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A LO FORREST GUMP: SANTIAGO – MENDOZA; RN40 ARGENTINA; – TALCA – PICHILEMU – SANTIAGO.
Un día de septiembre del año 2022, estaba viendo una de mis películas favoritas (Forrest Gump) y me propongo la idea de realizar una ruta un tanto «distinta». La idea esta vez era dar una vuelta de unos 1.500 kms (calculados en un comienzo) partiendo desde Santiago, Chile, cruzando por la cordillera de Los Andes a través del paso Los Libertadores, para así llegar a Mendoza, Argentina. Luego seguir bajando por la clásica/mítica RN40 hasta Bardas Blancas para nuevamente subir a la Cordillera por el paso Internacional Pehuenches y bajar a Chile, hasta la costa de la Región de El Maule, específicamente, y desde allí retornar a mi casa en al comuna de Pedro Aguirre Cerda, Santiago.
Una vuelta que me pediría algo de preparación física, y que, un principio, como me quedaba sin trabajo (el proyecto donde laboro «cerraba»), tenía tiempo suficiente para realizar la travesía. Finalmente, solo dispuse de 21 días, ya que, el día 30 de noviembre del 2022, me llaman para comentarme que continuaba trabajando.
Esta ruta la relataré en síntesis, con lo más relevante, y con datos para quienes se motiven en realizar la hazaña cordillerana uniendo dos pueblos hermanos que comparten una historia en común, un dialecto social y costumbres similares. Como la pasión por el fútbol que a veces también separa. Pero ese es otro cuento.
Opté esta vez por llevar alforjas delanteras y un randobag de la marca nacional de bikepacking: @choikebags, los cuales me fueron muy útiles para lo que tenía planeado.
Santiago – Los Andes (87 kms): Partí el domingo 04 de diciembre de 2023, desde donde resido, la comuna de Pedro Aguirre Cerda, Región Metropolitana, Chile. El destino ese día era la localidad de Los Andes, Región de Valparaíso, sector cordillerano. Si bien salí temprano, recordé que debía pasar a darle comida a los gatos que se encuentran en donde trabajo.
La ruta mencionada ya la conocía, había pasado por acá mismo cuando viaje hasta la ciudad de La Serena, Región de Coquimbo. Colina es buen lugar para pasar a comer y abastecerse, sobre todo de agua, ya que esta vez el calor estaba criminal.
Resumiendo este trayecto: por esta vez evité hacer la cuesta Chacabuco, preferí estacionarme a hacer dedo en el peaje antes del túnel que conecta la Región Metropolitana y la de Valparaíso, donde se cruza el cordón montañoso Chacabuco. En el peaje bastó con esperar un par de vehículos para que unos transportistas que manejaban una van, muy amables, de hecho, me llevaran voluntariamente y así cruzar al otro lado con bicicleta y todo. Ni un ata´o.
Cuento corto, llegué a eso de las 17:00 hrs a Los Andes, iba capeando el calor por el camino, resguardándome en algunos arbolitos con hojas que veía, lo menciono así porque esta ruta tiene en su mayoría vegetación esclerófila a su alrededor. Muy necesario las paradas a descansar, sobre todo con el sol pegando fuerte desde arriba y por abajo (rebote en el pavimento).
Los Andes, por ser zona fronteriza de una de las principales rutas terrestres de los paises de América del Sur, tiene precios para el gusto de todo consumidor, principalmente, en comida y hospedaje. De este último, hay lugares relativamente caros pero conseguí quedarme en la hostal «Residencia Italiana», donde el recepcionista me cobró 17.000 pesos chilenos. Me di vueltas por el centro de la localidad. Descansé como corresponde ya que sabía que se me venía la Cuesta Caracoles y unos 3.000 msnm.
Los Andes – Refugio Alpina (33 kms): El recepcionista me había advertido que entre Los Andes y Mendoza el calor era «sofocante». Efectivamente, desperté muy temprano transpirando. Por tal motivo, me apresuré en salir a tomar desayuno a la plaza de Armas y cambiar dinero en alguna casa de cambio (valga la redundancia).
Pronto comenzaría a subir hacia la frontera. Este lugar, y en particular su paisaje, hace un rato lo quería conocer. Pues bien, de aquí hasta el túnel Cristo Redentor, de hecho, todo lo que duré el viaje, lo relataré junto a fotos:
Refugio Alpina – Polvaredas, Argentina (81 kms): Refugio Alpina y sus «ojos de agua», me ofrecieron un reponedor descanso. Solo me despertó un zorrito culpeo que me quería cogotear con la comida pero claro, se me olvidó que debo dejar el alimento dentro de la carpa o colgado arriba de un árbol.
Polvaredas – Uspallata (41 kms): Por culpa del reloj biológico interno que las personas laborantes tienen, me desperté a las 07:00 hrs. Contemplo un poco el amanecer y rápidamente desayuno para seguir bajando por la cordillera con destino Uspallata.
En si, el camino es «monótono». Hay algunas partes donde se puede parar a mirar un gran cayón donde corre muy abajo el Río Mendoza. «El gran cayón» es como esos que hay en las zonas áridas de Estados Unidos o Canadá, con esos paisajes del lejano oeste. También hay un recordatorio de lo que fue el cruce por los andes del General San Martín para apoyar la liberación chilena.
Uspallata – Camping El Rincón (72 kms): La pieza en la que me quedé no tenía buena ventilación, por tal motivo, ya a las 08:00 am se sentía como estar dentro de un sauna. En si, la zona es muy calurosa y normalmente durante el día, no se ve mucha gente en las calles. De hecho, el movimiento comienza luego de las 17:00 hrs cuando comienzan a re-abrir los locales, kioskos y negocios varios.
Camping el Rincón – Mendoza (37 kms): Luego de un chapuzón en la piscina (el río a esa hora estaba cerrado debido a la evacuación de agua desde el embalse) y tomar desayuno, me dispuse a partir. Según el mapa era todo en bajada, pocos kms y Mendoza me esperaba. Tenía un dato para llegar donde un buen amigo de otro amigo de Chile.
Mendoza – Tunuyán (85 kms): Desperté con una rica resaca, me dolía la cabeza pero podía resistir. Sabía que transpirando se me iba a pasar y claro, iba a hacer un calor de puta madre. Tomamos desayuno con Pablo y su familia, luego de eso una ducha. Ordené mis cosas y le pedí a Pablo que me acerca a una calle céntrica para continuar el camino.
Tunuyán – Arroyo Papaguayos (84 kms): Días previos, varios me comentaron que era mejor subir a San Rafael, hacia el este, y desde ahí bajar a la RN40 nuevamente y entrar a El Sosneado. Que bajando desde San Rafael, podía pasar a El Cayón del Atuel, un lugar turístico muy recomendado por su similitud en belleza a esos paisajes desérticos de Norte América, en donde hay «cayones». Y que también, de esa forma, podía evitar el tramo desértico de 150 kms que hay desde el último pueblito de nombre Pareditas hasta El Sosneado.
Por lo anterior, pensé en ocupar el comodín bus, así que me dirigí al terminal a ver si podía subir la bicicleta al transporte para llegar a San Rafael, y así evitar subir los casi 1.000 mts de altimetría en casi 150 kms aproximados. Tenía ganas de conocer el Cayón del Atuel. En el terminal no me dejaron subir la bicicleta, eran de esos buses de dos pisos y mucha gente viajando con equipaje.
Decidí entonces seguir haciendo la ruta original y justo que voy saliendo del terminal, me encuentro nuevamente con Julio, el artesano que conocí en Uspallata. Ahora el errante ser se dirigía a la provincia de Neuquén. Con poco tiempo ya que tenía bus en unos 10 minutos, nos despedimos. Conversé con un policía también ciclista, el cual me recomendó llevar mucha agua para el tramo desértico que me tocaba pedalear.
Arroyo Papagayo – El Sosneado (115 kms): Pese a las continuas camionetas que se paraban a hacer no sé qué… dormí sosegadamente. Descansé muy bien así que me levanté temprano para así avanzar lo más posible sin toparme con el potente sol. Ese era mi plan inicial pero al rato me di cuenta que podía llegar a El Sosneado sin mayores inconveniente.
El Sosneado – Malargüe (51 kms): De desayuno me tomé una cerveza muy fría y me comí unas lentejas que me habían quedado del día anterior. Así de sano. Sobre la misma, aproveché el wifi que me convidó el dueño del lugar (no recuerdo su nombre) y me reporté al público y a mi seres queridos en Chile.
Por la tarde, luego de comer, salí en bici a recorrer. Conocí la plaza de armas, el río Malargüe y un bar donde me zampé unas cervezas heladas. En eso que estaba bebiendo, se me acercan 3 cachorritos, unos perritos que andaban buscando que comer, no tenían más de 2 meses. Les compré un churrascos. Se lo devoraron. Luego partí a ver una veterinaria que estaba cerca, así que les compré comida de perro. No me los podía quedar y cada persona que pasaba los encontraban «lindos» pero nadie se los llevaba. Les hice compañía un rato hasta que el dueño del bar me comentó que tenía una perrita, que era la madre de ellos, que vivía en la calle y que en ese momento no estaba. Quizás eso me dejó más tranquilo. Le dejé la comida y me fuí al camping.
Malargüe – Bardas Blancas (67 kms): Verifiqué el clima en la App Windy, una aplicación que uso para ver el clima (lluvia, tormentas, viento, etc) muy efectiva y precisa. Ahora tendría viento en contra en varios kilómetros, así que salí tranqui esperando amainara un poco. Pronto, pedaleando y unos kms más adelante, justo en una curva el viento me favorecía. Así fue hasta llegar a Bardas Blancas, quería conocer la Caverna de las Brujas. Había reservado y comprado el ticket en Malargüe.
Bardas Blancas – Complejo Fronterizo Pehuenche (62 kms): Un buen día me esperaba, y no es que estuviera soleado, esta vez se divisaban nubes a lo lejos, por allá arriba, en la cordillera. Eso me motivó, llevaba muchos días pedaleando bajo un intenso sol. Pues entonces, preparé todo y de paso le compre unas galletas y jugos a Jony, me mencionó que había uno que otro kiosko abierto pero eso dependería de mi suerte si los pillaba abiertos.
Complejo Fronterizo Pehuenche – Lago Colbún (96 kms): Me despertó el ruido de unas personas que andaban pescando, a eso de las 06:00 am. El día prometía calor y salir temprano tenía que ser. Disponía de algo de señal de internet y eso me bastaba para reportarme a mis seres queridos y amigos.
Lago Colbún – Gualleco (102 kms): Me quedé dos días descansando, bañándome, tomando sol, comiendo y bebiendo como un vil puerco en el lago. De día muy tranquilo, harta familia, de hecho, rock and roll. Mi llegada calzó justo con un fin de semana y por ello, las noches harto joven carreteando y gritando. Nada que me impidiera descansar serenamente.
Gualleco – Reserva Nacional Laguna Torca (87 kms): Si bien salí temprano para aprovechar de conocer y disfrutar lo más posible la ruta, tuve un error de calculo en las distancias como también en el lugar que me tendría que haber quedado. Para ello, siempre mejor llame antes si se va a quedar en un camping u hostal ya que, a veces no hay disponibilidad.
Me hice una sopa mientras cargaba el celular. Sí, tenía electricidad el lugar pero no hallaba el interruptor, de hecho, se me apagó el cintillo-linterna. Me alumbraba la luz de pueblo, ya que escogí un sitio cerca de una calle por lo mismo, para tener luz adicional. Pude armar la carpa, y luego de comer, me fuí a dormir.
Reserva Nacional Laguna Torca – Pichilemu (57 kms): Desperté en un paraíso de camping. Al salir de la carpa dimensioné todo. Los sitios tenían mucho espacio, pude pillar el interruptor de la luz y vi donde estaban los baños.
Luego del anterior hermoso paisaje, me tocaría nuevamente darle a la cordillera de la costa y sus enormes repechos y cuestas. Me tocó una bien complicada pero que al final tendría un paradero con techo y como llevaba una cerveza, me la llegaría a tomar ahí mientras descansaba.
Tantos días de pedaleo en un constante «sube y baja» me tenía el cuerpo algo agotado, la espalda se me resintió un poco en Lo Valdivia. Justo en ese momento me habla por Instagram un tatuador (@quimera.espejo.ttt) de la zona de Pichilemu, de nombre Rodrigo Moreno, el cual me invitó amablemente a quedarme en el lugar que habita en la capital del surf.
Pichilemu – Rapel de Navidad (84 kms): Al despertar noté que el dolor de espalda había disminuido. También caché que se me venía una enorme subido y que como me quedaban pocos días y quería conocer la Boca de Navidad, me propuse a usar el comodín que no usé en Argentina cuando quería llegar a San Rafael para conocer el Cayón del Atuel.
Saqué pasaje para las 12:00 hrs. con destino Litueche. El chofer me cobró 5.000 pesos chilenos por llevarme la bici en el maletero que iba desocupado. No tengo ata´o con ello, entiendo que se van mitad y mitad con el auxiliar así que bien.
Una vez engullida la empanada, tenía que hacer 23 kms en plano hasta Rapel de Navidad. El camino lo recuerdo muy amable: poco vehículo y berma decente. Un vez arriba a Rapel de Navidad, me senté a tomarme un helado, de esos «cola de tigre» y un «chirimoya alegre»; Luego debía partir a La Boca de Navidad, un lugar que hace rato quería conocer y esta era la oportunidad. 17 kms más con una buena pendiente me esperaban.
Por una mala gestión en mi celular, borré las fotos que había tomado de vuelta. El atardecer y la vista al río Rapel, por ejemplo. Aún así, llegué a buena hora devuelta a la localidad de Rapel de Navidad. Alcancé a comprar para la once y también para desayunar al día siguiente. Visualicé un camping al otro lado del puente, por el lado de Región de Valparaíso.
Rapel de Navidad – Codigua (69 kms): Descansado y mentalizado para regresar a Santiago, me levanté temprano. Se venía calurosa y dura la ruta. Nada raro a estas alturas. Desayuné bien: huevos, queso y pan amasado. Con eso me bastaba para darle a los casi últimos kilómetros de regreso a casa.
Agregar a lo anterior que la ruta, la G-60 es bien peligrosa, sin berma, con hoyos mucho pero mucho vehículo y a exceso de velocidad, camiones sobre todo. Hay que ir bien vivito, ser bien preciso en los movimientos y estar atento. Lo otro importante, es que hay mucho negocio, así que te puedes abastecer de todo y a buen precio.
Codigua – Pedro Aguirre Cerda, Santiago (73 kms): Estimados y estimadas, así llegaba al término esta travesía, uniendo dos paises hermanos y con historia similar. Lo había pasado bakán, había ampliado más mi capital cultural y social y por último, había obtenido más kilómetros y experiencia en este estilo de vida que tanto me gusta.
Siempre que llego de un viaje corto, mediano o largo, me quedo con esa extraña sensación de «¿a que vuelvo?». Bueno, siempre vuelvo porque tengo otras áreas de interés, como mi trabajo relacionado con el mundo social, afecto y cariño a mis seres queridos pero espero alguna vez irme por un buen rato a seguir disfrutando de la vida, a conocer y aprender de otras personas, costumbre y cultural. A sentir adrenalina y tener miles de emociones y sentimientos que entrega el viaje.
COMO SIEMPRE HERMANOS Y HERMANAS: NO TE INVITO A QUE VIAJES CONMIGO, TE INVITO A QUE VIAJES, SIN MIEDO Y CON PLENA FE EN TUS CAPACIDADES. VIAJA A TU RITMO. SE RESPESTUO Y COOPERA DONDE LLEGUES.
¡AUTOGESTIONATE Y ROMPE ESQUEMAS!
¡ESO, ESO, ESO ES TODO AMIG@S!. HASTA LA PROXIMA.
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Visitando mi tierra natal: Selva Costera Valdiviana + Lago Ranco
Luego de haber conocido parte del norte chico en bicicleta en octubre del 2021, ahora el destino es el sur de Chile, específicamente la zona costera de la Región de los Ríos. En esta ocasión le pido a Lorena, que me acompañe a realizar esta travesía. Mencionar que el año 2016 ya había intentado realizar esta ruta pero no fue posible porque no tenía equipo óptimo para aguantar semejante aguacero que cae de los cielos de esta parte del país.
Valdivia – Niebla: Llegamos a eso de las 08:00 AM a Valdivia. Notamos que había caído un aguacero por esos lares el día anterior, claro, a Valdivia se le reconoce como la localidad más lluviosa de Chile, y sus habitantes la nombran, de forma coloquial y con mucho cariño, como: «valdilluvia». De hecho, mis amigos y amigas y familiares que viven allí no usan paraguas, y recuerdo que cuando niño, el par de años que viví en la zona, mi madre, padre y tías me iban a trabajar así no más, con chomba y parca.
Pues bien. En el mismo terminal comenzamos a armar las chanchas, a montar el equipo y toda esa vaina. Por mi parte, iba con la misma ropa de combate puesta que use en el norte, claro, hace unos días no más había llegado a Santiago desde La Serena. Pensamos que saliendo del terminal quedaríamos empapados, así que lo mejor era salir con ropa ligera para luego solo cambiarnos al llegar a un refugio. Al salir, habremos pedaleado un par de kilómetros y vemos que sale el sol y de ahí en adelante solo nubes.
Antes de continuar por la T-350 que lleva a la localidad de Niebla, me fijé que había un desvío hacia un lugar que siempre quise conocer y que en mi épocas pasadas de mochilero nunca pude llegar: Curiñanco. El desvío eran unos 19 kms con una altimetría de 400 mts con ripio y barro. Lorena no conocía este tipo de caminos o más bien dicho, no había transitado por ese manjar de suelo.
A Curiñanco nos demoramos muy poco, el camino si bien es de ripio es muy compacto, lo que permite una rodada más eficiente. Dimos un par de vueltas y finalmente descansamos mirando el inmenso océano por una entrada que pillamos. Ya luego nos tocaban unos 20 kms hasta Niebla, era solo asfalto pero como le dije a Lorena, «sería un camino ‘sinuoso’ «.
Niebla – Chaihuín: Teníamos que continuar así que luego del descanso en el clásico camping Santa Clara, tomamos el correspondiente desayuno y nos acercamos a la caleta Los Piojos para conocerla y ver si había feria costumbrista (sabiendo que era mala fecha puesto se realiza en verano pero de igual forma había que intentarlo). No pillamos nada así que fuimos directo a tomar la lancha para cruzar a Corral.
