanto temprano, ví que mis vecinos del medio oriente se habían ido más temprano que yo. Me fuí al río Mañihuales a darme un baño con agua patagona, tomé desayuno, ordené las cosas y partí nuevamente. Ahora me dirigía a Villa Amengual pero… desde este momento comienza lo que para mi sería un «suplicio» pero que finalmente terminó siendo una de las mejores experiencias en cuanto a la exigencia física y mental.

Como relataba, salí directo a Amengual con un agradable clima, pasé a comer a la orilla de otro río (no recuerdo el nombre) y desde allí comenzaron sutilmente los repechos y pequeñas cuestas. Noté una molestia en mi rodilla izquierda, no le tomé mayor peso así que continué. Al cabo que pasaban los minutos, esa pequeña molestia se comenzó a transformar en dolor y ya casi llegando al destino paré, no podía pedalear ni tampoco bajarme de la bicicleta por lo que esperé un rato. Definitivamente el dolor no se iba y ahora me «ardía». También comenzó lo que tanto anhelaba, la lluvia, pero en la condición que iba no lo disfruté como quería. Finalmente, con mucha lluvia, llego al Refugio Ciclista de la «Tía Inés», en Villa Amengual. Cobraba 6 mil pesos. Un acogedor lugar. Aquel día solo había una pareja de cicloviajeros, un y una brasileños que llevaban 2 años fuera de su casa sin fecha de retorno. Compartí con ellos, me motivó su historia. Les conté lo que me iba pasando y me dieron un diagnóstico no muy alentador. Soy porfiado, así que hice caso omiso.

Al despertar, noté que la lluvia era mucho más intensa que el día anterior, la rodilla me dolía menos y la Tía Inés, me sugirió que me quedará un día más para recuperarme bien. Lo dije, soy terco. Además, tenía pocos días de vacaciones. Salí a eso de las 10:00 AM con destino a Puyuhuapi (solo me guiaba el corazón y las viseras), debía pasar la Cuesta Queulat de sur a norte, había oído de esta cuesta pero jamás imaginé lo difícil que era. Luego de una hora pedaleando, y con el cuerpo caliente, no sentía dolor así que asumí que se me había pasado, craso error, comenzó nuevamente justo en el cruce hacia Puerto Cisnes. Comencé a subir de a poco el Queulat, pero a los 20 minutos se me recogió la rodilla y me tuve que tirar al suelo, lleno de barro busqué algún refugio, me escondí del aguacero bajo unas hojas de nalca. Traté de estirar la pierna pero más me dolía. Entre la desesperanza y la frustración, diviso una camioneta roja a lo lejos, me arrastro un tanto y asomo la mitad de mi cuerpo. El vehículo para, se devuelve y baja la ventana un «cuico», el cual me dice si necesitaba ayuda, pues claro, por favor de hecho le pedí. Se bajó y me ayudó a subir la bicicleta con todo y equipaje al pick up. Por temas de espacio no me podía ir en la cabina así que me ofreció jugo y pan con tomate, me tapó con un nylon para «no mojarme tanto» y partimos. Comentar que tenía prejuicios contra «los cuicos», por ser tipos déspotas e individualistas pero esta persona era todo lo contrario.

Foto que saqué a la bici llegando casi al cruce de Puerto Cisnes y la Cuesta Queulat (mala resolución, no tenía buena cámara)

Producto de la intensa lluvia, cerca del Fiordo Queulat, había un derrumbe el cual tenía cortado el camino. Por lo anterior, vialidad dispuso de una barcaza para cruzar hasta la localidad de Puyuhuapi. Al subir, nos bajamos del vehículo y «el cuico» (no recuerdo su nombre) junto a su familia, se acercaron y me hablaron. Comenzamos a dialogar, eran 20 minutos de trayecto así que había que batir la lengua. Conversamos de la vida en general y se admiraban de como podía andar lesionado y con esa lluvia pedaleando. Luego de risas y ver que en realidad no éramos muy distintos en cuanto a la aventura, ya que hacían trekking, nos sonreímos y finalmente llegamos a puerto.

Una vez en Puyuhuapi, lo primero que hice fue ir a la plaza, cojeando claro, a pensar un poco y comer harto. Tenía que ver en que seguía mi primera ruta, me desmoralizaba el pensar que tendría que devolverme en un bus u otro vehículo para regresar a casa, pero en ese momento recordé un poco de mi historia de vida en la cual nunca me rendía ante nada, ni desde niño cuando callejeaba, ni en enfermedades, ni en todos los deportes que había practicado, era skater, así que de lesiones sabía. Ordené, me levanté y salí a buscar algún lugar para quedarme. Entré a un negocio, acelerado, había más gente, y la Sra. que atendía me dijo: «¿es de Santiago verdad?», sí, le contesté sonriendo, «entonces lo invito a que salga y lea el cartel que está pegado en el vidrio», indicó aquella sabia mujer. Salí y leí «En la Patagonia, el único que corre es el viento«. Lo entendí. Entré más calmo e hice la fila, la Sra. sonrío. Ella fue quien me dió el dato de «la Sra. Rosita». Partí lentamente para allá (aprendí la lección), y al llegar, vi que era una pareja de abuelos, quienes tenían su hospedaje para trabajadores de la zona. 8 mil pesos me cobró por el día, le pasé 20 mil para quedarme dos jornadas. Con gusto las aceptó y me derivó a una acogedora pieza.

Pasé aquella tarde echado, esperando que «milagrosamente» se me pasará la lesión. Nunca pasó pero de igual forma salí a cortar leña con el hombre de la casa, un tatita de unos 80 años, duro como roble. Me recordó a mi abuelo de línea materna ya fallecido. Le comenté que también soy nacido en el sur, en Valdivia, ya que se sorprendió que un «citadino» supiera cortar leña con el hacha. Luego de esa agradable sesión y que me haya compartido unas copas de vino «para el frío», me fui acostar. Ahora tenía el objetivo de ir temprano al otro día a la posta del lugar ya que solo iban una vez a la semana. Suerte la mía que el personal médico fuera justo ese día.

Desperté, para mi sorpresa no llovía, solo estaba nublado. Me visto y salgo rápidamente al centro de salud. Al llegar noté que no había ningún/a paciente. Pura gente con buena salud en el sur. Me siento y el médico sorprendido me dice «y ud… pase». Entro a la consulta y le cuento que venía pedaleando y tenía lesionada la rodilla izquierda. «No puede seguir así» me dijo el hombre, «mejor descanse», a lo que le respondo que era complejo puesto andar por ese territorio, con lluvia y pedaleando, era mi sueño desde hace unos años. Movió la cabeza y me dijo «solo puedo darte algunos medicamentos y lo demás es tu responsabilidad». Me dio dos cajas de ketoprofeno y un pinchazo de diclofenaco para el dolor. «Cuídese» esbozó. Ya tenía una solución así que me fui. Al llegar donde la Sra. Rosita, tomé desayuno y, como no llovía, decidí salir un rato a conocer el lugar, lo primero, fue ir a la caleta. Me senté a mirar la bahía, hermosa por lo demás. Al rato llegan unos mochileros, sacan un tarro para pescar y lanzan el anzuelo, no tenían instrucción de como hacerlo así que me ofrecí a ayudarlos. Tiré el nylon con el anzuelo, y, como al 4° intento, saqué un róbalo, luego otro. Se los pasé a los jóvenes y éstos emocionados no sabían que hacer, les daba pena creo acabar con el pescado, así que hice el trabajo sucio ajaj se los pasé y me invitaron a comerlo a donde se estaban quedando, les dije que no, que prefería que ellos comieran de aquel banquete pero les pedí una foto (luego adjunto cuando la pille).

Después de aquella fructífera pesca, caminé por el sector, a paso lento, y una persona me pregunta X que «qué tenía», le conté y me dijo pero cómprese una rodillera, y dónde si no había nada como farmacia u otro por el lugar. Me mandó a un Minimercado de nombre «Mayorga». ¡Había de todo! compré dos y salí prácticamente saltando de la felicidad. Al llegar a la hostal me senté y pensé en los kms que me faltaban, así que me mentalicé y comencé a ordenar para el día siguiente. Paso un rato cuando Rosita, me golpea la puerta y me dice acaso había almorzado, claro, se me había olvidado comer. Así que le dije que no, y me invita a servirme «una cosa poca». En la mesa me tenía un pedazo de salmón, papas, ensalada, ají, pan y una copa de vino, ¿qué mejor?. No había conversado con ella y ahora lo hacía, me contaba que su hijo «casi de mi edad» vivía con ellos -estaba trabajando esa semana en un faena- y dormía en la pieza que estaba ocupando. Fue bien emotivo el momento porque a la distancia recordé a mi madre y a mi padre. Cerramos la sesión con un salud y a dormir.