Chaihuín – Lagunas Gemelas Colún: En mi incursión en bicicleta el 2016 por este ruta, solo llegué a Chaihuín, andaba con un primo y amigo de la localidad de Mariquina, Región de los Ríos pero las condiciones climáticas (siendo invierno) no nos permitieron llegar más allá. Pues bien, ahora era el momento.
Habremos salido a eso de las 12:00 del día del camping sin saber que nos esperaba. Me guiaba un poco por la lectura que tienen en su blog los amigos de Choikebags respecto a esta ruta, y claro, sabía que era un «tanto» exigente desde ahora. De hecho, unos kilómetros más arriba de Chaihuín se acaba el asfalto, creí que era algo estilo carretera austral pero nos esperaba una gran sorpresa que podría a prueba nuestra fuerza mental.
Luego de unas 4 hrs logramos salir del sendero; tampoco me funcionaba bien el GPS (para que lo considere si quiere hacer la misma ruta). Caía la noche y el frío, además las sanguijuelas no paraban de chuparnos la sangre. ¡Estábamos en la selva!.
Finalmente salimos abriéndonos paso por todo lo anterior y fue un gran alivio. Eran las 22:00 hrs y teníamos que armar el campamento para pasar la noche. Estábamos en una especie de «domo, por un lado nos rodeaban las clásicas dunas de arena de la playa Colún y por el otro grandes árboles y en el cielo miles de estrellas.
Lagunas Gemelas Colún – Río Colún: Luego de salir a caminar las inmensas dunas, que por lo demás son las intermediarias entre el imponente azul del océano pacífico y el verde bosque valdiviano, emigramos de ahí rumbo al río Colún (siguiendo más menos la ruta de los jóvenes de Choike en su blog). De paso, con Lorena fuimos comentando la experiencia de la tarde/noche anterior.
Al día siguiente descansamos harto, Lorena se consiguió unas cervezas con los vecinos, lavamos ropa, nos bañamos, salimos a caminar (dejo fotos abajo) y por último, salí a dármelas de «barquero» cruzando gente en el bote «taxi».
Río Colún – Hueicolla: Tomamos desayuno y partimos del paraíso Colún. Ahora queríamos llegar a La Unión pero nos esperaba otra enriquecedora experiencia.
Lo primero que vimos, fue a nuestros vecinos enterrados en un hoyo con su 4×4. El camino estaba lleno de gritas y rocas. Ese era el panorama, nos imaginamos se arreglaría con el paso de la caminata/pedaleo. Nunca fue así. Guiados por Maps.me seguimos un camino de las forestales con la idea de llegar al Alerce Milenario donde se ubica el punto más alto. Nos tomó mucho rato salir. Estaba lleno de charcos de agua con mucho lodo, en un momento intenté atravesar uno pedaleando pero como que me «chupaba» las ruedas. Finalmente salimos rodeándolos o caminando sobre ellos.
Teníamos que tomar una decisión ya que nos quedaba algo de comida pero solo para un día y estábamos a dos de La Unión. Es entonces que decidimos «bajar» por la T-470 hasta Hueicolla. Imaginamos que allá podíamos encontrar para comer y comprar provisiones y luego subir por la T-800 para retomar el camino.
Tuvimos la suerte de encontrarnos con el «cuidador» del lugar, no recuerdo su nombre, un señor muy amable que andaba en una camioneta 4×4 y con radio, con la cual contactó a otras personas para preguntar por cabaña disponible y comida. Además nos entregó un tremendo dato que usaríamos al día siguiente: a cierta hora salía una persona de nombre Mauricio, quien iba a La Unión en su camioneta también 4X4. El mismo señor lo contactó y nos «recomendó». ¡Maravilloso csm!.
Finalmente nos quedamos en una cabaña, nos salió 25.000 y la once con sopaipillas, queso y mermelada casera. Recuerdo prendimos la salamandra y secamos nuestra ropa. Bueno, aquí es cuando quemé la «lengua» de una de mis zapatillas de trekking… una talla y aprendizaje para la vida: no acercar tanto el plástico al fuego.
Hueicolla – La Unión: Luego de aprovechar las comodidades que brinda una cabaña, como tomar desayuno y ducharnos, partimos a caminar por Hueicolla, una muy linda playa. En el lugar vive muy poca gente, en su mayoría las casas son de «veraneo», por ende, al ser noviembre, no había ni un «alma» paseando más que las nuestras.
Finalmente divisamos a lo lejos la camioneta 4×4. Teníamos que ocupar el «comodín» vehículo ya que el camino estaba duro y para estar más días necesitábamos provisiones. Nos paró de una Mauricio, el conductor del vehículo. Le preguntamos si nos podía llevar hasta el «Alerce Milenario» pero se motivó y nos dijo algo así como: «mejor los dejo en La Unión, el camino es una mierda todo el rato». Obedientes le hicimos caso.
Mauricio, durante el trayecto, nos relataba un poco su vida, como que «tenía varias motos 4×4, camionetas y hasta una avioneta» (a vernos llevado en esa mejor jajaj). Nos comentó además cosas como que la gente de La Unión en su gran mayoría trabaja para una marca bien conocida de lácteos y que el río Colún no tiene relación con ésta, ya que la marca tiene que ver con unas las siglas, comenzando por «CO» de corporación. Lo escuchaba atento mientras miraba como hasta la camioneta le costaba avanzar por la T-800. En momentos hasta patinaba. «De la que nos salvamos», pensé.
Al rato, paramos en el Alerce más antiguo, el milenario, de unos 2.000 años. Estiramos un poco las piernas y continuamos. El camino seguía bien rudo, eran rocas en vez de calima o ripio y con hoyos que parecían cráteres. Ya cuando comenzó el asfalto le comentamos a Mauricio que podíamos seguir desde allí. Al bajarnos de igual forma le ofrecimos para la bencina por el favor que nos había hecho. No aceptó y nos despedimos. Ahora teníamos señal, durante unos 4 días estuvimos desconectados, cosa que agradecimos mucho. Nos reportamos con nuestras familias y amigos y empezamos el pedaleo.
Bueno, en un paradero pensamos que como habíamos ganado un par de días, quizás sería bueno hacer parte del lago Ranco, ya que estábamos al lado y teníamos ganas de conocer. Primero en La Unión buscaríamos un lugar barato para quedarnos. Pillamos una hostal a la vuelta del terminal de buses a 15.000 mil pesos chilenos por ambos. Nos dedicamos a conocer la ciudad una vez instalados.
La Unión – Lago Ranco: Pasamos a la plaza de armas y nos percatamos que Lorena había rajado uno de sus neumáticos, además de un reventón de la cámara. Lo solucionamos con unos parches y pegamento. El camino había hecho lo suyo. En mi caso también tenía algunos cortes en los neumáticos pero podía aguantar varios kms más.
El sol pegaba fuerte y teníamos que hacer 58 kilómetros con cierta altimetría pero ahora sería pavimento así que iríamos relajados. Solo la salida de La Unión hasta el cruce con la panamericana 5 sur es un poco caótico por los vehículos pero luego de cruzar el puente que pasa por encima del río Llollelhue se pone suave el camino.
Lago Ranco – Saltos del Nilahue: Que buena ruta esta, el camino, las vistas al lago, las cascadas, los colores, los ríos, las aves, la exigencia de las subidas, entre otras. Unos 35 kms de lo anterior.
Íbamos parando cada cierto rato a comprar algo para comer, una cerveza o vino, sacar fotos, grabar videos y cosas por el estilo. No teníamos mayor apuro y los kms hasta un punto ubicado en el mapa: Nilahue era más menos cerca. Antes de llegar, nos tocó una subida, que como sabemos, con peso, se vuelve una gran subida.
Pronto llegaríamos a Nilahue, sin tener idea que había otro salto o cascada. A la entrada nos esperaban unas imponentes montañas y vacas por doquier. Tiene una ciclovía igual esta parte, una que apenas se ve pero que ahí está. Mencionar que la gente en el sur de Chile se mueva harto en bicicleta a sus lugares de trabajo o escuelas.
Saltos del Nilahue – Llifén: Llifén sería el penúltimo lugar que visitaríamos, a Lorena se le acababan y a mi la licencia por estrés. Teníamos que hacer 16 kilómetros con un par de subidas y por ende, pensamos que podíamos llegar al Lago Maihue, donde viven unos amigos en una comunidad mapuche. Lo descartaríamos luego y preferimos seguir por el lago Ranco hasta tomar el bus de vuelta a «smogtiago» en Futrono.
Llegamos a buena hora. Pasamos a comer unas papas fritas de almuerzo y a tomar unos líquidos. Buscamos algún camping, los vimos en el mapa, en la aplicación Overlander! pero algunos, por temporada, aún no estaban funcionando. Nos pasó que en un lugar primero nos cobraron 6.000 por persona, luego el Sr. que nos ofreció el espacio se retractó y nos terminaría por cobrar 12.000. Pues, seguimos buscando.
Finalmente encontramos un camping de nombre «Mamá Ana». Tampoco no estaba habilitado pero la misma dueña, la Sra. Ana, nos acomodó muy amablemente. 6.000 pesos chilenos por cada uno, con ducha, baños y el camping para nosotros. Eso creo es lo mejor de salir en «temporada baja».
Llifén – Futrono: El último día había llegado. Nos daba paja volver a la realidad pero había que hacerlo. Había que seguir produciendo para seguir saliendo a recorrer y conocer. Teníamos que hacer 19 kms con un par de subidas.
Una hora antes, llegamos a la esquina de Juan Luis Sanfuentes con Balmaceda, donde salen los buses de una línea conocida. Desarmamos las bicis, les redujimos el volumen y dejamos listas para subir. Justo en ese momneto que nos subimos, avanzamos unos metros y comienza a llover. ¡Pero que suerte tuvimos!. ¡Que fluya!.
Lo bueno de lago ranco es que hay pueblos, lugares para visitar, casas con venta de pan amasado cada ciertos kilómetros y con personas muy amables que te reciben en cada parada. Acotar que el camino en su totalidad es asfaltado, con algunas pendientes si, unas subidas algo duras por los pocos kms que tiene pero luego la bajada se disfruta ya que pega ese olor a tierra húmeda, el olor a caca de vaca y contraste de colores en todo momento. Y ahora, llegando a Futrono, lo disfrutaríamos más puesto no sabíamos cuando podríamos volver a «la magia del sur».
Agregar por último que este viaje lo realizamos con equipo completo de Choikebags. Donde si bien el primer día cayó algo de agua y luego solo despertábamos con los bolsos mojados producto del rocío nocturno, cumplió al 100% el material y confección en cuanto a la impermeabilidad.
…Y COROLIN COLORADO…
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CICLOVIAJE: PUERTO MONTT-USHUAIA (1 PARTE: CARRETERA AUSTRAL)
Si bien la primer experiencia recorriendo la Carretera Austral en bicicleta fue «transformadora», para mi persona, esta segunda visita a las tierras patagonas vinieron a ser una forma de expandir mis conocimientos sobre el mundo y sus distintas culturas. Esta vez me acompaña Ricardo, un amigo que se motivó. Él me acompañaría hasta Coyhaique, por temas de trabajo y en mi caso, había renunciado al mío para lograr esta larga travesía al «fin del mundo austral».
Ahora bien, en este viaje pasaron un montón de peripecias, aventuras y anécdotas, muchas de ellas las fuí plasmando en una bitácora, pero solo detallaré algunos y los otros será en formato «tips» para quien esté pensando en esta increíble aventura. Claro, los tips son desde mi mirada y forma de viaje, la cual la adapto a mi forma de vida: «bikewanderer». Donde muchas veces se prescinde de las comodidades.
Por último, y antes de, ¿cómo llegamos a Puerto Montt? viajamos en avión desde Santiago. Echamos las bicicletas desarmadas en cajas de bicicleta (valga la redundancia) vacías, las cuales fuimos a buscar a la calle San Diego, Santiago, unas semanas antes. Si vas después de las 18:00 hrs, los vendedores de las tiendas las «botan». Debes ir con una huincha para medir el máximo que te permiten las aerolíneas, 230 cms lineales: largo, ancho, alto. Además considerar el peso, puesto te pueden cobrar sobre equipaje. Nosotros con una pesa digital nos fuimos guiando, en aquel momento eran 24 kg (debes revisar la página de la aerolínea, puede que esto haya variado). Aprovechamos de echar carpa, sacos y todo lo que pudiera caber en al caja hasta hacer el peso que piden. Así te ahorras el pago de otra maleta.
PUERTO MONTT-CONTAO (62 KMS): Luego de un suculento desayuno, y una junta con mi padre que justo en ese momento andaba visitando a mi hermano y hermana en Puerto Montt, partimos con Ricardo. Nuestro destino aquel día era Contao, sin antes pasar por hermosas vistas al pacífico como Pelluco, Chamiza, Piedra Azul, Lenca y Yerbas Buenas (por lo que recuerdo). Luego cruzamos en Barcaza desde Caleta La Arena hasta Caleta Puelche, son unos 30 min y en ese momento pagamos 2.500 pesos chilenos solo por cada bicicleta sin pasajero. Revisa la página en Google para actualizar información.
Al llegar a Contao luego de 62 kms, nos relajamos con unas cervezas y acampamos libre. Contao es un pueblo chico, donde la gran parte de su gente se dedica a la pesca o trabajo en el mar. Hay minimarkets y negocios en general. Para el acampe libre puedes hacerlo debajo de un minimarket que se encuentra en una pequeña colina, hay mucho pasto y árboles para «fondearse». Antes de pasar al siguiente día, mencionar que antes de llegar a Contao hay unos tramos de camino de ripio y calamina, no extensos.
CONTAO-HORNOPIREN (43 km): Partimos a eso de las 10:00 AM y llegamos a las 17:00 hrs a Hornopirén. En el camino nos detuvimos muchas veces, y era que no, si iba con mi compañero llevaba una de sus alforjas con una ración suficiente de cervezas, las cuales venían muy bien con el intenso sol que nos daba en la cara.
Sobre la ruta, hay un tramo bien duro, se trata del sector de Pichicolo, harta calamina y cuestas pero nada insuperable. Solo que con calor se hace un poco extensa la sensación de «cuándo termina esta weá». Ahora escribiendo, reviso el mapa actualizado de Copec (del año 2022) y aún están esos kms sin pavimentar, pero bkn igual, ya que más adelante es todo el camino así, que sirva de ¡entrenamiento!. De igual forma comentar que desde Contao a El Varal, esta la ruta alternativa W-609 que va junto al océano pero esta si es calima en su totalidad, lo bueno es que aprovechas de conocer Hualaihué. Hermoso.
HORNOPIREN-CALETA GONZALO (87 KMS POR MAR): Empezar con el dato. Se puede llagar a Caleta Gonzalo solo por mar, hay dos tramos que puedes tomar, uno de ellos, el que pasa por el fiordo Leptepú, aquí, debes ser un poco hábil en pedir a algún chofer de un vehículo grande que al llagar al tramo de tierra Leptepú, pueda cruzar tu bicicleta, de otra forma, debes ser muy rápido en pedalear para llegar al otro extremo y tomar la otra barcaza que te dejará en Caleta Gonzalo.
El tramo recomendable es salir directo de Hornopirén y llegar en 5 hrs en barcaza hasta Caleta Gonzalo. En Hornopirén se sacan pasajes. Ojo que hay dos barcazas, una es particular y la otra subsidiada por el Estado de Chile. El valor de la segunda es de 6.600 pesos (aún se mantiene) en la cual cuenta con el pasajero más la bicicleta. El horario de salida es el 10:30 y 14:00 hrs (corroborar en la página que está en Google). Mientras que la embarcación particular vale casi 4 veces más y tiene otros horarios de salida. Imagino lleva proyectan películas y hay casino por lo que cobran.
Una vez en la barcaza, disfrutamos del paisaje y la conversa con otros cicloturistas, uno de ellos, el buen Gerardo, oriundo de Linares. Dormimos y proyectamos los días que le quedaban a Ricardo, que eran unos 18 días aproximadamente antes de volver al yugo laboral. En mi caso, no tenía fecha de retorno, tenía primero que llegar a Ushuaia.
CALETA GONZALO-CHAITEN (57 KMS): Con mis parceros, nos levantamos temprano, sabíamos que nuevamente estaría caluroso y así por la patagonia con tábanos siguiendo no es muy agradable. Me detengo en los tábanos: no uses ropa negra u oscura, los atraes más aún.
Un poco antes me llama Guido (o «perseguido» como lo conocemos en el mundo del punk). Había visto unas fotos mías por Facebook pedaleando nuevamente la Carretera Austral y me cuenta que andaba con su novia. Nos decidimos entonces juntarnos primero en Santa Bárbara (zona costera), pero luego cambió de parecer y el punto de encuentro sería en Chaitén. Ricardo también lo conocía así que sabíamos conversaríamos unas cervezas.
CHAITEN-PUENTE YELCHO (45 KMS): Antes de partir, pasé a visitar la casa donde me había quedado la vez anterior que estuve por acá, no estaba Felix, el otrora anfitrión, así que nos abastecimos de comida y partimos con Ricardo. Teníamos pensado en pasar al Amarillo pero al llegar, lo tenían cerrado por un par de días por «mantención». Mencionar que hay un par de almacenes en este sector, con botillería claro. Luego, no hay nada hasta Villa Santa Lucía. Decidimos entonces continuar hasta donde también me había quedado la vez anterior: Puente Yelcho. Un spot necesario. Agregar que hay una señora en Puerto Cárdenas, a un km del puente, que vende pan amasado y queso.
PUENTE YELCHO-VILLA SANTA LUCIA (31 KMS): Partimos a las 10:00 hrs, sabíamos que teníamos que cruzar la Cuesta Moraga, una cuesta bien dura de casi 600 mts pero que ahora estaba asfaltada en su totalidad, así que tan difícil no estaría (lo que creíamos).
Estuve buscando fotos que vienen luego del ventisquero pero no hallé. Comentar que antes de comenzar a subir la Cuesta Moraga, se encuentra un Sr. que vende mote con huesillo y churrasco, es un punto obligado de parada para comenzar a darle a la durísima cuesta.
Durante la cuesta, esperé en varias ocasiones a Ricardo, pero ya la última, decidí avanzar ya que el calor estaba de la puta madre y los tábanos me hacían chupete. Al llegar a Villa Santa Lucía, me encuentro con que aún vialidad no sacaba por completo el lodo que quedó luego del aluvión ocurrido el año anterior, habían cruces improvisadas en el camino… desolador.