Aclara el día, me despedí y partí raudo esta vez camino a La Junta, la lluvia no daba tregua pero ahora, ya «recuperado» y con protección, no me importaba más que respirar libertad y rodar. Conocí el Lago Rosselott, un puente que está en el camino y es motivo de varias fotos, claro, con la lluvia y la cámara de celular que andaba trayendo poco se podía hacer, además nunca me gustó tanto el tema de andar sacándole foto a todo y grabando pero sentía que ahora era importante, como para dejar un registro en este mismo blog, por ejemplo. Bueno, no llegué a La Junta ese día, iba muy empapado y el camino estaba un tanto difícil para lograrlo. No había camping o lugar seco para tirar la carpa así que opté por dormir en un paradero.

Ésta fue mi casa por aquella noche. Nótese lo técnico de mi equipaje, impermeable A.T.R.!

Pasé la noche en aquel paradero de la ruta 7 chilena, el frío era intenso, poca ropa seca me quedaba pero sobreviví. Al día siguiente no sentía caer agua así que me apresuré en ordenar para irme. Salí con destino a La Junta, motivadísimo con ese verdor y frescura que queda luego de una lluvia. Al rato se larga a llover nuevamente así que continué, ya me había acostumbrado. Paraba de vez en cuando a apreciar lo lindo del paisaje, a comer, a comprar y a elongar un poco la lesión. Evitaba recordar que estaba ahí, latente siempre con la molestia.

Llegué a La Junta justo en el momento que me dió un descanso la madre naturaleza. Lo primero que hice fue ir a ver al clásico puente Rosselot, de estructura estilo mecano muy antigua, de esos puentes de postal que entrega la Carretera Austral. Busqué bajo el puente refugio, mi idea era realizar camping libre (mencionar que camping lo practico de niño y sobre todo cuando mochileaba) aún no la podía concretar producto del clima hostil. Comenzó a caer agua como si el mismísimo estuviera tirándola en baldes a la tierra. No vi ningún lugar más menos seco para quedarme así que decidí ir al pueblo a ver alguna hostal «barata». Al primero que ingresé, la Sra. que me atendió me miró y prácticamente me cerró la puerta en la cara, no sé que apariencia tenía, de ladronzuelo quizás. Al segundo intento el hombre cobraba 25 mil… «A la mierda, y dije, a lo que vinimos». Fue así como volví al puente y logré, luego de un rato de caminata, encontrar un buen lugar. Salí a comprar para comer, aproveché de cargar el celular en un negocio, ya que lo ocupaba para escuchar música, a todo esto, en este trayecto venía escuchando una artista que hace música synth pop, post punk y cold wave: Molly Nilsson, para mi un gran descubrimiento, primero porque mi estilo desde adolescente hard core punk, algo mucho más «rudo», no era quizás compatible con este estilo, y segundo, porque era ad hok al paisaje con sus bajos y sintetizadores. Volviendo a la aventura. Dormí plácidamente junto al sonido de la lluvia, mi fiel compañera para ese entonces.

Desperté temprano, más que mal, aunque se esté de vacaciones, uno tiene un reloj interno, ese que te avisa todos los días que debes salir a ganarte el sustento diario. Aproveché de ordenar rápido (ahora no tenía nada seco, ni la carpa) y salí a la ruta nuevamente sin antes tomar el medicamento y realizar elongaciones. Al volver al puente me encuentro con la sorpresa de que habían unos cicloturistas que iban al sur, no saludamos, conversamos un rato y me comentaron que no se podía cruzar por Villa Santa Lucía, verdad, se me había olvidado! en esa misma época ocurrió un aluvión en aquel lugar. Me sugirieron seguir a la costa hasta Raúl Marín Balmaceda y cruzar a Quellón, Chiloé, pero eso significaría que no haría la ruta original. Les agradecí y decidí partir para avanzar y pensar que haría.

Le pedí a los colegas cicloturistas que me sacarán una foto «pal recuerdo» en aquel imponente puente.