Entré a un negocio a comprarme un chocolate y luego me fuí a la ruta a esperar a mi compañero, por más que lo llamaba no contestaba, cuando pensé en devolverme a buscarlo, veo de lejos que venía bajando a todo ritmo, y al llegar lo primero que me dice: «tengo sed», así que partimos a comprar cervezas como era la tónica hasta aquí el viaje. Ricardo se había quedado dormido en una sombra.
Una vez compramos cervezas, nos fuimos caminando por la ruta con bici en mano hasta encontrar una casa «abandonada». Decidimos quedarnos ahí. En el pueblo de igual forma hay un par de camping y hostales pero desde ya les digo que ahora en adelante el camping es libre en todo el trayecto.
VILLA SANTA LUCIA-LA JUNTA (68 KMS): Luego de nuestra estadía en la «Kasa Okupa» improvisada por una noche, y también luego de revisar la aplicación MAPS.ME que funciona sin internet, observo que el camino era relativamente «fácil», en su totalidad pavimento y en bajada constante. La vez anterior me tocó con lluvia intensa, ahora era un sol muy imponente.
Partimos temprano, tipo 09:00 am. En camino fuimos parando en varias partes, era que no, si el sol y los esteros y el río Frío nos acompañaban en todo momento, en otras palabras: debíamos aprovechar de darnos chapuzones de vez en cuando. La parada que hicimos para almorzar fue en Villa Vanguardia, la cual queda a unos kms antes del límite regional, ese que da paso a la Región de Aysén.
Llegamos a las 18:00 aprox (por lo que recuerdo) a La Junta. Esta vez nos quedamos en una hostal que la dueña nos cobró 10.000 por cada uno. Si bien nos veníamos bañando en ríos, necesitábamos asearnos un poco mejor. En La Junta hay de todo, es un pueblo más menos grande. Hay quienes tiran carpa cerca de la Copec y otros cerca del río Palena o río Rosselot. Por el camino a Raúl Marín Balmaceda también hay un montón de lugares para practicar camping libre. Mencionar que los camping están entre los 6.000 y 8.000 pesos chilenos aproximadamente.
LA JUNTA-PUYUHUAPI (45 KM): Salimos a eso de las 10:00 de la hostal, estaba nublado y caía un poco de llovizna. Nos fuimos a la plaza a tomar desayuno junto a unos perros callejeros. Revisando la cámara que andaba portando para grabar, me percaté que se me habían borrado varios archivos. Solucioné con otra tarjeta SD y decidimos aprovechar el clima fresco.
Finalmente llegamos, lo primero, unas cervezas heladas. Luego, ubicamos el camping La Sirena, donde te cobran 4.000 pesos por carpa (ahora debe estar a 5.000). Hay más variedad de camping pero éste lo elegimos necesariamente porque era espacioso, había zona en común, baños, duchas calientes, wifi y una salamandra que de noche llegaba mucho aventurero a compartir.
PUYUHUAPI-FIORDO QUEULAT (33 KMS): Este día nuevamente nos tocó nublado, y mientras avanzábamos, comenzó a caer granizos. Seguimos pedaleando hasta llegar a un tramo donde nos resguardamos un rato, pasaría luego ya que se veían rayos de sol. Bueno, comentar también que te acompaña en todo momento el fiordo queulat hasta llegar al río del mismo nombre. Aquí está la entrada para apreciar el ventisquero colgante Queulat.
Al salir del parque, pedaleamos un poco más, y antes que se acabará el asfalto (desde este punto hasta unos kms luego de realizar la cuesta Queulat, es solo calamina y ripio), encontramos pan amasado y queso para tomar once un poco más adelante. Decidimos quedarnos un poco más arriba donde termina el fiordo, entre unos pastizales que están a la orilla del camino.
FIORDO QUEULAT-VILLA AMENGUAL (56 KM): Sabíamos que nos tocaba una de las cuestas más duras de la Carretera Austral, esa misma que la vez anterior no pude realizar por completo por tener una rodilla lesionada. Ahora iba de norte a su con el sol encima, así que teníamos que salir temprano. Y así fue.
Comenzamos el pedaleo, en los primeros kms nos encontramos a algunos ciclistas que habíamos compartido en el camping de Puyuhuapi, iban modalidad bikepacking, un tanto más ligeros que nosotros pero con algunos problemas mecánicos. Les eché una manito mientras mi compañero se alejaba rumbo a las cuestas. Al rato lo alcancé y comenzó la parte que iba en subida y en curvas.
Importante referir que pasan camiones tolva y automóviles varios, muy respetuoso con los pedaleros pero al ser el camino estrecho debe ir con cuidado. Sumado a esto hay tierra suelta y pedazos de rocas en las curvas. He ahí lo complejo de este tramo, que si bien tiene una buena altimetría, más peligroso es lo que te relato.
Después del Salto el Cóndor, viene una exquisita bajada, técnica a ratos, así que debes tener buenos frenos y harta precaución ya que la calamina o te revienta los neumáticos (a todo esto en estos tramos debes bajarle un poco la presión) o pasas cagando por el ripio y tierra suelta que hay en las curvas. Ojo ahí.
En la última bajada divisarás un carrito de una persona que completos, un clásico para reponer fuerzas. Aquí mismo está el desvío hacia Puerto Cisnes por la X-24 o sigues por la R-7 destino Villa Amengual. En nuestro caso tomamos la segunda opción sin antes comer unos italianos con ají.
Luego de 56 kms en unas 4 hrs y media, llegamos Villa Amengual, donde nos dirigimos a comprar bebestibles y comestibles para compartir en la plaza del pueblo. Estábamos atentos por si había feria costumbrista pero no pasó nada por en aquella vez.
Agregar el dato: esta el Refugio del Ciclista a la entrada. Lo tiende la «tía Inés» y sus hijos. Cobra 6.000 pesos la noche y te quedas en un amplio cuarto con más gente que va llegando. Tienes derecho a baño, cocina y ducha. La vez anterior ya me había quedado acá pero en otras condiciones tanto físicas como climáticas, y siempre muy carismática y amable Inés. Nunca me tomé la foto de rigor con ella. Ya se podrá; agregar que puedes también quedarte unos kms más adelante, a orillas del río haciendo camping libre.
VILLA AMENGUAL-VILLA MAÑIHUALES (59 KMS): Saliendo de Amengual, tienes unos cuantos repechos hasta un poco antes del lago Las Torres, luego, es todo plano hasta Mañihuales. Siempre asfaltado además.
En cuanto al lago antes mencionado, tiene un vista espectacular, al que no le tomé ni una foto pero si grabé con la cámara que andaba trayendo y que por supuesto quedó en los registros que tengo en mi canal de YouTube. Bueno, por acá paramos recuerdo a almorzar con mi socio, claro, un poco más adelante, en un riachuelo. Donde la anécdota fue ver pasar unos extranjeros caucásicos de tez casi blanca sin polera, lo cuales se comprenderá que por el sol que había, estaban rojos como jaiba. A lo que Ricardo les gritó: «¡vay a quedar todo insolado weón!»… y éstos de vuelta respondían con un acento muy gringo: «¡gracias, feliz cumpleaños!».
VILLA MAÑIHUALES-PUENTE EMPERADOR GUILLERMO (14 KMS): Si bien el spot estaba preciso, vimos que un poco más adelante teníamos uno mejor, en el río Emperador Guillermo, el cual estaba en el desvío que va hacia Puerto Aysén por la X-50. Esta ruta esta en su totalidad asfaltada y que es a su vez una variante de la R-7 que da hacia Villa Ortega y luego Coyhaique.
Nos quedamos descansando toda la tarde en este lugar. El piso es arena así que brindaba mucha comodidad. Teníamos de todo, incluyendo las pilseners, así que solo debíamos disfrutar del chapuzón y relajarnos todo el resto del día.
PUENTE EMPERADOR GUILLERMO-COYHAIQUE (75 KMS): Era la última parte de este tramo norte de la Carretera Austral y también el último pedaleo de mi compadre por la patagonia, al menos por esta vez.
Como lo puse más arriba, esta parte de la ruta da a Puerto Aysén, es solo asfalto. Si la tomas debes ir atento de no pasarte, si no, doblar en la bifurcación que da hacia Coyhaique, si eso quieres claro. Luego es todo plano, pillarás muchos bueno lugares para tomar foto o descansar, y por qué no, tirar carpa y quedarte. Solo en los últimos kms de esta ruta, hay una gran subida, que además tiene un túnel bien oscuro, por lo que te recomiendo ponerte luces o reflectantes. En mi caso me puse el cintillo linterna hacia atrás y listo. Son unos 500 mts de largo.
Coyhaique tiene de todo. Ideal ir a la Dolbek a tomar unas cervezas artesanales o ir a su plaza de armas, la cual esta construida de forma hexagonal al igual que la ciudad misma. En época de vacaciones de verano siempre hay algún espectáculo artístico-cultural. Lleno de gente. También alrededor de la plaza encuentras salidas turísticas a las Catedrales de Mármol, Cerro Castillo, confluencia del río Baker, etc. Caras no son. Se puede acceder si quieres ir en una van cómodo. Ricardo iba a ir pero no le alcanzó el tiempo.
Bueno, finalmente nos quedamos debajo del cementerio, sí, ahí mismo. No hay nada que temer puesto es un lugar habilitado para el camping libre, con quincho y todo. Estuvimos unos 3 días acampando en ese lugar. Nos encontramos con Guido nuevamente y su pareja; compré unos neumáticos nuevos para las ruedas de la bicicleta ya que no lo había cambiado hace tiempo y sabía que ahora la ruta se venía más pesada en esta segunda parte de la carretera austral sur; fuí a conocer la Piedra del Indio. y otros lugares de atractivo turísticos.
COYHAIQUE-EL BLANCO (37 KMS): Partí a dejar a Ricardo al transfer que lo llevaría al aeropuerto de Balmaceda, este servicio normalmente cobra 5.000 por persona y 5.000 por bicicleta. Sale desde el aeropuerto y de unas cuadras cerca de la plaza de armas de Coyhaique.
Los datos: luego de enlazar con la R-7, a unos kms, comienza una gran subida de unos 350 mts. El camino es todo asfaltado, en ese sentido, se hace mucho más fácil. Transitan pocos vehículos y tiene buena berma. Un vez alcanzada la cima, tienes buena vista para detenerte un rato a sacar fotos o a apreciar el paisaje; la localidad de El Blanco tiene de todo, minimarket, iglesias, un centro de salud y un camping de nombre «Las Confluencias». Puedes también hacer camping libre a la orilla del río Blanco (considerar que llega más gente).
EL BLANCO-VILLA CERRO CASTILLO (30 KMS): Me despertaron unos motoqueros que venían llegando al camping libre, así que rápidamente tuve que despabilar a fin de salir a pedalear, no estaba muy cristiano el lugar para quedarse así que preferí irme. Antes me abastecí con comida en el primer local que pillé.
La ruta estaba exquisita. Todo pavimentado y es su totalidad plano. En algún momento te topas con un gran pórtico que dice: «Puerto Ibáñez» (o algo así). Desde aquí el paisaje nuevamente toma ese verdor patagón tan característico de esta región. Si tienes suerte, verás algún huemul, de hecho, está señalizado que los automovilistas deben andar con cuidado porque se cruzan por la carretera. Tuve la suerte de ver un par pero no alcancé a fotografiarlos, solo pude grabarlos con la cámara estilo Gopro.
De los datos: hay una variedad de camping, me quedé en dos, siendo el segundo mucho mejor: «Rustika Patagonia», ya que está a la entrada del trekking Cerro Castillo. Tiene espacio en común, muchos lugares para tirar la carpa y en ese momento costaba 6.000 pesos chilenos por persona; los negocios se encuentran todos alrededor; tienes la posibilidad también de ir a hacer «Las Manitos», un vestigio de manos en unas rocas de los antiguos habitantes. Se encuentra ubicado en un museo; y claro, hacia la cordillera se encuentra Puerto Ibáñez, donde puedes hacer el cruce directo a Chile Chico en barcaza a través del lago General Carrera (o Chalenko como lo nombraban los tehuelches).
VILLA CERRO CASTILLO-LAGUNA COFRÉ (57 KMS): Salí relajado, confiándome que el camino se mantendría igual… ¡craso error!. A unos kms de Cerro Castillo se termina el pavimento y comienza la calamina, que te acompañará hasta el fin de la carretera austral. Sí optas por llevar un carro de arrastre, puede que se suelte la soldadura. Tuve que asistir y acompañar a otro ciclista en esta situación, donde tuvo que «hacer dedo» para que lo llevara una camioneta hasta otro pueblo. A considerar.
Además me tocó lluvia, al fin lluvia. Paré en un paradero a resguardarme un rato y justo en ese momento, se cae con más intensidad, así que aproveché de cocinarme algo y comer. Al pasar un poco, seguí pedaleando, me di cuenta que el clima y la zona en general era mucho más inhóspita que la parte norte de la carretera. Menos casas y el viento comenzaba a «pegar» cada vez que habían zonas abiertas como fue en el caso de «el bosque muerto» que se encuentra a unos kms más arriba del puente Manso (que de manso tenía bien poco ya que corre un torrente de agua bien fuerte).
También se puede apreciar desde los miradores el imponente río Ibáñez que acompaña en todo momento y un poco más adelante, río Cajón, que tiene menor caudal pero de igual forma tiene un color verde esmeralda. Te comento en que este tramo se siente muy fresco el pedaleo, de hecho si hubiese tenido sol encima también, ya que es como de Caleta Gonzalo a Chaitén, con tierra compacta de camino a ratos.
Finalmente, luego de casi 60 kms y con una subida de 200 mts, decidí quedarme acampando libre en Laguna Cofré. Tuve que pasar la bicicleta por un alambrado con púas y listo, quedé incluso resguardado con las lengas verdosas que tapaban el color naranjo de mi carpa. La noche estuvo bien ventosa, era nuevo eso para mi ya que el viento ahora sería otro factor importante por otros 2.500 kms aproximadamente.
Datos: Compra un ración para dos días en Cerro Castillo, la ruta si bien no es tan tan dura, si te darán ganas de quedarte unos dos días entre medio de tanta vegetación y silencio humano. Igual te comento que hay un par de casas que venden pan amasado pero en cuanto a otro tipo de comida, nada hasta Puerto Río Tranquilo; ponle cadencia (pasa cambios a piñones grande) con viento en contra ya que si no, harás fuerza de más.
LAGUNA COFRÉ-PUERTO RIO TRANQUILO (63 KMS): Una vez ordenado y limpio todo, salí nuevamente a la ruta. Ahora tenía un día nuevamente a punto de llover y con abundante nubosidad. ¡Rico csm! recuerdo que dije. A unos kms de pedaleo, noto que ahora se me venía la bajada hasta el nuevo destino: Puerto Río Tranquilo. Iba motivadísimo, al fin conocería las Catedrales de Mármol que tanto salen en las postales.
Iba tan rajao bajando en bici que me pasé un par de miradores, el lago General Carrera (Chalenko) es impresionante, el más grande de Latino América. Por otro lado la lluvia me cayó justo antes de entrar al pueblo. Divisé antes un desvió a Bahía Murta, la cual luego averigüé que en ese sector se puede hacer «las cuevas de mármol» que son igual de lindas que las catedrales.
Ya en el pueblo, paré a comerme un completo en el primer carrito que está luego del puente. Tenía hambre y el frío estaba austral. Apenas paró la lluvia fui a buscar un camping, el primero que pillé la verdad me quedé. Al ser un lugar turístico mucho no me podía regodear, aparte estaba lleno de otros jóvenes y familias en la misma que yo: conocimiento.
En el camping me instalé como pude porque el viento no dejaba poner el toldo de la carpa así que una vez listo todo. Aseguré de igual forma la carpa con camotes (piedras grandes). Salí a preguntar como se podía acceder a las catedrales y los mismos dueños del camping donde estaba, «Don Manuel» prestaba el servicio. El tema es que no se podía salir en embarcaciones por el clima. Ordenanza de la marina chilena.
Cuento corto, estuve dos días en Pto. Río Tranquilo, una noche me mandé un carrete con unos mochileros y mochileras, además estaba el ciclista del carro de arrastre que me invitó un vino en caja, era que no iba a aceptar. Como el día siguiente no se podía salir a navegar el lago, paseé en bicicleta por el sector, con resaca claro.
Datos: Como lo dije, al tener un atractivo turístico como las catedrales, el pueblo consta de muchos campings, todos bordean entre los 6.000 a 8.000 pesos chilenos. Donde me quedé, además de camping, tiene el servicio de lanchas. Además hay varias hostales, almacenes y una Copec.
PUERTO RIO TRANQUILO-PUENTE GENERAL CARRERA (43 KMS): Sin duda una de las más duras, la calamina es constante y por ende tu pedaleo será más lento. Debes ir sorteando algunos baches. Luego toca una subida de unos 250 mts. Nada imposible pero con calma no más.
Por ahí me encontré con unas suecas, una pareja, que andaba recorriendo la carretera en bici cruzamos unas palabras y una de ellas, que hablaba algo de español, me comentó que venían de El Chaltén, Argentina, así que aproveché de corroborar la información de como cruzar por la Laguna del Desierto. Simpáticas las muchachas pero íbamos en caminos opuestos, así que proseguí.
PUENTE GENERAL CARRERA-LA PENINSULA (42 KMS): Ahora tocaba otra maravilla de paisaje: río Baker y su confluencia con el río Neff. Y, como sabía, estaría duro el trayecto, así que partí temprano sorteando calamina y hoyos del camino.
Luego de apreciar el lugar, sacar un par de fotos y grabar, salgo por el mismo portón (pidiendo ayuda claro) con destino Cochrane, el tema es que faltaban kms y se venía una gran cuesta que bordea la Reserva Nacional Patagonia, son unos 250 mts pero lo complicado sería lo estrecho del camino, además que tiene un precipicio. Atento/a no más y darle paso a los vehículos motorizados.
Por lo anterior, me quedé acampando en un lugar (no pueblo) de nombre «la Península», la cual se encuentra por un camino, X-890, estilo sendero.
LA PENINSULA-COCHRANE (31 KMS): Como comenté arriba, tenía ahora que pasar por una cuesta, esto me lo refirieron otros cicloturistas que conocí. Salí temprano entonces para encontrarme con la menor cantidad de vehículos posible. Y así fue. Me quedaba un poco de comida y además, iba tomando agua del Baker, agua de deshielo de glaciar y que es a su vez el río más caudaloso de Chile, un gusto entonces beber de aquel líquido. Repito, si tienes problemas de estómago, no la tomes, y si no, dale no más, acostumbra tu organismo a lo natural.
Luego de la bajada eterna por calamina, llego a Cochrane a eso de las 16:00 hrs, me fuí directo a buscar un camping, quería lavar ropa. Opté por el camping San Lorenzo, 6.000 pesos por persona. Me quedé dos días, donde aproveché de comprarme un gorro y calcetas de lana. Incluso con «calor hace frío» como me dijo la Sra. que atendía el local. No va a saber ella que es de ahí mismo. Además, saqué plata del único banco que encontrarás, más adelante no hay nada.
Nuevamente me pilló la lluvia, tenía ganas de conocer la Reserva Nacional Tamango, no pude asistir por esta vez. La noche anterior compartí con una familia que andaba recorriendo en camioneta, eran de Osorno. Hay estuvimos bajando un vino con el calor del fuego. Al día siguiente decidí seguir el camino.
Datos: como puse arriba, aquí debes sacar dinero, junto frente a la plaza de armas esta el banco. Así podrás ir comprando pan amasado cuando te pilles a alguna casa donde vendan; considera hacer la Reserva Nacional Tamango; esta lleno de hostales y campings, sácate la foto de rigor en la entrada donde está el cartel, luego supe que estaba eso; hay un taller de bicicletas por si llevas una panne, aquí puedes solucionar.
COCHRANE-RIO LOS ÑADIS (62 KMS): Partí con un poco de lluvia, pero como había visto el clima en internet, sabía que se detendría casi a medio día. Sabía que en la patagonia, además de «el único que corre es el viento», también se viven las cuatro estaciones del año en un día. Es decir, al rato haría se pondría templado el ambiente.
Paré recuerdo a comer, en un riachuelo, resguardado del viento por los árboles y un pequeño montículo de tierra. Para mi sorpresa me topo con un cicloviajero, un tipo alto, de unos casi 2 mts de estatura, que andaba en una bicicleta aro 26 cargada con una «mochila mochilera», de esas que sirven para hacer trekking, de unos 60 lts, instalada en la parrilla trasera.
Saludé al hombre, no me dio mucha bola, de hecho, como que saludó con la cabeza y siguió al sur pedaleando fuerte y derecho. Estaba en la misma, comiendo. Me instalé entonces en ese improvisado refugio a comer. Recuerdo me hice unas lentejas. Reposé, recargué agua y salí a pedalear otra vez.
De lejos visualicé un corta viento color verde, era el tipo que me había topado kms antes, ése mismo que no fue muy amable en el saludo. Andaba con celular en mano buscando la misma ubicación que daba la app Overlander!. Entramos junto al lugar, me aseguré con un buen espacio, uno que me cubriera del viento.
Ya con mi campamento listo, salgo afuera a buscar leña para una fogata y el tipo me ofrece una «bieg» (cerveza), !ya poh¡ le dije. Es así como comenzaría nuestra amistad con Williams, de Le Mans, Francia. Con el cual desde ahora continuaríamos juntos el resto que nos quedaba de carretera austral, y que sin querer, nos encontramos en Punta Arenas, el mismo día y hora antes de cruzar a Porvenir para hacer Tierra del Fuego. De esto, en la otra parte de este blog que ya esta en mis entradas.
RÍO LOS ÑADIS-TORTEL (64 KMS): Después de ayudar a Williams con la parrilla trasera de su bicicleta, nos dirigimos destino Caleta Tortel, donde no tendríamos que desviarnos de la ruta original para entrar al pueblo de «las calles de madera». Tengo un par de fotos que pude rescatar, las colgaré junto con datos.
Nuevamente teníamos vista al río Baker casi a la cuarta parte de éste tramo, nos llamó la atención en una parte, donde se ubica el río El Paso, hay una bajada de ripio, divisamos a lo lejos un cardumen de peces saltando. Al llegar nos dimos cuenta que eran decenas de truchas que nadaban río abajo. Almorzamos ahí con Williams, con ese espectáculo. No hablaba tan fluido el español así que tuve que enseñarle ciertas expresiones como por ejemplo: «cacha», «la media vola’ita» y otras. Además de lo formal claro está.
Llegamos al puente del río Vagabundo. Unos mts más arriba, está el cruce de la R.7 y la X-904. Esta última te lleva a Caleta Tortel. En un paradero de aquella bifurcación, nos encontramos con unos ciclistas que habíamos compartido tanto Williams como yo, ambos por separado. Con ellos se encontraba otro ciclista, el cual se le había roto su carro de arrastre. «Otro más» dije para mi. Para esta ruta tan dura quizás descartar esa opción de llevar tu equipaje. El amigo se quedó esperando algún vehículo que lo llevará a puerto Yungay, donde supuestamente habría una persona que suelda fierros.
Efectivamente, los otros ciclistas rajaron en sus bicicletas por la calamina y ripio, se fueron a asegurar el camping. De hecho, cuando llegamos, ya estaban listos con sus carpas estiradas en una terraza de madera. Creo que hay otra opción, un Sra. de un kiosko, el único que existe en realidad en «la plaza» del pueblo. Ella te deja tirar carpa en su terreno.
Por nuestra parte teníamos que solucionar donde nos quedaríamos, era casi de noche. Williams se me desesperó un poco y quería arrendar una cabaña, las cuales cobrarán cerca de 50.000 pesos chilenos por persona. Claro, le oyeron acento «gringo». Es entonces, que vi el colegio del lugar y le dije a mi socio que taráramos la carpa en el pasto, total, al otro día podíamos salir temprano.
Entramos, y una vez estábamos a punto de tirar la carpa, me fui a revisar si había un baño, le di vuelta alas perillas de las puertas hasta que me di cuenta que la de la cocina estaba abierta. «Walá» le dije a Williams. Ahora teníamos un refugio con techo, agua caliente y espacio suficiente para quedarnos. Williams había comprado una cervezas así que celebramos «la astucia».
TORTEL-REFUGIO DE GAUCHO (93 KMS): Nos quedamos dos días pernoctando en el colegio, a lo bandi´o. Tuvimos suerte, los niños y niñas aún no entraban. Además dejamos todo limpio y hasta, más limpio y ordenado. Ud. no lo haga ya que solo tuvimos suerte. mejor llegar temprano y asegurar el camping o hablar con la Sra. del kiosko.
Otra suerte más… el día que nos fuimos, hablamos con un tipo que iba saliendo del estacionamiento de la plaza, tenía una camioneta de esas 4×4, y como no queríamos pedalear todo el trayecto hasta el cruce en bicicleta para ahorrarnos ese tiempo, le pedí si nos podía llevar. No tuvo problemas y echamos las bicicletas arriba.
Teníamos que pedalear rápido ya que la barcaza estatal (gratuita) sale a las 12:00 hrs y luego no salen más hasta el otro día. Nos apuramos pues y en un rato ya estábamos en Puerto Yungay para cruzar por el fiordo Mitchell a río Bravo. Estábamos bendecidos por la madre tierra.
Creo que dormí los casi 50 minutos que dura el viaje. Una vez bajamos nos nos cayó llovizna, y notamos que venía una pareja de alemanes cicloturistas en la barcaza. Nos saludamos y conversamos un rato. Yula, el nombre de la chica y Jonas, el del muchacho. Partieron rápido al saber que íbamos con el mismo destino, el refugio que todos hablaban, un refugio de gauchos que era usado por cicloturistas mayormente.
Dato: Hay dos de estos refugios luego de desembarcar en río Bravo. Este que se ve en la foto y el otro que está unos kms antes de llegar a Villa O´higgins. Te recomiendo los busques en la app Overlander!.
REFUGIO GAUCHO-VILLA O´HIGGINS (57 KMS): Yula, Jonas, Williams y quien escribe, nos despertamos muy temprano, el viento, que ya era parte del día a día, azotaba el refugio. ¡Que mejor despertador!. Todos desayunamos unos tallarines con «carne» de soya, algo que se le ocurrió a Yula con el propósito de eliminar lo que le quedaba de comida.
Pues bien, partimos los 4, nos quedaban casi 60 kms, el camino es plano y en bajada en este último tramo, en un par de horas ibamos a estar en Villa O´higgins. Nuestros amigos alemanas llevaban más prisa, con Williams decidimos ir más lento, como que no queríamos llegar a «al fin de la Carretera Austral» en verdad. Algo similar nos pasó cuando nos faltaban pocos kms para llegar a Ushuaia (historia relatada en otra entrada de este blog).
Como comenté arriba, encuentras camping, recomiendo «Los Pioneros», a 6.000 pesos chilenos. Mucho espacio, quinchos, mesas de camping, baños, duchas calientes, espacio común (refugio) para compartir. También hay unas hostales por si quieres estar más cómoda/o; Ten encuentra que es una zona rodeada de glaciares y nieve, es decir: pasarás frío si no vas bien equipado; si vas a cruzar a El Chaltén, Argentina, y desde aquí seguir tu travesía, debe comprar pasajes para la barcaza que sale 3 veces a la semana, la cual te cruzará por el Lago O´Higgins hasta la localidad de Calendario Mancilla. Esta barcaza tiene el valor de 36.000 pesos chilenos, y también, en la misma agencia (hay dos agencias la verdad), debes comprar la otra que te cruzará por la Laguna del Desierto, Argentina, esa vale 25.000 pesos chilenos.
DATOS: Si solo pretendes llegar a Villa O´Higgins y luego devolverte a la zona norte sin pedalear de vuelta, considera lo siguiente:
-Regresar a Caleta Tortel (puerto Yungay) y tomar la barcaza hasta Puerto Natales. Son 48 hrs de viaje, creo es muy hermoso puesto pasas por un sin fin de islas y fiordos. Mucha paciencia, son dos días. Luego podrás tomar el avión desde Puerto Natales a tu ciudad de origen. Debes averiguar primero ya que al parecer ese aeropuerto solo funciona en verano chileno.
-Tomar el bus que regresa a Cochrane, sale tres veces en la semana desde Villa O´Higgins. Luego tomar otro bus hasta Coyhaique y desde aquí, al aeropuerto de Balmaceda.
-Si vas a cruzar a Argentina, cambia dinero en Coyhaique, o mejor aún, pídele a alguien que te deposite y retiras en Wester Union. Lo otro, es cambiar dinero informal en Argentina pero, baja mucho el valor.
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DISFRUTANDO EL SILENCIO: Vallenar – Copiapó (Desierto Costero)
En abril de 2022 me pedí dos semanas de vacaciones para continuar mi travesía de recorrer el norte chileno en bicicleta. Esta vez tenía pensado realizar la ruta comprendida entre la localidad de Vallenar a Copiapó pasando por la zona Costero de la Región de Atacama y seguir al desierto de la misma región más arriba. Para esta ocasión, como decía un buen amigo mío: «todo fluye».
Vallenar – Alto del Carmen: Llegué en bus desde Santiago muy temprano por la mañana a Vallenar, donde el sol me recibió con todo su esplendor (la noche anterior salí con nubes desde Santiago). Venía preparado, la experiencia por la Región de Coquimbo me enseñó lo caluroso del día y el frío de las noches en el norte chileno.
Armé la bicicleta junto a mi equipo bikepacking y partí a buscar algún almacén de barrio para abastecerme y comprar alimentos. Tenía que tomar desayuno además. Me metí a la costanera de la ciudad, muy linda por cierto, por donde corre el Río Huasco -con muy poca agua- y por ese verdor de valle me acomodé a comer. Mencionar que la costanera tiene una gran ciclovía que recorre todo el tramo de cauce.
Recordé que debía llevar más agua de lo habitual. Tenía un lugar preparado para echar unos tres litros, solo me faltaba la botella. Es por lo anterior que partí a comprar una bebida. Le pregunté a un Sr. de un kiosko por algún negocio que estuviera cerca de donde estaba y me indicó uno. Al llegar al emporio entablé conversación con Fabián, una persona que había recorrido gran parte del desierto de Atacama. Me armó un panorama mientras esperábamos en la fila. En su juventud había mochileado el desierto casi entero así que sus consejos me servirían de mucho.
Solo había bebidas dos litros. Igual me servía. Me dirigí a alguna banca para cambiarme de ropa, ordenar y partir al aventurón. En eso que voy dando la vuelta de la cuadra, me encuentro con un contenedor de reciclaje de plásticos. Me puse a buscar una botella de tres litros y justo en ese momento de mi ser diógenes interno, aparece un ciclista de nombre Nicolás, con el cual hablamos un buen rato ya que me preguntó por los bolsos que andaba trayendo. Me mencionó que tenía intención de comenzar a realizar cicloturismo.
Luego de despedirme de Nicolás, y con ahora un reicle de una botella de 3 lts, tenía que deshacerme de la bebida que había comprado, no la iba a botar. En por ello que fuí a dejarle la bebida de dos litros al Sr. del kiosko, la cual me recibió con gusto para «el almuerzo» dijo, además de una «que dios lo cuide». Me encanta la sabiduría de la gente anciana…
En el camino me pillé una caseta de trabajadores de tránsito y fue mi restorán por aquella jornada. Me preparé almuerzo y comí mirando el valle y el embalse. Capeando el calor en ese improvisado comedor, pensé que podía seguir subiendo hasta Alto del Carmen, tenía que conocer donde se hace el típico pisco de la zona, y, además, disfrutar un poco la zona cordillerana de la Reglón antes de bajar a la costa.
Alto del Carmen – Freirina: Si bien el camping estaba bueno, no pude dormir como corresponde puesto que llegaron casi de noche unas familias en autos y estuvieron de fiesta hasta las 04:00 am. Es por las razones que no me gusta quedarme en campings y lugares muy habitados cuando salgo de aventurón con la bici, ¿por algo se sale de la ciudad no? para relajarse. Cosa de cada quien.
Ordené todo y comencé a bajar por el mismo camino que había tomando para llegar hasta allí. Llegué a Vallenar en unas dos horas. Muy rápido por la bajada. Pasé a comer a un local de comida casera: una cazuela de entrada, segundo plato ensaladas, papas mayo y una chuleta de cerdo.
Luego de aquel banquete, tomé la C-46 destino a Huasco. Esta ruta es con una diminuta berma, pasan camiones cada cierto rato y los vehículos livianos pasan a una gran velocidad. Algo compleja pero «hacible». Si bien me acompañaba la quebrada Huasco muy verde, poco a poco comenzaban a aparecer los colores costeros, mezclas entre un gris cálido y un ocre desértico.
Aprovechando la baja temporada, quería ver alguna pieza para quedarme, algo no tan caro. Por lo tanto, pase a Freirina, localidad que se hizo conocida hace algunos años por ser un punto de protesta popular contra un matadero y procesadora de alimentos de cerdos de una marca conocida en el mercado. Sus murallas y calles relatan aquella historia de insurrección.
Llegué a eso de las 16:00 hrs y pregunté por alguna hostal. Me indicaron «el de la Sra. Rosa» ubicado en Los Ángeles 670. Me dirigí al lugar y su dueña, la Sra. Rosa, me cobró por una cama de dos plazas + baño + TV cable + wifi = 8.000 pesos chilenos. Qué mejor… salir a recorrer en temporada baja es de lo mejor sin duda.
Freirina – Tres Playitas: Tenía todo ordenado así que tocaba solo salir a darle al pedal. Tomé desayuno en una plaza de Freirina. Me habré demorado una hora en llegar a Huasco con un clima muy agradable, estaba nublado. En el mismo pedaleo, recordé que en Vallenar tuve que haber comprado un gas para la cocinilla, se me fue. Ahora tenía que ver si en Huasco podía pillar en alguna ferretería.
Como llegué temprano me dediqué primeramente a conocer el puerto de Huasco, sabía que no me quedaría allí y quizás cuando volvería, así que en ese caso siempre es mejor aprovechar. Me estaba sacando una foto con un trípode que llevé para esta ocasión, y se me acerca Renato, un Sr. de Iquique el cual conocía muy bien la zona costera de casi todo Chile por haber sido marino de la armada.
Me ayudó a sacarme una foto y de ahí parlamos harto rato. Me orientó respecto a las mejores postales de la zona costera de Atacama. Me cagué de risa cuando me dijo «si pasaí a Llanos de Challe vai a ver puras llamas culia´s mejor anda a Pan de Azúcar, allá puros zorros».
Así estuvimos un buen rato cuando recuerdo que tenía que comprar el gas. Me despedí del hombre y fuí a algún local a preguntar si había. En las tres ferreterías de la zona no había nada. Supermercados tampoco. Me resigné y seguí camino a Tres Playitas que se encontraba a pocos kms de donde estaba. Seguí las indicaciones de los carteles y me metí a Huasco Bajo. En esta villa me pillé una botillería con artículos de pesca. Me compré una lata de cebada y por casualidad pregunté por el gas, y sí, sí tenía me dijo la lola. Claro, estaba un poco más caro de lo que vale pero en fin, lo necesitaba.
Tres Playitas – Carrizal Bajo: Temprano me desperté con la idea de tomar desayuno acompañado de una limpia vista la mar atacameño donde alguna vez habitó la cultura Molle. Tenía unos invitados a los que vería en gran parte de esta aventura: el jote de cabeza colorada. Increíble espécimen pero igual de astuto que un zorro.
Una vez todo listo, salí a la ruta interna C-470 a la cual la rodean rocas erosionadas por el viento y el agua marina. El destino… algún lado bonito para quedarme. Al lado de Tres Playitas, yendo hacia el norte, se encuentra Los Toyos, una villorio más grande pero que también son «casas de veraneo», con varios letreros de venta de comida y abarrotes pero ninguna en ese momento habitada.
Las playas en esta oportunidad estaban vacías, para no decir desoladas «ni un alma» se veía. El camino interno tiene bajadas en varias partes al mar. Iba bajando al océano cada vez que podía. Al rato la ruta conecta con la principal, la C-10 (las dos asfaltadas) pero poco me duro cuando vuelvo a entrar a otro camino interior con vista al mar. Esta vez el terreno es una mezcla entre cemento, tierra y arena.
Frente al refugio de CONAF, hay un camping concesionado que cobra 10.000 pesos chilenos por persona del cual no opté por esa opción, pasé de largo a Carrizal Bajo ya que es un lugar con una historia de una operación político-militar que se gestó en los años 80´s en Chile (averiguar de qué trata) y que por lo menos quería estar en la localidad e imaginarme el trabajo de inteligencia que allí se desarrollo.
Como llegué relativamente temprano a Carrizal Bajo, miré donde podía acampar pero no se visualizaba nada que pudiese ser refugio aquella jornada así que me di un par de vueltas por el pueblo, mucho perro les digo desde ya, caminando y tratando de proyectar donde había ocurrido todo ese trabajo subversivo que les mencioné arriba.