Me pilló nuevamente la lluvia, me esperaban algunas cuestas, sabía que tenía que haber otra forma de seguir por la ruta 7, así que no paré y no me desvié por donde me sugirieron los otroras camaradas del pedal aventurero. La lluvía se puso cada vez más «espesa» y dolor de rodilla no daba tregua. Ni ahí. Seguí. Leí en algún letrero «Villa Vanguardia» y dije «he ahí la madre del cordero», así que aceleré pero se ponía cada vez más complejo el camino, ahora eran los charcos y la calamina que no me dejaban seguir fuerte y derecho. Tenía que llegar a ese destino, me mentalicé, y, al atardecer, llegué. En Villa Vanguardia habían alrededor de 6 casas y un negocio, así que fuí a comprar y ver si podía averiguar de algún lugar donde poder quedarme. Después de comprar, la Sra. que atendía, me habló de otra forma de evitar pasar por Santa Lucía, la encontré muy buena y sobre la misma, pregunté donde me podía quedar, «acá, está complicado. No se puede. No hay camping y ni hostal en la Villa». Mi mente había visto un hermoso paradero unos kms antes, me imaginé durmiendo ahí, no me complicaba. Al rato, y luego de unos minutos de conversa, la Sra. me pregunta que «qué hacía en mi vida civil», soy Trabajador Social de profesión le dije, además, para aquel entonces, era dirigente social en la comuna que vivo actualmente. Se lo mencioné. Por lo anterior, me miró con asombró y me dijo «yo soy la Presidenta de la Junta de Vecinos de acá». Mish! Ya éramos de los mismos. «Sabe, al frente (me sacó afuera del local), esa casa a medio construir que se allá, es la Junta de Vecinos que estamos arreglando, si gusta se queda allí. Hay techo». Nunca olvidaré eso. Salí con la cara llena de risa y mire al cielo, nunca fuí muy creyente, pero le hacia guiños al pulento. Esa noche, aquella sede vecinal a medio construir fue una mansión para mi, solo le faltaba el frigobar. Eso sí, tuve que improvisar un refugio, había mucho ratón y entraban ráfagas de viento.

Mi mansión por una noche. La foto no tiene la mejor resolución pero es el único registro que tengo.

Tenía que llegar a Villa Santa Lucía y desviarme hacía Futaleufú, y antes, llegar a las lanchas que el Estado chileno había puesto para transportar a los lugareños. Vámonos a la ruta otra vez! sin antes despedirme de la dirigenta social, y, comprar algunas golosinas para el camino. Eran pocos kms para llegar pero necesitaba azúcar. Contar que en el camino, escuchando a Molly, apreciando el regalo del paisaje y agradeciendo estar al fin haciendo esa ruta, me saqué toda la ropa, quedé solo con boxers, un momento de locura, total, tenía agua hasta donde no llega el sol. Me bajé de la bicicleta y volqué mi mirada nuevamente al cielo, vi como caía cada gota y dije: «Dios está en el agua, en los animales, en las plantas… en la naturaleza». Fue mi momento de revelación. Solté unas lágrimas, tenía un montón de emociones, respiré y continué pedaleando así hasta el llegar a la entrada de Villa Santa Lucía, donde estaba un militar parado para desviar a la gente, se cagó de la risa y me movió la cabeza en señal de «tienes coraje». Recuerdo también, un poco más allá de ese cruce, unas chicas argentinas o uruguayas que hacían dedo para que las llevarán, bueno, me tiraron algunos piropos y gritaban «shevanos contigo» ajaj

LLegué a Puerto Ramírez a esperar las lanchas, entré a un container para refugiarme de la lluvia, y vestirme claro, al cabo de un rato, llegó un cicloviajero, Sebastián, quien me ofreció lentejas frías. Comenzamos a hablar y me refiere que venía de Colombia. Impresionante pensé. Encallan las lanchas y partimos con mi nuevo partner de ruta. Me comenta «nos salvamos de hacer la cuesta Moraga». Yo ni idea, solo me la imaginé que con una rodilla en mal estado no era viable. Sebastián también me comentó que venía lesionado de una rodilla así que comprendía, «parte de…» me dijo.

Cruzando desde Puerto Ramírez a Puerto Cárdenas
Muelle de Puerto Cárdenas, Lago Yelcho.

Al llegar con Sebastián, nos dirigimos a buscar un negocio, no había nada. Así que nos fuimos a acampar bajo el puente Yelcho. Llegamos y cada uno tiró la carpa en el primer lugar seco que hallaba, que no era mucho por cierto. Al cabo de un rato, llega un par de cicloturistas chilenos, con los cuales conversamos. El frío calaba los huesos así que decidí realizar ejercicios físicos del tronco superior hacia arriba para calentar el cuerpo, y de un momento a otro se me unen los demás, prendimos una fogata con lo que pudimos pillar y alguien se sacó un vino. ¡Bendita sangre del pulento!