Como se oscurece temprano en otoño y cae con la noche el frío, debía quedarme en algún lugar. Leí en un almacén «arriendo de piezas single y matrimoniales» en dos lugares: en el primero no habían moradores y en el segundo, al llegar, estaba el número de celular en la puerta así que llamé, me contestó Don Juan, que «venía llegando de Huasco en micro. Espéreme», me dijo. Comentar que el pueblo es chico y casi todos se conocen, entonces mi presencia con una bicicleta llena de bolsos no pasaba desapercibida para los habitantes.
Una vez llegó Don Juan, conversé con él, le dije que me quería quedar dos jornadas ya que me habían hablado mucho de Llanos de Challe y quería visitar su playa y hacer un trekking a sus cerros. No había problema. Me cobró por los dos días 15 mil pesos.
Don Juan me contó un poco de como era la vida en Carrizal donde «la vida es dura» y claro, si la mayoría de las partes que había pasado no contaba con agua potable y respecto a la luz, aún se alumbran en las noches con esos clásicos chonchones de parafina/bencina o velas.
A pesar de los reventones de la cámara, lo pasé bakan. Lo mejor, el color de los cerros al atardecer y la playa con una arena blanca que llegaba a escandilar. Luego retomé los 12 kms de vuelta a Carrizal Bajo para bañarme, comer y preparar el siguiente día.
Carrizal Bajo – Bahía Inglesa: Como me quedé en la hostal tenía todo bien armado así que era llegar y salir. Compartí la última conversa con Don Juan y me dispuse a ir a tomar desayuno a la caleta como lo venía haciendo todas las mañanas.
Con el estomago lleno de fritura y queso más una bebida que me zampé, subí a retomar la C-10 que pasando el humedal antes mencionado, baja a otro camino alternativo, esta vez, a Caleta Pajonales donde no había un alma pero si una buena panorámica del océano pacífico. No estaba muy cristiano para quedarme en el lugar así que como era plano el camino, decidí continuar hasta Caleta Barranquilla a unos 44 kms.
Llegué a Bahía Inglesa a eso de las 18:00 hrs y lo primero fue tomarme una rica pilseners, tenía que refrescarme y pensar que hacer con la panne. Luego consulté con la gente de almacenes si había un taller de bicicletas pero me indicaron uno que solo arrendaba para pasear por el lugar. Finalmente alguien por ahí me dijo que el único taller estaba en Caldera que estaba a unos 6 kms.
Con esta información me fui a tomar la cerveza a la costanera donde conocería a un artesano de nombre Jorge, y a su pareja, Eliana, con los cuales entable la parla y además me dieron el dato de ir a quedarme a un camping que estaba en la orilla de la playa. Además me regalaron el comoding: «di que ´soy´ artesano y te van a hacer un precio».
A eso de las 19:00 hrs salí a caminar un poco por la costanera donde compré el típico imán para el refrigerador de esos que se llevan de recuerdo para la casa (para que te crean) y me volví a pillar con Jorge, el artesano del día anterior. Ahora compartiríamos un vino y conversaríamos más rato, era día viernes así que estaba ideal para «carretear». Me vendió a buen precio unas piedras de la zona como lo son la atacamita y crisocola. Jorge se dedica a eso, a la orfebrería y a recolectar piedras para luego venderla. ¡Que estilo!
Bahía Inglesa – Flamenco: Me despertó un vendaval de viento y arena si no me quedaba echado hasta tarde. No tenía resaca pero acumulado cansancio. Después de todo venía de trabajar casi todos los días en Santiago y ahora darle al pedal casi todos los días, agota.
En algún lugar paré a prepararme almuerzo. Detrás de las rocas claro por el viento. Luego seguí pedaleando en todo momento junto al mar y por el otro lado desierto. Iba muy bien, con buen tiempo. Las bicicletas de ruta y gravel permiten eso quizás, por la postura aerodinámica que uno adopta. Fue así que en poco rato llegué al destino propuesto para ese día, Punto Obispito, ví en el mapa que había una entrada por una camino pavimentado y bueno, entré. Jamás pensé el recibimiento que tendría.
Apareció un perro, mediano, de color amarillo, aún lo recuerdo ajaj me ladraba desde lejos, ya había tenido la experiencia en esta aventura de perros salvajes que lo hacían yluego se alejaban pero este de a poco comenzó a acercarse, no le tomé importancia al principio pero luego aparecieron sus «amigos, eran unos 7 perros más, estos mucho más grandes así que rápidamente visualicé el retroceso y algo para defenderme o quizás una roca para subir o ponerme contra ella. No había nada y los perros ya estaban casi encima de mi. Me rodearon y luego de unos segundos donde los traté de evitar, aparece un tipo de lejos, éste los espantó con un palo. Agredecido.
Conversé con la persona y claro, él se excuso y me comentó que no era dueño de los perros, que estos animales llegan a los rucos (casas de material ligero construidas para pernoctar) los cuales estaban por todo el borde costero. Los rucos pertenecen a personas que extraen huiros, los huireros. Estábamos en eso cuando me percaté que el perro amarillo me mordió, o me pasó a llevar mejor dicho con sus colmillos, un glúteo. No le di importancia en ese momento, tenía que ver donde me quedaba, me urgía más eso.
Flamenco – Chañaral: Hablando vía Instagram con una amiga que es matrona, me aconsejó ir a un centro de salud para que un/a especialista me viera la mordedura y me diera el tratamiento más adecuado. Sabiendo lo anterior, verifiqué algún hospital en Chañaral que estaba a 33 kms de donde estaba. Pues, me bañe, desayuné y partí a seguir recorriendo el borde costero atacameño.
Los 33 kms me los fuí recorriendo plácidamente. El camino interior daba a caletas y balnearios como: Las Piscinas, Punta Roca Baja, Villa Alegre y Portofino, donde divisé a lo lejos surfistas, y como no, es ideal para practicar ese deporte allí. Estaba bueno el día. Saqué un par de fotos al paisaje pero en la cámara no cabe la espectacular perspectiva que entrega esta parte del planeta tierra y menos la alegría de recorrer en bicicleta.
El camino interior se acaba en Portofino, el villorio más grande de ese tramo. Tiene varios almacenes, y en la época que hice este recorrido, no estaban abierto todos. Luego conecta nuevamente con la ruta 5 norte. Hay un tramo peligroso que recorre desde la localidad de Barquito y Chañaral, donde se separan ambas por unos par de kms y la berma es muy pero muy estrecha y la salida de camiones es constante desde las minas. Mucho ojo si pasa por ahí.
A unos kms antes de llegar a Chañaral, hay dos restoranes, pasé a uno de ellos donde me comí por 4.500 pesos, dos platos de comida, sí, son dos contundentes porciones. Me olvidé comentar que te dicen: «de entrada tenemos cazuela y de fondo carbonada», pues para trabajar en las minas, hay que tener harta energía, sobre todo los obreros.
Ya en Chañaral, llegué a eso de las 15:00 hrs, me fuí directo al hospital, era día domingo así que tenía que revisarme luego la mordida para poder seguir la ruta con las indicaciones médicas que me dieran. El hospital estaba vacío así que la atención fue rápida. La enfermera a cargo me confirmó el auto diagnóstico que me había hecho, «no es grave ya que solo raspó los colmillos en la piel», me dijo en un principio pero agregó que «debía de igual forma vacunarme y seguir el esquema (5 vacunas en un mes) puesto el perro que me mordió es considerado N.N. o simplemente salvaje». Por lo que me comentó, llegan muchos casos por lo mismo motivo.
Con la primera vacuna puesta en el hospital de Chañaral y siendo las 16:30 hrs aproximadamente, me fuí por alguna hostal barata. Pillé una al lado del CESFAM, donde su dueña me cobró 7.000 pesos hasta el otro día. Una pieza muy acogedora donde pude descansar un rato antes de salir a caminar por la zona.
Chañaral – Parque Nacional Pan de Azúcar: Me levanté a tomar desayuno y como no había acampado, tenía todo listo, era llegar y salir a conocer Pan de Azúcar, muy mencionado por quienes iba conociendo en la ruta por su singular belleza. Queda muy cerca de Chañaral, por un camino costero de tierra dura, así que muy fácil de pedalear en poco tiempo.
Pan de Azúcar cuenta con una caleta, la cual tiene dos restoranes que a la vez funcionan como almacenes de venta de artículos varios. También hay un camping y un poco antes, dos campings más. Me quedé en el Soldado, al lado del cerro del mismo nombre y que da justo a la clásica isla de las postales. Cobran 10 mil pesos por carpa muy amplio y que además tiene cabañas. No cuenta con señal de internet, o depende de que compañía sea, en mi caso tengo plan con la empresa de comunicaciones que empieza con la letra E y nada, sin señal pero con la mejor vista al mar.
Parque Nacional Pan de Azúcar – El Salado: Me di una remojá en el mar temprano para despabilar y quedar listo para la ruta de este día. Ahora, luego de días en la costa, y con días nublados, debía subir al desierto árido, caluroso y seco. Antes, esperé un rato a que saliera el sol, cosa que nunca sucedió. ¡Para la próxima!.
Retomé la ruta hacia Chañaral, tenía que pasar a comprar para cocinar almuerzo. En la ruta asomaron un par de animalitos:
Tengo un par de videos por ahí en el Drive, donde voy guardado mis viajes en bici, de como estaba ese camino, la 5 norte por aquí es compleja puesto que los camiones ahora si estaban más bélicos, el por qué, iba subiendo al desierto con viento en contra y con ese «efecto pantalla» que dejaban vehículos pesados tuve que ir más atento. Entretenido igual. No por eso no iba a comenzar a disfrutar desde ahora un festival de cerros de múltiples colores originados por los mineral que éstos poseen:
Luego de un par de horas de pedaleo, cuestas, viento en contra, camiones y buses y con las mejores ganas de llegar al pueblo de El Salado a comer y tomar una cerveza para la sed que llevaba, llego. Mencionar que El Salado es un pueblo minero, tiene un par de negocios y un retén de policía y unas 50 casas aproximadamente.
Habré estado unas 2 horas en el pueblo descansando en una banca de la plaza, tomando una lata de cerveza y almorzando. Después ya era momento de ir a buscar un lugar apropiado donde quedarme. Quizás esta era mi primera experiencia quedándome «en pleno» desierto en modalidad cicloturismo claro, ya que cuando tenía 18 años lo hacía «por ordenes» de los oficiales del ejército de Chile cuando la ley me envió a realizar el «servicio militar» a Arica. En aquel entonces era en la «campaña» como parte de una preparación en simulacro de guerra. En fin, otra experiencia y que ahora lo realizaba con mucho gusto.
El Salado – Diego de Almagro: Ordené temprano puesto apenas sentí las ráfagas de viento a primera hora en la mañana, supe que tenía que partir ya que no tenía nada cerca como árboles (claro si estaba en el desierto) o algo que me cubriera para poder ordenar tranquilo el campamento.
Avancé uno cuantos kms y por ahí me resguardé a tomar desayuno, detrás de una loma de tierra. Me cubría del viento, que ahora lo tenía a favor, y principalmente a mi cocinilla que calentaba el té. No se oye nada, recién me percataba de eso. No pasaban vehículos motorizados ni nada por el estilo, solo un silencio ensordecedor me acompañaba, de ahí el título de esta entrada a esta historia de mi blog: «disfrutando el silencio».
En Diego de Almagro me tocaba mi 2° dosis de la vacuna antirrábica así que me fuí directo al hospital a solucionar eso para conocer un poco el pueblo. Esperé muy poco, la guardia muy amablemente me cuidó la bicicleta todo el tiempo. Comentar que si alguna vez andan por aquí y necesitan atención médica, hay dos hospitales en el mapa, vayan al «nuevo», el otro se lo demolieron.
Me comí un par de completos italianos en un restaurant que está al lado norte de la plaza de armas, son baratos y bien contundentes y por ende, quedé más satisfecho. Ya luego me dediqué a conocer el pueblo, el cual también tiene cultura minera. Estaba soleado la jornada y por esa razón me eché en la plaza a descansar en el pasto verde que a todo esto, días que no veía.
Tenía pensado ir a quedarme un poco más arriba, así como la noche anterior, por ahí por el desierto pero en ese momento, al ingresar a Instagram y subir una historia, me habla «el Jim Morrison de la Serena», un ciclista que en mi viaje anterior a la Región de Coquimbo había conocido, específicamente en la localidad de Paihuano.
El amigo me habló sobre «La Quinta», un pequeño oasis verde que se encuentra un poco más arriba de Diego de Almagro. El lugar es un espacio recreacional de índole comunitario en el cual se realizan conmemoraciones y celebraciones, como las fiestas patrias de Chile, por ejemplo. Por lo anterior, partí para allá y al llegar, claro, era tal cual lo relató «Jim.
Lo malo es que habían jóvenes tomando y carreteando a lo cual no le hago asco ni tampoco quiero parecer siútico en aquello pero para mi cuando salgo a pedalear la aventura, mi foco es relajarme y estar tranquilo en todo sentido. Seguido de lo que vi, seguí inspeccionando el lugar y di con la casa del cuidador.
Al acercarme a Fernando, el cuidador del espacio, de uno 70 años, un tipo muy parado para esa edad, que incluso estaba haciendo hoyos para unos árboles que iba a plantar, me refirió que «a las 18:30 echaba cagando a todos pa´ sus casas» cosa que me provocó risa. Le dije que andaba buscando un lugar para tirar la carpa y quedarme, no tuvo reparos. Me dijo que sí pero que llegara a las 19:30 más menos y que él «fumaba» (entendí el mensaje).
Bajé nuevamente al pueblo a «hacer la hora», eran unos dos en total. Es así como llegué a la salida de un supermercado de una marca conocida y conocí a un par de Sras. con las cuales conversé, y al ver que vendían dobladitas con queso para la once, les dije que las podía ayudar (explicándoles que debía hacer la hora) se rieron y me dijeron «haber como grita», y bueno: ¡dobladitas calientes con queso pa´ la once por acá!. Pasé la prueba.
Diego de Almagro – Inca de Oro: Luego del desayuno bajé a darle los cigarrillos a Don Fernando, el cual me dijo «¿y no le apareció diablo allá arriba? ahí pasan cosas raras.» Ahora me venía a decir pero tampoco creo ni temo a esas cosas. Me despedí de él y le agradecí la buena onda.
Debía que hacer unos 50 kms con una altimetría de 800 mts y con mucho sol así que me fuí con harta agua. Tenía hasta las 18:00 hrs para hacer así que me tomaría unas cuantas paradas, sobre todo por el calor y viento en contra que de seguro iría acompañándome.
Inca de Oro – Copiapó: Comentar antes de seguir avanzando en este nuevo día que existen muchas otras rutas internas por este lugar, muchas. El tema es que hay que andar con tiempo y bien aperado de agua y comida para ir quedándose tranquilamente en la nada. Lo de las rutas me lo comentó una persona que tengo en Instagram.
Prosigo. Tuve que hacer malabares con la carpa para ordenarla y meterla en el bolso. El viento de temprano no dió tregua a este pobre aventurero. Tomar té también fue una hazaña. Ya con toda la rutina de la mañana lista, me preparaba para seguir el rumbo. Por un tema de termino de vacaciones debía llegar a Copiapó, me separaban unos 98 kms que hice muy fácil porque era en su gran mayoría bajada.
Lo malo: pedaleando saqué mi celular, como siempre lo hago, del bolsito donde guardo mis documentos y el teléfono, y este se me cae… resultado, se me trizó parte de la pantalla. Me quedé sin las aplicaciones y sin internet pero por lo menos tenía lo que me importaba, la cámara para sacar fotos a los paisajes.
Antes de llegar a Copiapó pensé: «próximo viaje tengo ganas de recorrer la zona cordillerana de la Región de Atacama, pero será para la otra». Ahora iba llegando al cierre de esta aventura.
Llegué a eso de las 14:00 hrs a la plaza de armas de la ciudad, a un pasto muy verde. Me preparé lo que me quedaba de lentejas junto a unos perros que esperaban que cayera algo de mi alimento. Ahora éstos ya no eran «salvajes», eran citadinos y no temía por otro mordisco; como me quería también bañar, me fuí a buscar alguna hostal barata. No habían muchas opciones por pocos morlacos pero apareció una, de una pieza, en un cité de colombianos: 8 mil pesos chilenos con agua caliente. No estaba malo.
Luego instalarme y darme un baño (lo necesitaba luego de solo andar lavándome con toallitas húmedas) salí a caminar por la ciudad, no tenía acceso a internet así que mejor, andaba más tranquilo y no pendiente de estar metido en redes sociales, de igual forma me tenía que reportar a quienes me esperan siempre.
Último día, Copiapó: La noche anterior no dormí bien, los vecinos/as gritaron toda la noche, estaban de fiesta. Era fin de semana. Salí a tomar desayuno a la plaza de armas. Mencionar que por ser ciudad, y como en todas las ciudades, hay que tener cuidado. En esta ocasión tuve el encuentro de 3 situaciones: la primera un muchacho que al parecer, tenías ganas de revisar mis bolsos. Lo paré como buen callejero y se viró. Luego unas jóvenes que se me sentaron una a cada lado con alguna intención. Les pedí que se retiraran ya que estaba tomando desayuno y quería estar piola…
Tenía bus a las 22:00 hrs así que a las 20:00 hrs más menos me despedí con un fuerte abrazo de ellos y nos dijimos «buena ruta» un clásico pa´ los que callejean la vida. En el terminal me tocó desarmar la bicicleta y comenzar a ordenar para subir al bus. Sería.
Antes de terminar, les dejo algunas sugerencias por si quiere hacer esta linda ruta:
-Agua, mucha agua. Unos 4 lts.
-Bloqueador solar.
-Mucho cuidado con los perritos salvajes, el humano es el culpable que estén en esa condición, no ellos. Mejor ni acercarse y tener respeto pero no miedo.
-Un sombrero de explotador o legionario le ira muy bien.
-Uso de tricota si desea. En mi caso no las encuentro necesarias pero si siempre ando con ropa liviana y de material dryfit. Se suda harto.
-Toallitas húmedas para bañarse, no siempre habrá agua.
…TO BE CONTINUED…
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CICLOVIAJE: (3°parte) Villa O’Higgins – Punta Arenas (ruta R9 Magallanes, Chile).
Luego de haber completado una de las rutas más lindas del mundo para hacer cicloturismo, me refiere a la Carretera Austral, ahora me dirijo hacia la patagonia desértica argentina, la cual me llenará de varias experiencias significativas y un tanto de sobrevivencia. Esta sería mi primera vez saliendo a lado argentino, por un paso extremo que muy pocos se atreven a cruzar.
Villa O’Higgins – Lago del Desierto: Me desperté muy temprano, más temprano que los demás compañeros/as que estaban en el camping El Pionero, tenía que llegar a las 08:00 am a tomar la primera barcaza, la cual me dejaría en la localidad de Calendario Mancilla, Región de Aysén. Límite con Argentina. Había llovido la noche anterior así que eché la carpa toda mojada, no quedaba otra. Pesa el doble así pero nada que hacer, es parte del plan maestro.Laguna del Desierto – El Chaltén: La otra barcaza nos pasaría a buscar a todos a las 11:00 am para cruzarnos hasta la punta sur de la laguna. Así que todos desde temprano estaban haciendo lo suyo: ir al baño, desayunar y ordenar el campamento.
El trayecto por agua hasta la punta sur de la laguna fue espectacular, nos rodeaban muy glaciares, bosque de lengas y ñirres, aves y por su puesto, el viento implacable que poco dejaba asomarse para sacar un foto o grabar, lo que era en mi caso. Ya en el otro extremo, todos los pedaleros que bajamos, quedamos en encontrarnos en un bar de El Chaltén (no recuerdo el nombre). Así entonces, cada cual partió a su ritmo, unos salieron rajaos, tenían que llegar a ver el hospedaje, otros más lentos sacando fotos y grabando y en mi caso, subí a un montículo para grabar la laguna desde ese lugar.
El Chaltén – «Luz Divina»: Luego de un tiempo en El Chaltén, debía continuar, sabía que si me quedaba pegado se me «echaría la yegua» y eso no podía pasar, soy muy inquieto como para estar en un solo lugar. Conocí mucha gente y compartimos bastante, en especial con un español quien nos acompañaríamos unos días más adelante.
Fue entonces que me despedí de Pedro y Flor, no querían que me fuera pero comprendieron, les dejé varias bicis paradas si. Agregar que conocí también a un ciclista de la vieja escuela que tenía taller y organizaba campeonatos en Río Grande, por allá por Tierra del Fuego, Argentina, quien me convidó su contacto (eso está redactado en la parte que sigue a esta ruta).
Salí a eso de las 15:00 hrs, luego de almorzar polenta, partí rumbo a la intersección con la RN40 zona de Santa Cruz. Llevaba un viendo de lado pasable, me permitía pedalear. Al cabo de un rato, conecto con la RN40, y el viento esta vez lo tenía a favor, así que aproveché que me llevará lo más posible hasta encontrar un lugar donde pasar la noche en aquel desierto patagónico.
Es así como seguí rumbo a «Luz Divina», un lugar que otros pedaleros me habían recomendado para pasar la noche, eran varias kilómetros pero con Dios soplándome en la espalda era posible. Por ahí paré también a grabar (todos esos registros en mi canal de Youtube).
«Luz Divina» – El Calafate: Al otro día emprendí el rumbo, destino: El Calafate. Iba por ese glaciar, el Perito Moreno. Por ello, traté (digo traté porque me costó) de salir temprano pero mi cuerpo pedía descansar, le hice caso, una hora más de sueño, total, no tenía que armar la carpa, estaba bajo techo.
De este tramo recuerdo que el viento no me dió tregua, si el día anterior Dios con su soplo me había ayudado, ahora me impedía pedalear. De hecho, eran tan fuertes las ráfagas de viento que tuve que esconderme muchas veces en los túneles de desagüe y/o canales de agua. No me permitía avanzar, llevaba alrededor de 60 kms pero me quedaban 40 y algo aún. En un momento, cuando declinó un poco el vendaval, salí a la ruta otra vez, pero nuevamente volvió el viento. Fue ahí donde paró delante mío un cambión de esos tolva. Bajo el chofer y me dijo: «che vos estás loco, en la radio dijeron que hay vientos de casi 80 km/h». Fue así como junto al hombre echamos las bicicletas arriba y partimos.
Ya en la cabina del camión, me dió mate y unos chocolates que tenía. Solo recuerdo que era oriundo de la ciudad de Mendoza, Argentina. Muy amable el hombre. Al cabo de un rato, vi al español, estaba en las mismas condiciones, así que paramos y lo ayudamos a subir al cambión.
Y así fue que llegamos a El Calafate junto al amigo español, no recuerdo su nombre, y nos dirigimos al camping El Ovejero. El camping tenía un valor de 3.000 pesos chilenos, algo así como 700 pesos argentinos. Pagamos 3 días de una con tal de asegurar el sitio. El camping contaba con internet, baños, duchas, cabañas, quinchos y camping. Muy bueno.
Desde aquí que compartimos harto con el español y otras personas que estaban en el camping, asado, a mi me regalaron unas cervezas, una pareja que iba de salida del lugar; también salimos a recorrer la ciudad, tiene de todo. Bueno y otras cosas más que quizás por acá no sería bueno relatarlas jajaj.
El Calafate – Estancia Santa Julia: El español se fue un día antes que yo, por mi parte aproveché de conocer un poco más, como el lago Viedma. Creo que aquí fue cuando cometí otro error de novato saliendo del país y sin leer las distancias, no compré la suficiente comida, y eso, me pasaría la cuenta más adelante.
Como estábamos entrando en primavera en el hemisferio sur, los días cada vez estaban más fríos, además de la lluvia que se dejaba caer cada cierto tiempo. Fue así que al salir de El Calafate, me encontré con algo de lluvia, leve, podía avanzar. Tenía pensado llegar hasta «un cuartel de policía abandonado», un lugar que era otra «luz divina», usada normalmente por motoqueros y cicloturistas.
Logré avanzar unos 40 kms, vi unos álamos a la orilla derecha del camino. Eran unas casas abandonadas, algunas sin techo. Corría un riachuelo también. Seguí pedaleando y al rato noté que ahora la lluvia era más helada y con viento era como que te atravesarán agujas en la carne. Me a orillé y me tapé con unas ramas que habían, no tuvo ni un efecto. Al mirar detrás de un pequeño montículo vi una gran nube negra que se aproximaba rauda hacia donde estaba.
Por lo anterior, decidí volver a las casas abandonadas, ese día no podría avanzar más, era una tormenta la que se aproximaba. Entonces regresé rápido, lo bueno era que el viento me apoyaba así que fue cosa de minutos para ver las casas nuevamente. Al llegar me cubrí con los álamos y un poco más abajo, en el riachuelo, veo a una pareja desarmando la carpa y subiendo a las casas. Era una pareja de mexicanos que habían pedaleado casi un año y su destino era Ushuaia.
Parlé un rato con los colegas pero la tormenta ya estaba encima de nosotros. Ellos obedientes esperaban al «Sr. Fernando» quien les abriría la puerta. No tenía idea de que Sr. me hablaban, pensé que era del «flaco con chalas». En fin. Me aproximé a una de las casas, estaba completamente cerrada pero como andaba con un alicate, comencé a cortar los alambres. Entré y llamé a los devotos que esperaban al Sr., no quisieron entrar así que dejé la puerta entre abierta por si se arrepentían. Nunca se arrepintieron así que cerré, estaba entrando agua.
Me resguardé toda la tarde noche allí, no tenía ni unas cartas para jugarme un solitario. Miraba la tormenta desde la ventana y luego exploré el lugar: era una taller mecánico abandonado. Habían piezas de motor y otras cosas botadas por todo el lugar. También hallé un baño, y lo mejor que estaba funcionando. Solo no tenía luz y mi celular se apagó.
Estancia Santa Julia – Estación de policía abandonada: Pasé una muy buena noche. Me despertó la bocina de un camión, no tenía como ver la hora pero afuera aún estaba un poco oscuro, recién amanecía. Pronto me levanté, aprendí la lección, tenían que salir rápido para no encontrarme con el viento. Y así fue. Al salir del lugar me pillé con la pareja, había pasado la noche en la carpa, la armaron al lado de la casa del «Sr. Fernando». No llegó parece.
Fue así como comencé a darle al pedal dirección Tapi Aike, el cual era un desvió de la RN40 y daba con la entrada del paso Don Guillermo hacía Chile. En el camino me encontré con muchos guanacos nuevamente, salía poco a poco el sol y el viento a eso de las 11:00 hrs comenzaba a soplar. Digo que eran las 11:00 hrs sin reloj ni otro aparato como para ver la hora, usaba una técnica de la mano que según una postura especifica se pude calcular la hora. De todo esto esta el video que tengo en Youtube, la cámara estilo Gopro era la única que le quedaba un poco de batería: https://www.youtube.com/watch?v=7IAHOkdoPrk
Pasé por varios lugares turísticos en medio de ese desierto donde solo el viento y los guanacos habitan, uno de ellos fue el mirador El Monito, luego unas pampas llenas de ñandús; Al cabo de unas horas llegué a bifurcación que da con el atajo antes mencionado. Allí había (o hay) una estación de policías, pensé que era el lugar pero no, en ese espacio habían policías argentinos, era una Comisaría vial. Pedí agua para continuar por el desvío hacia Tapi Aike.
Una vez dentro del atajo, me encuentro con el viento en todo su esplendor, en contra claro está. No podía avanzar ni nada, eran pedaleas muy forzadas. Quería comer, recordé que tenía algo de comida, y cuando meto la mano en la alforja me doy cuenta que no tenía nada, lo que había comprado o se me quedó en el taller mecánico abandonado o se me cayó en el camino. ¡Perra suerte!. Estaba pero caga´o de hambre. Paré el único camión que pasó, iba en dirección contraria, le pedí al chofer algo para comer pero no tenía nada.
Me tocó ingeniármelas y hacer una mezcla de azúcar, té y sal con un poco de agua. Era una especie de suero que de alguna manera me aportó las energías necesarias para llegar a la estación de policía abandonada. En el camino corrían muchos ñandús a mi lado, hasta pensé en comerme uno ajaj pero no podía hacer eso, debía aguantar, sabía que en esa estación algo me esperaba.
Luego de mucho rato dándole al pedal y luchando contra el viento, llegué al destino de ese día. En el interior habían un par de ciclistas y otros motoristas. Les conté lo sucedido y me ofrecieron comida. Salvé y pude descansar tranquilo. Lamento no haber tenido batería en mi celular como para retratar el momento y mi cámara Gopro también quedé sin carga. Solo tenía el cargado solar pero el sol no acompañaba mucho a eso de las 19:00 hrs.
Estación de policía abandonada – Cerro Castillo (Magallanes, Chile): Todos mis compañeros se iban destino El Calafate, por mi parte tenía que llegar a Chile, no estaba las condiciones para quedarse. Debía hacer ahora 50 kms aprox. hasta Cerro Castillo, Última Esperanza, Magallanes, Chile.
Estaba vez fue rápido el trayecto, tenía más pendiente a favor y era cosa de tiempo llegar a la frontera. El cargador solar algo me cargó la Gopro y con eso grabé la Estación Tapi Aike, donde hay una bomba de bencina y los trabajadores te cobran un porcentaje por quedarte en sus refugios.
Monumento a las tribus originarias de la zona.
Cerro Castillo – Puerto Natales: Esta era una zona que tenía muchas ganas de conocer, de hecho, en mi Facebook, publiqué una foto mencionando que estaba cumpliendo un sueño, que siempre pensé que «conocería Magallanes cuando viejo». Lo estaba logrando y en bicicleta. ¡Que maravilla!.
En Puerto Natales me esperaba un amigo de Santiago, un amigo que le había enseñado la técnica del estampado en serigrafía. Él ahora era tatuador en Puerto Natales y invitaba a su casa. Así que partí. Eran unos 60 kms de pura bajada con viento lateral. En el camino vi muchos corderos siendo arriados por arrieros (valga la redundancia). Unos lagos, lagunas y campos inmensos con un cielo infinito.
Y en un abrir y cerrar de ojos estaba entrando a la tierra del milodón y donde se desarrollo uno de los más grandes luchas obreras-portuarias-campesinas junto a los hermanos argentinos: Patagonia Rebelde. Investigue. Como dijo un amigo por ahí: «el oso bailando ska». El perro es también un referente, perro portuario. Ojo. Pronto me junté con Manuel, el amigo que me recibió. Me quedé casi dos semanas en Natales, salimos a bares, caminamos por el lugar y claro, me llevó a conocer las Torres del Paine. Desde Puerto Natales el pasaje costaba en ese momento 15.000 pesos chilenos ida y vuelta. La entrada está por Cerro Castillo al dirección oeste. Al llegar tienes que registrarte y luego tomar un transfer el cual tiene un valor de 2.500 pesos chilenos y te deja ahí, donde estoy parado en esta foto. Iba subiendo así pero el tema es que hacía tanto calor que termine llegando con ropa de verano. La subida son 4 hrs a ritmo lento. Nosotros subimos con Manuel y dos amigas de él tomándonos un whisky. Manuel se tiró su piquero en esas aguas gélidas y yo logré esta postal.
Luego bajamos, 3 hrs aproximadamente y mismo recorrido de vuelta. Llegamos a eso de las 20:00 hrs a Puerto Natales y directo a un bar donde atendía un ingles bastaste peculiar. Buenas parlas se dieron con el hombre al son de la Austral fría.
Puerto Natales – Morro Chico: Nos despedimos con Manuel luego de casi dos semanas. Era momento de volver a la ruta. Ahora iba bajando hacia
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CICLOVIAJE: Puerto Montt-Ushuaia (4° parte: Tierra del Fuego)
Luego de haber estado dos semanas viviendo, compartiendo y trabajando en la Casa Okupa «Rosada» de Punta Arenas, debía seguir mi camino al «fin del mundo». Para llegar, tenía que pasar por la desoladora e indómita Tierra del Fuego (Chile-Argentina). Vientos de más de 100 kms/h, pedaleos de larga distancia, sin agua y sin comida era el panorama que se avecinaba.
*De este viaje tengo videos en la plataforma Youtube. Consta de 6 capítulos.
Punta Arenas-Estancia la Draga: La noche anterior tuvimos una pequeña despedida con mis compañeros de pieza en la Okupa: salimos a compartir al Cerro La Cruz algunos vinos (para el frío, no para nosotros). Nos entramos algo tarde, pero firmes.
Me levanté a las 07:00 am para tomar la barcaza que me cruzaría hasta Porvenir. Comentar que el pasaje para tomar la embarcación se compra un días antes en la boletería del muelle Tres Puentes. Su valor en ese entonces era de 7.000. La otra forma de cruzar a Tierra del Fuego, es llegar al puerto Punta Delgada donde el cruce es gratis pero no entras directamente a Porvenir.
Al llegar hice el procedimiento de embarque y mientras esperaba, para mi sorpresa comenzaban a llegar los cicloviajer@s que habíamos compartido en la Carretera Austral, Chile, y en el Chaltén, Argentina. Primero nos saludamos con Jonas y Yula, unos alemanes que andaban recorriendo en bicicletas gravel, luego de conversar un rato con ellos, aparece Williams, mi buen amigo francés con el que habíamos pedaleo por la región de Aysén.
Fue motivante habérmelos encontrado, sobre todo a Williams, ya que hacíamos buena dupla. Nos saludamos con un fuerte abrazo, ya para ese momento éramos hermanos de ruta, lejos de casa, familia tod@s, cuidadan@s del mundo.
El trayecto hasta Porvenir duró unas dos horas. El viento antártico pega gélido y el paisaje que entrega el Estrecho de Magallanes es un fin de agua las que reflejan los cientos de cúmulos del cielo del fin de mundo austral. Entrabamos y salíamos cada cierto rato con Williams a despejarnos un poco, estamos ansiosos de llegar a puerto. Sobre la misma, quedamos se llegar juntos a Ushuaia, trato cerrado con un apretón de manos. Era mejor así, llegar solos hubiera sería más aburrido.
Nos abastecimos de suficiente comida y agua puesto no íbamos claro de donde podríamos quedarnos, solo íbamos. Subiendo por la Y-71 comienza el ripio y la calamina, el camino es sinuoso y a pocos kms aparece la Bahía Inútil. Lugar que se caracteriza por su agua calma, horizonte con cúmulos de nubes eternas y casetas de pescadores de la zona.
Re piola el pedaleo, no había ese temido viento así que mucho mejor, avanzábamos tranquilos y disfrutábamos todo lo que estábamos presenciando. Habrá pasado un par de horas cuando, entre las paradas que íbamos realizando para sacar fotos, comenzamos a planear donde poder quedarnos para hacer noche, llevábamos carpas así que no sería problema tirarnos por ahí, solo no queríamos pillarnos con el viento.
Finalmente visualicé una casa muy grande a lo lejos, era una estancia (fundo). Al llegar, le pedí a Williams, que me esperara afuera, que entraría a preguntar si nos prestaban el patio. Recuerdo haber llamado un buen rato, ya estaba atardeciendo además así que era la oportunidad de quedarnos acampando detrás de la casa y con pasto. De pronto, salió un tipo vestido con indumentaria gaucha y con acento croata. Le comenté que andábamos viajando en bicicleta y que si nos dejaba quedarnos ahí hasta el otro día.
El croata solo nos pidió que lo ayudáramos a entrar leña a una cabaña y que ocupáramos esa instalación, la mismísima cabaña que era un «pequeño refugio» de sus trabajadores gauchos y que más bien parecía una mansión. Motivados hicimos caso a lo que nos pidió y antes de entrar, nos pasó las llaves y dijo que llegarían dos trabajadores pronto, que debíamos arreglar con ellos donde quedarnos adentro.
Habían muchas literas, cocina, dos baños con ducha y una cocina/estufa a leña. También tenían calefactor a gas (en esta región del mundo es rica por el gas natural) pero que estaba mala en ese momento. Al rato vimos llegar a dos gringas, en una bicicleta estilo tandem pero que la persona que iba a delante manejaba acostada, cosas de europeos. Eran dos suecas, hablaban un ingles que ni Williams, podía interpretar (Williams fue mi traductor en toda la aventura). Eran pareja, llevaban mas de 6 meses recorriendo en bicicleta, venían de Ushuaia y su destino, Bariloche.
Mientras mi compañero de ruta hablaba con ellas, aprovecha de cocinar, iba a a sacar las cosas que andaba trayendo cuando aparece uno de los gauchos y me dijo que en un estante había comida, que la sacara ya que el croata siempre les tenía lleno ese mueble. Saqué unos paquetes de tallarines y todo lo necesario y me puse a cocinar junto a una sueca de nombre Tyra; aproveché de lavar ropa también. «Estaba la mano», luego hice fuego en la cocina y con eso tuvimos para calentarnos toda la jornada y noche. Se me secó la ropa en un rato.