Al despertar no sentía caer agua, salí y aprecié los rayos del sol, el diluvio había acabado! luego de días empapado por fin podía secar ropa y todo lo que andaba trayendo. Sebastián me sugirió aprovechar el sol puesto que «se viven las 4 estaciones en un día en la Patagonia».

Mi casita bajo el puente Yelcho.
Secando ropa junto a Sebastián.

Sebastián me comentó que se iría a quedar donde un amigo colombiano en Chaitén, que no habría problemas en que también llegará a alojar allá. Así que luego de secar ropa, comer y activar vitamina D, salimos rumbo a Chaitén. Recuerdo que pasaban muchas cosas por mi cabeza, me sentía liberado, no tenía ansiedad ni estrés ni angustia, todos esos temas mentales que te genera el ritmo de vida del sistema político, económico y social en el que vivimos. Disfruté como nunca el sol, el sonido de los insectos y el cantar de chucao. Estaba en trance.

En trance.

Con Sebastián nos pasamos al Amarillo, en el Parque Pumalín. El hombre es botánico, en ese entonces andaba haciendo una tesis en tierras patagonas. Tenía, y tiene, mucho conocimiento de aves, plantas, clima y geología. Desde lejos mirábamos el volcán Michimahuida. De esto no hay registro fotográfico.

Llegando a Chaitén.

Al llegar a Chaitén, nos dirigimos a la casa de Felix, el colombiano amigo, un psicólogo que trabaja en el colegio de la localidad. Vaya sorpresa me llevé cuando me enteré que Sebastián, había contactado a Felix, por una aplicación para mi desconocida hasta ese entonces de nombre CouchSurfing. No hubo problemas en recibirme, Felix, es una gran persona, hasta el día de hoy tenemos contacto. Al otro día siguiente, arriba a la cabaña Dorotea, una húngara que andaba paseando por la Patagonia y con la que tuve un «affair». Estuvimos 4 días juntos, en los cuales arreglé puertas, hice asado, corté leña y claro, nos enfiestábamos al ritmo de rave con bandas como Die Antwoord y otras que no recuerdo, música muy estilo under europeo que me agradó.

Colombia, Hungría y Chile, Las fronteras las ponen los Estados.
En orden. De derecha a izquierda: Sebastián, Felix, Dorotea y yo.

Después de conocer Chaitén, ir a una de sus ferias costumbristas, conocer los vestigios que quedaron luego de la casi destrucción del pueblo que causó el material piro-plástico por la explosión del volcán Chaitén, era momento de partir. Dejé una mañana a mi compañero de ruta en el terminal de barcazas, el fue directo a Quellón, iba a recorrer Chiloé, mi destino llegar a Puerto Montt por la ruta 7. Una emotiva despedida de todos y un hasta siempre y a la ruta otra vez. Ahora tenía que «volar» en bici con una rodilla lastimada pero descansada para llegar a tiempo a tomar la barcaza en Caleta Gonzalo, la cual me cruzaría a Hornopirén.

La despedida.

Comencé el pedaleo a eso de las 11:00 AM, tenía que llagar a las 15:00 hrs para tomar la embarcación. Al principio bien, había asfalto pero al rato comienza la calamina y ahora se suma otro factor: tábanos y moscos grises. Que desagradable que son. LLevaba unas 2 horas de pedaleo cuando siento que bajó el ritmo, y no por la lesión, ahora era un pinchazo en la rueda trasera. Me apuré en solucionar el tema pero había perdido el pegamento. Nada que hacer, ni para rabear daba. Asumí y me dije «ya no llegué, para la otra». Tenía que sacar nuevamente el pasaje en Chaitén. No pasaron ni 10 minutos cuando para al lado mío un camión 3/4, baja el copiloto, un joven que me dice «mi papá dice que se suba», nuevamente miré al cielo y con gusto subí. Al abrir las puertas, miro entre el polvo y estaba lleno de mochileros/as! algunos que nos habíamos topado en el camino. Partimos y la parla y la risa comenzó. Cuando el camión paró, supimos que habíamos llegado. Nos despedimos y nos veríamos arriba en la barcaza. Corría un poco de agua y aproveché de encontrar el hoyo en la cámara de la rueda, al pillarlo me lamenté de no tener el pegamento, y en ese instante, aparece un cicloturista que venía llegando, me asistió con ese elemento y volví a tener la bicicleta intacta. Comencé a caminar y se acerca el chofer del camión, me dice «toma flaco, comete unas papas fritas para que hagai sed cuando lleguí a Hornopirén». Increíble, Mire al cielo otra vez ajaj no detallaré el viaje en barcaza, son 5 horas así que me dediqué más a dormir.