Hacienda La Draga-San Sebastián (Argentina): Tomamos desayuno junto a los gauchos muy temprano, a eso de las 07:00 hrs. Recordar que salir temprano en tierras patagonas es lo más indicado ya que es la única forma de evitar el viento en contra. A medio día siempre comienzan las ventoleras.
Planificamos con Williams, llegar este día a San Sebastián del lado argentino. Quedarse a la mitad del camino no es recomendable puesto no existe nada, de hecho, hay casas abandonas producto que el viento vuela los techos, no hay vegetación que detenga aquello, algunos árboles se encuentran erosionados debido a la fuerza de los vendavales.
Volvimos a meternos a la Y-71, teníamos que hacer 114 kms hasta destino. Antes agradecimos a los gauchos y al croata, nos despedimos de las jóvenes viajeras (les dejamos algunos datos sobre su camino hacia el norte). Nuevamente nos acompañaba Bahía Inútil, pero ya en declive. En el trayecto observamos muchas viviendas abandonadas y árboles chuecos (como lo describí más arriba).
Al cabo de unas horas comenzó el viento, temprano para nuestra sorpresa, pero nos faltaba poco para llegar a un paradero que es utilizado por viajeros como refugio. Al llegar, notamos que había un desvío hacia Pingüino Rey, un lugar turístico, y también es el camino de Cameron, una ruta más extrema que enlazaba con Tolhuín. Lo anterior nos contó luego un compañero de ruta que pillamos por ahí.
Nos refugiamos en el paradero y a la vez cocinamos. Teníamos que reponer fuerza para lo que se nos venía, el viento lo teníamos en contra. Nos preparamos y partimos nuevamente. Ahora era solo pavimento, nos ayudaba bastante para contra restar el retroceso que nos daba el viento. Tengo un video espectacular, si puede véalo en Youtube: Pto Montt. Ushuaia en bicicleta parte 6.
De un momento a otro el viento amainó, y pudimos apreciar el cielo infinito con millones de nubes, sí, millones. Llegamos a San Sebastián, Chile, paramos a comer algo en un kiosko que hay antes de entrar a la aduana. Williams, se rajó con unos pasteles y unas cervezas. Luego continuamos para realizar el papeleo de fronteras. Pasamos muy rápido ese trámite. Aproveché de preguntarle al policía chileno si nos daba la mano para quedarnos ahí pero su respuesta fue un rotundo NO. Filo.
Fueron un par de kms «tierra de nadie» la línea de la frontera que se ve en los mapas de geografía. Luego ya estábamos en la aduana de lado argentino, hicimos el papeleo y le pregunté al gendarme si nos daba la mano para quedarnos y de una, nos pasó una instalación donde habían más franceses quedándose. Había baño, calefacción y agua, con eso estábamos.
San Sebastián (Argentina)-Río Grande: Temprano como siempre, desayunamos, nos despedimos de los amigos franceses con un «á beintot les amis» (hasta pronto amigos) y retomamos la ruta. Ahora, entramos a la RN3 destino Río Grande, donde podíamos quedarnos en casa de un aficionado, mecánico y competidor del ciclismo argentino: José Toranza, a quien conocí en El Chaltén cuando trabajé una semana de mecánico de bicicleta para ganarme el pan y techo diario.
En algún momento de la ruta, divisamos desde una altura varias casas juntas protegidas por un gran muro. Nos acercamos y vimos que era un condomio. El conserje que estaba afuera nos hizo pasar para resguardarnos del viento y a la vez le pedimos el baño, no tuvo problemas y además nos prestó la cocina a gas para prepararnos algo para comer. Además, nos facilitó el wifi, con el que pudimos comunicarnos con nuestras familias y amigos. Aproveché la conexión para comunicarme con José, el cual no me respondió en ese momento.
Luego de lo anterior, seguimos. Cada vez nos faltaba menos para llegar a Río Grande, el viento lo teníamos de costado (nos ayudaba) e íbamos convencidos de que José, nos ayudaría con alojo. Llegamos a buena hora, apreciamos el Atlántico, recorrimos un poco para tomarnos unas fotos y luego, nos fuimos a los servicentros de venta de bencina para conectarnos a internet y ver la respuesta de José.
José, me había contestado y me dejó la dirección de su taller de bicicletas. Partimos entonces. Al llegar nos estaba esperando con mate y unos queques. Compartimos toda la tarde con él y su mecánico, aproveché también de ponerme a disposición para aportar con alguna bicicleta. Williams, no era muy motivado en ese sentido así que se quedó cebando mate y pasándolo.
Ya casi de noche, José, nos dice que se había conseguido un refugio para deportistas de Río Grande, y que nos llevaría para allá para que descansáramos y nos ducháramos en plena comodidad. ¡Que grande José!. Pensamos que dormiríamos en el taller. Nos fue a dejar en auto, y una vez allá, nos atendieron como deportistas de elite. ¿Qué tal?
Río Grande-Tolhuin: Nuestro anfitrión nos fue a buscar en auto, la noche anterior le habíamos pedido si nos podía pasar a buscar más tarde para descansar. Nos llevó al taller nuevamente, nos regaló la medalla de arriba y nos deseo éxito en la ruta. Además de darnos algunos datos para el camino. Nos despedimos de él y su mecánico. Pasamos a comprar comida para llevar a un negocio cercano.
Como era la tónica, nos pillamos el viento en contra, pero al rato nos tocó de costado. ¡Viento atlántico che!. Debíamos hacer 111 kms aproximadamente. En el camino, a mitad de camino mejor dicho, nos pillamos unas estructuras de una casa abandonada, entramos y cocinamos, ya hacía hambre a esa hora, tipo 4 de la tarde; el resto del camino solo campos inmensos desérticos pero de a poco comenzaba a aflorar nuevamente el verde patagónico, estábamos llegando a Tolhuin.
Williams, pinchó una rueda casi llegando, ya se estaba haciendo de noche. Solucionamos el percance y continuamos pero antes, nos llenamos de todas las luces que llevábamos, el camino estaba completamente oscuro y en ese tramo circulan varios vehículos. Llegamos sanos y salvos a nuestro destino, y, nos dirigimos a la Panadería La Unión, muy conocida por alojar a cicloviajer@s.
Entramos a la panadería, la joven que atendía nos recibió con muy amable y nos dio a cada uno unas cervezas y una milanesa «cortesía de la casa. El dueño, Emilio, invita» dijo. Increíble. Luego de lo anterior, nos indicaron donde debíamos quedarnos. El lugar era la bodega, muy grande por cierto, y en su interior, estaban los camarotes donde nos quedaríamos, había un chino en ese momento también, Williams, como siempre mi traductor. Agregar que lugar estaba lleno de rayados de otros y otras viajeros, entre ellas: Cristina Spinola, más conocida como «Sola en Bici», la cicloviajera española que tiene un canal de Youtube y es fuente de inspiración para much@s.
Tolhuin-Lago Escondido: Nos despedimos de los trabajadores/as de la panadería, compramos comida para llevar y así continuar ahora hasta el Lago Escondido, unos 50 kms de kms nos tocaba pedalear. El dato que nos habían dado era de unas cabañas abandonadas a orillas de ese lago, las cuales estaban escondidas entre los ñirres y lengas patagonas. ¡Nos fuimos!.
Al salir comenzó a caer un poco de agua, estaba helado y queríamos pasar antes al Lago Fagnano. De igual forma bajamos, teníamos que tomar unas fotos y grabar un video de esa parte del camino junto al lago. Grabé un poco con una Gopro para el video que luego editaría y subiría a Youtube.
Durante todo el camino tuvimos bellas vistas de los paisajes boscosos en concordancia con el inmenso Lago Fagnano. Al cabo de un rato, el agua dejó de caer repentinamente y aparecieron rayos de sol. No duraría mucho. Era terreno hostil en cuanto al clima. Habrá durado una media hora el descanso, lo bueno que el viento en esta zona ya no sopla como vendaval.
Como dije, se había terminado el descanso del aguacero, ahora nuevamente nos caía la bendita agua y el frío comenzaba a calar los huesos. Vimos a lo lejos unas edificaciones al costado del asfalto. Al acercarnos, nos percatamos que era Gendarmería. Nos resguardamos debajo del techo de éstos hasta que salió un oficial y nos ofreció café. Increíble. Una vez paró nuevamente la lluvia, continuamos, nos quedaban tan solo 5 kms aproximadamente para llegar a nuestro destino.
Lago Escondido-Ushuaia: Junto a los compañeros de cabaña, salimos temprano a la ruta otra vez, ninguno tenía mucho ánimo de llegar a la ciudad y más aún, al final de nuestra travesía. Quizás a cada uno se nos vinieron los mejores momentos que vivimos más atrás en la aventura pero la suerte estaba echada, había que llegar al final de la meta puesto teníamos ración de comida solo para un día más.
Luego de detenernos en la cima del paso Garibaldi, con Williams tomamos la decisión de ir más lento, así que dejamos que nuestro compañero de cabaña fuese más adelante. De esta forma no nos perderíamos lo increíbles paisajes que ofrece la ruta RN3, uno de ellos: el Valle Mayer. Un cordón montañoso con eterno color otoñal.
Finalmente, a un par de kms de la «meta» (no era competencia como para llamarle meta pero sí estábamos llegando a nuestro objetivo), Williams se detiene al ver el clásico pórtico que reza «USHUAIA» de forma paralela en dos pilares de color café, y comienza a gritar «sí, sí conchesumadre» en un tono muy chileno, bueno, ese garabato lo había aprendido antes d conocerme y casi siempre lo repetía. Bueno, de igual forma me emocioné de
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Un Mapuche visitando tierra Diaguita: Santiago – La Serena + Ruta Antakari
Durante el año 2021, luego de mi primera experiencia en modalidad bikepacking por la Araucanía Andina, estuve realizando «vagancia territorial» solo los fines de semanas, pero necesitaba vagar por un buen rato, la rutina del trabajo comenzaba a hacer estragos en mi ser inquieto: es así como esta vez mi destino era llegar a La Serena desde Santiago, Chile, y a su vez, conocer la mítica ruta Antakari.
Importante mencionar que para este viaje experimento en dos modos distintos: ocupé una bicicleta de gravel y acampé libre en formato vivac (sin carpa), que si bien lo venía haciendo, ahora lo llevaría un poco más al extremo.
Pedro Aguirre Cerda-Colina: Partí el 17 de octubre, a eso de las 17:00 hrs. Era primavera, por ende, el clima estaba perfecto. Me fui hasta Recoleta, luego por Vespucio enlace con la ruta 57, o como se le conoce, la ruta Los Libertadores. Me metí care palo por la berma de la autopista, luego supe que había ciclovía al otro lado, no en buen estado pero quizás más seguro.
Me fui muy rápido pisteando. Llegué a Colina a eso de las 19:30 hrs, lo primero, fue buscar algún lugar donde vendieran comida rápida, ¡llevaba un hambre voraz!. Pillé a unos metros de la entrada, papas fritas. Me zampé una porción grande más una bebida. Cerdo. Luego de esa nutritiva once, tenía que buscar un lugar para pasar la noche.
Crucé a Chicureo (Colina versión gente con más dinero) y busqué entre la oscuridad de los fundos alguna parte para echarme. Había encontrado un lugar «ideal», según yo. Pasé un canal de agua, y luego, atravesé unos alambres de púas, y, entre los arbustos, tiré el tarp (toldo) junto con el saco de dormir.
Me quedé dormido y a eso de las 04:00 am escuchó: ¡bang!, un escopetazo… luego otro y otro, además, dos luces de linternas alumbrando. Andaba gente cazando conejos. Estuve atento entre las ramas hasta las 06:00 am aproximadamente. Estaba más que claro que me había quedado en un recinto privado.
Colina-Los Andes: Luego del festival de escopetazos en la madrugada, pude dormir unas dos horas. Ordené y volví a Colina para comprar desayuno. El joven que me atendió en un negocio me preguntó dónde me dirigía, le conté, y me orientó respecto a como cruzar a Los Andes, Región de Valparaíso. Primeramente, me indicó que por el túnel solo podía cruzar arriba de un vehículo motorizado, y, que mi mejor opción, era tomar el desvió y hacer la Cuesta Chacabuco, la cual es conocida por ser de alta exigencia (674 de altimetría en 12 kms aprox).
Retomé la ruta Los Libertadores y poco a poco, comencé a apreciar vegetación pre-nortina, como esclerófilos: arbustos de mediana altura, espinos y algunas hierbas. Paré a echarme en un paradero (para mis son los mejores refugios en la ruta), además el sol estaba potente y más el sueño que llevaba, ese lugar era mi cama con mi osito de felpa en Santiago. Dormí un rato. Luego crucé al desvío que da a la Cuesta Chacabuco y paulatinamente comencé a sentir la elevación. Cada cierto rato bajaban raja´os muchos ciclistas en bicis de ruta gritando de euforia: «¡wuuuh conchetumare!».
Al rato de pedaleo, al ver la cruz que está en al cima, supe que ya había logrado la exigente cuesta. Estuve un rato allí, el valle de la Región Metropolitana se veía muy lindo desde esa altura. Saqué la clásica foto a la bici; Cociné, descansé, me lavé los dientes y me preparé para la bajada. ¡Vaya bajada!. Recuerdo no haber parado ni pedaleado hasta llegar al casino que se encuentra en el límite de las dos regiones. Me llevaba el impulso, ahí comprendí lo que sentían esos/as ruteros que bajaban a toda máquina.
Me uní nuevamente a la ruta Los Libertadores que me dejaría al fin en Los Andes. Al llegar, compré lo necesario para la tarde y me dirigí a buscar un lugar para pasar la noche junto al río Aconcagua. Luego de un par de vueltas entré por el Callejón El Bosque, donde di con el río, el cual tiene una panorámica similar al rio Mapocho en Santiago, triste. Por más que caminé no pillé lugar apto para quedarme. La orilla estaba llena de basura y escombros: refrigeradores, televisores, muebles y todo tipo de enseres domésticos.
Salí de nuevo al camino y al mirar a mi izquierda, observé un gran sauce, del cual sabía que le podía sacar provecho por sus enormes ramas. Y así fue, salté los alambres de púas y al llegar, me encuentro además con varios pallets de madera los cuales ocupé como refugio. Calcula.
Los Andes-El Guayacán: Desayuné en aquel refugio improvisado, estaba muy a gusto por lo demás ya que tenía un rica sombra matutina. Noté que cada vez el sol estaba más intenso, claro, iba avanzando al norte chileno. Luego de dejar limpio y ordenado, salí del lugar. Retomé el camino interior E-61 con la idea de llegar a San Felipe a comprar lo necesario para el día.
Una vez en San Felipe, desde el chat de la red social Instagram, gente del lugar y que sigue mis aventuras en bici, me comenta un sin fin de buenas rutas para hacer en la localidad pero mi tiempo estaba destinado a conocer mayormente el norte chico chileno y en especial, la mítica ruta Antakari.
Compré lo que necesitaba y me di unas vueltas por el lugar para conocer un poco. Luego tomé la ruta asfaltada y con muy poca berma E-71 hasta llegar a Putaendo, donde conocí un poco de la historia del paso del general San Martín en eso de la liberación de la tiranía española de los siglos pasados. Muy buena ruta para quien la quiera hacer.
Desde Putaendo hay que tomar la ruta E-411 para ir trazando el camino hasta la Región de Coquimbo. Disfruté mucho el trayecto ya que en un momento dado, comencé a sentir que estaba interiorizándome con los valles, flora y fauna que se vendrían un poco más adelante, ahora ese calor sofocante sería acompañado de hermosos colores rojizos y ocres.
Luego de largos kms de cuestas, sentía sobre mí el atardecer. Me estaba quedando sin agua (llevaba tres litros), el calor hacía lo suyo. Los montículos de tierra me daban sombra de vez en cuando pero no era suficiente. En una bajada eterna con harto viento a la cara, me topé con unos chivitos así que me detuve a esperar que pasaran. Capté que se dirigían a una casa así que les seguí el paso. Pedí agua en la casa «de los chivitos», conversé un poco con la persona que me atendió, pregunté por si había algún negocio más adelante y me señaló: «en el Guayacán hay un kiosko». Antes que se fuera el sol por completo, apuré el pedal.
En el kiosko compré un par de chocolates y un jugo, no tenían pan, «recorcholís» exclamé, me tenía que conformar con una bomba de azúcar. Luego de la compra para tomar once, seguí pedaleando hasta un puente que estaba a unos metros más adelante. Allí pernocté aquella noche muy estrellada.
El Guayacán-Tilama: Comenzar contando una anécdota de este viaje. La noche anterior, el silencio fue interrumpido por un burro, sí, un asno rebuznando frente a mi. Estos animales son igual que los perros, cuando ven extraños en el espacio de sus amos comienzan a hacer ruidos con tal de avisar que hay intrusos. Para mi suerte, esa noche no llegó nadie. Lo dejé «gritar» hasta que se aburrió y se fue. Lo odié por un momento pero el sueño pudo más así que a mimir.
Fueron los rayos del care gallo que me despertaron temprano. Ordené mis cosas y salí del lugar por la E-411 dirección norte. En el mapa me aparecía un pequeño poblado a 10 kms de nombre La Vega. Al llegar, me metí al primer negocio, compre pan y queso. Caminé un poco y me senté en una plazoleta. El lugar estaba lleno de consignas contra la minera, los monocultivos y la explotación del agua. Supe que desde este lugar conocería la realidad situada en el conflicto contra las transnacionales así como en el sur de Chile.
Ya con el estómago lleno, ahora me dirigía hasta Cabildo para luego seguir subiendo al norte. En el camino fuí notando que no iba con la vestimenta adecuada, el sol quemaba bastante y sudaba de igual forma. Los ríos que me aparecían en el mapa estaban todos secos. Solo rocas y animales muertos habían bajo los puentes. Triste panorama.
Llegué a Cabildo a eso del medio día, lo primero fue preguntar por una tienda donde vendieran «sombreros estilo legionario», y me señalaron dos lugares en el pueblo. En el primer local al que entré, me compré un jockey con filtro y protección solar en el cuello. Al salir, me encuentré con una tienda de ropa americana. Entré. Buscaba poleras manga larga para protegerme los tatuajes. En el trajín, pillé la polera ideal, de material dryfit y muy liviana, estilo tricota de competidor de ciclismo. Luego me dirigí a una empresa de encomiendas, donde me envié a mi casa en Santiago ropa que no iba a ocupar y otras cosas que no me harían falta al notar el clima que se avecinaba.