Arribamos a eso de las 20:30 hrs y lo primero fue buscar una botillería, necesitaba tomarme una cerveza, en verdad me dejaron con sed las papas fritas. Luego, en la oscuridad, busqué donde quedarme, no visualicé nada y con los camping llenos, decidí irme a dormir a la plaza, encima de una banca pasé la noche, incómodo pero feliz. Desde aquí me quedaba muy poco para llegar a mi destino, no quería llegar la verdad pero recibí la llamada de mi padre, me comentó que iba a Puerto Montt a visitar a mi hermano y a mis sobrinas, así que, como hace mucho tiempo no estábamos juntos, me motivé.

Compré a eso de las 09:00 am un cartucho más para la cocinilla, en una ferretería del pueblo. El anterior me duró re poco. No pude por esta ocasión apreciar tan bello lugar, sería para el otro viaje. En fin, partí destino a Contao, iba muy bien pisteando por el asfalto hasta que me topo con el ripio y calamina nuevamente. Aquí viene otro tema, se me rajó un neumático con la calamina, se me olvidó sacarle aire a la rueda. Hermanos y hermanos, desde aquí comienza mi éxodo a pie hasta Contao, unos 15 kms aprox me ofrecían llevarme pero no, tenía que llegar por mis medios. Un ser obstinado. Mal ahí. Finalmente llegué a destino luego de horas de caminata. Busqué alguna vulcanización y nada, así que improvisé pegando la rajadura con el químico «la gotita» + bicarbonato = soldadura. Así fue como llegué a Puerto Montt. Luego de mi solución científica aplicada, comencé a ver donde me podía quedar, estaba más complejo ya que esta parte de la Carretera Austral está más unida la costa, por lo tanto, los refugios naturales que ofrecen los árboles no se daban a simple vista. Vi «cabañas», nah, muy caro me dije pero no sacaba nada con ir a preguntar. Se asoma una Sra. y le digo en forma de broma si recibía euros, que era un alemán que andaba recorriendo Chile, buena risa le saqué a la iñora, se acercó y me preguntó «de qué parte de Alemania», me tupí y no supe que responder así que nos largamos a reír. «Tengo esa cabaña que ve allá, se la dejo en 10 mil la noche pero me paga en pesos chilenos», la quedé mirando le dije si era en serio, me dice «sí, ha estado buena la temporada por ahora, ya gané lo que tenía que ganar y me sacó risa, hoy andaba media bajoneada», Miré al cielo otra vez…

Tenía una cabaña para mi solo por 10 mil pesos. Me bañe tranquilo, comí bien y descansé. Me quedaba poco para terminar y no quería. Al día siguiente me despedí de la Sra., le agradecí y partí rumbo a los últimos kms para encontrarme con mi padre y mi hermano. Aquel día era 14 de febrero, día de San Valentín o «los enamorados» como le dicen. Pasé a almorzar a Pichicolo, a un feria costumbrista y pedí que me sacaran una foto con quien era en ese momento el amor de mi vida.

Celebrando con mi amorcito. Muack!

Antes de llegar a Puerto Montt, en Chamiza, bajé un rato a la playa, miré el cielo y agradecí a la madre naturaleza (al Dios de Espinosa, si no lo conoce por favor investigue) todo lo que me había pasado. Luego, al paso de los meses, comencé a ver las cosas de otra forma a mis 32 años en aquel momento. Siempre tuve la curiosidad de hacer está ruta en bicicleta, llevaba unos cuantos años pensándola. Hasta pensaba que solo gente adinerada la podría realizar y claro, los componentes y bolsos se piensa que son caros pero recordé que antes solo salía con una mochila y adentro echaba comida en uno de esos potes chicos cuando vas al trabajo. Le di un beso a la tierra (hippie no?) y prometí volver, pero esta vez sin límite de tiempo y pasar más allá de la Carretera Austral, conocer el fin del mundo pero ésa historia es para la segunda parte. ¡ATENTO/A!

Conocí otro pedalero antes de llegar a destino. Me sacó este registro.

…to be continued…

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