Posterior al shoping, tomé la E-35 rumbo a la localidad de Pedegua. Tenía muchas ganas de entrar al fin a la región de Coquimbo, faltaban hartos kms y el camino daba para ir un poco más rápido. Luego de una pronunciada cuesta, a unos 5 kms aproximadamente, me encuentro con el túnel La Grupa el cual es unidireccional y al parecer, siempre hay una fila de vehículos esperando poder pasar.
Le compré un helado de agua a una Sra. que tiene un puesto al costado de la entrada del túnel y me comentó que era peligroso entrar en bicicleta. En ese instante, aparece un camión tolva, y la misma Sra. se encargó de pedirle al chofer que me pudiera cruzar hasta otro lado. No tuvo reparos el hombre en hacerlo e incluso me ayudó a subir la bicicleta. Le compré un par de helados y cigarros sueltos como agradecimiento y la Sra. un par de lucas por su preocupación.
Una vez en la cabina, hablamos un rato y me dijo que me dejaría a la entrada de El Artifio, un villorio antes de Pedegua, ya que después del túnel no hay berma y «los weones que manejan camiones manejan como las weas. Incluyéndome» refirió tan sabio hombre.
Pasé fuerte y derecho por Pedegua, había un desvío hacia Petorca, zona minera, y por donde transitan muchos camiones. Continué el camino, estaba muy bueno. También pasé por poblados como: El Francés, Alto El Puerto, Palquico, entre otros. En este último, comencé a notar un leve ascenso, no muy pronunciado.
En una parada, hablé con Carlos, amigo bikepacker que unos meses antes ya había hecho esta ruta. Me comentó que ahora me tocaba la cuesta Las Palmas y un túnel que cruza a la otra región. Al principio no pensé sería tan empinado pero eran 15 kms con un desnivel de casi 600 mts. No hubiera sido tan entretenido si no fuese por las palmas chilenas que daban sobra y cobijo. Hermoso lugar. Un verdadero oasis de verdor entre las montañas.
Me quedaba solo cruzar. Empecé a hacer cálculos matemáticos y de física aplicada para saber si podía cruzar ese kilómetro de distancia pedaleando. No me daban las matemáticas. Intenté cruzar pero no avanzaba mucho cuando veía luces de autos aproximándose. Pensé en otra estrategia, ahora esperaba un automóvil que pudiera ir detrás mío alumbrándome. Mientras craneaba la estrategia, llegó uno, le pregunté al chofer si podíamos llevar a cabo mi idea, me preguntó si andaba rápido, «sí, le pongo weno» le dije. Listo, ya estaba dentro del túnel con un auto alumbrándome hasta la salida, tengo en Instagram un video de aquello donde con toda la adrenalina grito «¡reflautas, que lindo!».
Posterior al túnel eran ¡kilómetros y kilómetros de pura bajada!. El valle de Choapa es hermoso. Finalmente llegué a la localidad de Tilama ya de noche. Había un carro de comida rápida abierto así que pasé a comprarme un completo italiano. Luego de eso tenía que buscar un lugar donde quedarme aquella noche, así que miré el mapa y me dirigí a un poco más allá de un puente por donde «debería» pasar el río Quilimarí.
El sitio que visualicé como hostal aquella noche era un cementerio, alguna vez me quedé acampando a metros de uno, en Coyhaique, Región de Aysén, pero por esta vez pasaba, necesitaba dormir. Bajé un poco más y salté unos alambres, tiré el toldo, el saco y comí algo. Al cabo de un rato vi que comenzaba a caer una neblina espesa, y con ello, el frío. Me conecté a Instagram y publiqué en las historias donde me estaba quedando. Estaba en eso cuando me habla Rubén, un bikepacker de la zona, el cual me comentó como que «así eran las noches allí» y que me mejor me devolviera al puente donde debería correr el río.
Por lo anterior, eché rápido todo al bolso de manillar y me partí. El puente estaba a la pasada de los autos pero ya daba igual, necesitaba descansar. Rubén, andaba repartiendo pizzas en su vehículo y me pasó a ver un rato, me comentó algunas cosas y también me refirió que por ahí «no pasaba nada», que me relajara.
Bajo el puente solo me acompañaron los murciélagos, algunas luces de autos y un par de ratas. Lo bueno es que me cubrió de esa especie de camanchaca nocturna. No quise hacer fogata para no llamar tanto la atención, solo me resguardé detrás de unos bloques de rocas y dormir se ha dicho.
Tilama-Limáhuida: Dormí como bebé debajo del puente. Desperté temprano por un tema de «reloj cronológico». Abrí Instagram (donde comparto hace un tiempo mis aventuras) y nuevamente nos ponemos en contacto con Rubén, quien esta vez fue a verme y parlar un poco. No había tomado desayuno así que subimos la bicicleta a su camioneta y buscamos algún negocio para comprar comida.
Rubén, me comentó sobre su vida en Tilama. Además que el pueblo es grande, existen clubes deportivos y se realizan campeonatos de fútbol con otras localidades; también que realizaba rutas en bicicleta por el sector y que tenía un viaje planificado a la Región de los Ríos; me dio algunos tips de la ruta que se me venía, donde en alguna de esas partes se había realizado la carrera de Acrossandes, una carrera de ultraciclismo.
Luego de la conversa con el amigo Rubén, comencé a pedalear al próximo río que vi en el mapa, el río Choapa. Partí con abundante neblina y poco a poco, se comenzó a despejar. Pasé por hermosos valles, las vistas ya comenzaban a sorprenderme. Rubén, era mi guía ahora, me había comentado de dos cuestas antes de llegar a Limáhuida: La primera está antes de llegar Caimanes, localidad relacionada con la minería y que se encuentra dividida por lugareños/as que están en contra de la depredación que causa la minera Pelambres al eco-sistema, y por gente que apoya a la minera ya que da puestos da trabajo y con ello el sustento a sus hogares.
El paisaje de Caimanes estaba «desértico», no corría agua y en el camino vi muchos animales muertos, seguramente por la falta del líquido vital y comida. Una vez dentro de la zona urbana, paré donde me recomendó Rubén, un comedor de camioneros de nombre «El Corral». Almorcé en el local y aproveché de cargar la linterna frontal de campamento que andaba trayendo. Luego de eso partí sin no antes comprar un par de cosas para el camino.
Ahora me tocaba cruzar tres túneles, uno de ellos, el túnel Las Astas. Estos mismos me lo había mencionado Carlos, y Rubén. El primero no tiene más de 150 mts, lo crucé pedaleando. El segundo unos 200 mts pero se debe prestar un poco más de atención ya que es curvo (los túneles son unidireccionales y cabe solo un vehículo). El último, tiene alrededor de 850 mts, esperé algún vehículo que pasará para irme detrás de el… nunca pasó.
Luego del último túnel, continué por la D-377-E, era solo bajada. Destino: río Choapa, le tenía fe. Intuía que había agua y podía tirarme un chapuzón. Carlos, me había comentado de algunas pica´s donde quedarme acampando libre, para allá iba. Contar claro que disfruté mucho la bajada, ya me estaba haciendo la idea que toda esta aventura sería así, cuestas y descensos extensos.
Pasé al villorio de Socavón Alto, hacía calor, necesitaba refrescarme en cebada (cerveza). Me compré una lata de pilsener y unos chocolates. Los disfruté en un paradero, capeando el sol a su vez. Después de aquella reponedora merienda, seguí bajando y al cabo de un rato, llegué a Limáhuida. Es una villa con negocios, escuela, canchas, plaza y un centro de salud.
Entré a un negocio y compré unos dulces con la idea de preguntar «dónde se podía baja al río», la respuesta de la Sra. que me atendió fue un rotundo: «No hay río». Al principio no comprendí tan tajante respuesta pero claro, es porque la gente sabe que pueden ir a «robar» agua, cosa que se da mucho, lo vi. Terrible vivir así.
Luego me dirigí a otro negocio (siempre hay que tener una segunda opinión, así como cuando vamos al médico). El Sr. del almacén resultó ser mucho más abierto a entregar la información y no tuvo tapujos en indicarme como y por donde bajar, hasta me recomendó una entrada donde hay pozones.
Aquel día recuerdo haberme mojado la cara y los brazos, iba sopeado. Era temprano así que disfruté comiendo algo y mirando el río. Ya de tarde, empecé a explorar el lugar, llegaba gente a donde estaba así que debía encontrar algo más «privado». Lo conseguí, un sitio detrás de unas rocas muy cómodo. Ahora solo tocaba preparar el vivac para apreciar las estrellas. A todo esto, aquella noche había luna llena.
El despertar estuvo placentero, muchas aves y el río sonando detrás de las rocas. Decidí quedarme un día más en este paraíso, necesitaba descansar, bañarme, lavar ropa y volver a descansar. Un día para relajar la musculatura y la mente. Bueno, la mente quizás no tanto porque vi mucha gente de empresas con camionetas yendo varias veces en el día con tambores de esos grandes a sacar agua. Tema que le daba vueltas y que como algo que provee la naturaleza y hoy en día en el norte es tan preciado, las transnacionales se adueñas para beneficio propio.
Limáhuida-Hacienda El Duranzo: Luego del reponedor día de descanso que me dio el Río Choapa, era momento de seguir. Antes de seguir, comentar que estaba haciendo frío en las madrugadas, que si bien el vivac es un disfrute total, el factor heladas nocturnas sin un buen equipo, incomoda. Hablé en mi jornada de descanso con Lorena, mi compañera en Santiago, y le pedí si me podía mandar un reactor térmico hasta localidad de Illapel, dicho y hecho. Demoró menos de 24 hrs en llegar así que ahora este elemento haría las noches que me quedaban de aventurón más cómodos.
Antes de partir, me preparaba a tomar un rico desayuno en las rocas y me doy cuenta que había roto mi cuchara/tenedor… nada que hacer, solucioné con el cuchillo y salí de mi casa improvisada. Pasé nuevamente al negocio de Sr. que me dio el dato. De lejos ví a quien podría ser su esposa sacando la basura, así que me apuré y le ofrecí ayuda, era harta basura pero con gusto apoyé la labor. Aproveché de comprarle algunas cosas y le comenté sobre la cuchara/tenedor que había roto, muy tierna ella, muy abuela en su trato, querendona, entró y salió con una cuchara diciéndome: «como va a andar así no más si tiene que comer, llévesela si tengo de sobra». Amabilidad y empatía.
Posteriormente, me largué. Tomé primero la D-879 y luego el camino interior D-867, un camino rural muy estrecho y lleno de verdes viñedos. Tomé está ruta puesto la otra, la D-851, tenía mucha más altura, no había para que «matarse». Habré demorado una hora y media en llegar a la localidad de Illapel, pueblo muy grande por lo demás. Una vez ahí, me dirigí a la empresa de encomiendas a recoger el reactor térmico.
Me dí unas vueltas por el lugar, conocí la plaza de armas y comí unos completos italianos y de refresco una bebida. Me abastecí de agua y observé un show de artistas callejeros con los que luego crucé unas palabras, me comentaban de una Casa Okupa en el pueblo, casas con las que tengo historia de vida. En fin.
Ahora se me venía la cuesta de la Reserva Nacional las Chinchillas. 27 kms con casi 800 mts de altimetría. Se venía rudo así que recargué chocolates y harto líquido. El camino lo disfruté escuchando Johnny Cash, ad hok para el paisaje. En momentos el sol pegaba fuerte pero nada que un weichafe no pueda superar a punta de azúcar, jugos y frutos secos.
Inmediatamente venía una bajada de casi 15 kms. No paré en ningún momento. Solo disfrute el valle y el susurro del viento. Acabada la bajada, encontré dos negocios, en ninguno los dos había pan a esa hora, solo galletas. No me quedaba de otra así que compré unas con sabor a chocolate (mi energizante) y unas papas fritas. Ahora debía buscar un lugar para quedarme, estaba todo seco. Nada para refugiarme. Divisaba un par de casas por los cerros. Después de un rato, pillé un puente. No corría agua debajo de éste, la tónica en esta aventura.
Hacienda El Duranzo-Combarbalá: Al despertar, me puse en contacto con Carlos, ya que anteriormente me comentó sobre un cicloturista de nombre Erick, de la localidad de Combarbalá. Erick, me podría guiar en su pueblo, dar tips y compartir un rato.
Pues bien, levanté mi campamento y volví a la D-71. Carlos, también me había mencionado que ahora debía hacer la cuesta La Viuda. No había tomado desayuno, solo llevaba agua y no había donde comprar en ese tramo. Tenía que hacer 600 mts de altimetría en 16 kms desde donde me había quedado. A pesar del hambre que llevaba, tenía que poner mi concentración en la comida que me zamparía en Combarbalá.
No me ganó la fatiga, y la bajada, como siempre, estuvo placentera. De lejos vi cerros con «tierra roja» (mi cámara de celular no la pudo capturar), caminos entre las montañas y un observatorio de estrellas. Al fin estaba conociendo estas tierras: Mi padre, en su aventura de hippie mochilero recorriendo Chile durante 15 años, me hablaba del norte grande y norte chico, alucinaba con sus colores y misticismo cada vez que me detallaba su paso por aquí.
Al llegar a Combarbalá, lo primero fue ir a comer, no pillé ningún restorán popular para comerme una cazuelita, tampoco quería cocinar así que apliqué un churrasco + bebida en un carrito de comida rápida. Comí en la plaza, echado en el pasto y escuchando el particular sonido de los loros tricahue que se dan mucho por esta parte del mundo.
Al cabo de un rato, me contacto con Erick, quien me dijo que pronto iría a encontrarme una vez termina de hacer algunas cosas. Así que esperé en la plaza de armas del pueblo, no había mucha gente aquel día, uno que otro abuelo dando de comer a palomas y con música de fondo proveniente de los parlantes que ahora ponen en las plazas rurales chilenas, para dar más «vida» al lugar me imagino. La música era pop chileno de años pasados, como por ejemplo: Alberto Plaza. Estilo, cantante y persona que no son de mi gusto así que ya me estaba entrando el ahogo.
En eso aparece Erick, quien me invita a su casa, a una cuadra de la plaza. Al llegar me comenta que estaba haciendo unos arreglos en el interior, la casa era gigante, con una fachada de color rojo preciosa. Nunca había entrado a una casa construida de adobe, se siente fresco y cálido al mismo tiempo. Erick, me comentaba el paso de hace algunos meses de Carlos, por el lugar. Además parlamos un poco sobre la vida en general.
Erick, me invitó a comer a la casa de su madre. La casa quedaba a un par de cuadras. Al llegar nos recibe su madre, la Sra. Rosa Zepeda, mujer muy carismática y amable. Me senté en la mesa, estaba también su hermana, Carla. conversamos un rato mientras observaba como pintaban unas medallas que les habían pedido para un campeonato, las medallas eran de greda. Todo hecho a mano. Como también he trabajado de forma independiente estampando, comprendí el cuidado, cariño y dedicación que se le pone.
En la charla, me comentaron que tenían una bicicleta antigua en mal estado, así que les pedí que me la mostrarán a ver si podía hacer algo. Luego de realizarle un diagnóstico, me di cuenta que era solo engrasar y cambiar unos rodamientos. Y así fue, la dejamos operativa nuevamente. La bicicleta tiene por nombre: «la chola». Bicicleta con mucha historia en la familia del amigo Erick.
En la tarde, salimos con Erick, y su hermana a comprar unas cervezas y cosas para comer. Volvimos a su casa, la que estaba arreglando, y compartimos un rato junto a una pareja de amigos de él, Camilo y no recuerdo el nombre de la otra amiga. Estaba muy cansado así que tomé unas cuantas cervezas y me fuí a dormir.
Al día siguiente, ya con más energías, me di una ducha, lavé ropa y tomamos desayuno. Al rato, llega nuevamente la pareja de amigos de la noche anterior, se fumaron su humo mágico y nos motivamos a salir a pedalear por la zona. Mencionar que Erick, es un gran conocedor de rutas de la localidad, además sabe mucho de la historia de su pueblo Diaguita y de otros temas de gran interés.
Con Erick, y Camilo, llegamos a un lugar bien piola donde había vegetación y algo de agua. Parlamos harto rato bajo un sauce. Harta risa, humo y un poco de cebada. El sol estaba estricto pero el lugar era un oasis. Había que volver así que salimos a la ruta nuevamente destino a Comba.
Aquel día había un partido de fútbol por la T.V. así que llegamos a verlo a la casa de la Sra. Rosa. Hicimos un asado y compartimos un par de cervezas. También ayudé a pintar unas medallas, la Sra. Rosa, además, me mostró parte de su confección de artesanía en greda de jarrones estilo diaguita. Tiene un taller: Taller Llankay (Llankay es un trabajo que ennoblece la concien-cia y realiza al ser, en total unidad. No es un trabajo que somete y denigra). Ese día conocí la existencia de una piedra única en el mundo llamada combarbalita, roca de origen volcánico que data de hace 80 millones de años.
Luego de un día bien compartido, ahora nos preparábamos para ir a descansar, no sin antes, preparar los bolsos y demás cosas necesarias para la aventura en bici. Erick, me acompañaría y me guiaría por un ruta interior hasta la localidad de Tulahuén.
Combarbalá-Tulahuén: Una vez tomamos desayuno, salimos a la ruta. En el camino, Erick, me iba comentando sobre los caminos que se veían entre los cerros, algunos llevaban a unos pueblos y otros eran caminos de extracción de minerales. También me iba comentando sobre la dificultad de camino que íbamos a tener, eran casi 1.000 mts de altimetría. ¡Uf!.
Al llegar a la cumbre, descansamos un rato, miramos la inmensidad del valle de Cogotí por un lado y Tulahuén por el otro. Después, era tirarse cerro abajo en los 14 kms restantes. Tengo un par de experiencias no muy gratas haciendo descenso, caídas fuertes, así que iba más calmo, a mi compañero le había anticipado el ya «descenso controlado». A un par de kms de llegar a destino, en una curva, veo a Erick, azotarse contra el suelo. Rápidamente me acerqué y al verificar que no habían huesos rotos pero si una herida profunda en uno de sus ante brazos, bajamos lento para ver si estaba abierto el centro de salud del pueblo.
Deambulamos un poco por la calle principal y finalmente bajamos por un callejón muy empinado para quedarnos junto al río Grande. Dimos con un lugar ideal al lado de un puente que da a la villa La Cisterna. Nos pudimos dar un chapuzón y disfrutar la tarde. Lo malo: el lugar se encuentra a un costado de una calle interior y aquella noche había un evento, pasaban cada cierto rato autos. A pesar de lo anterior, dormí toda la noche.
Tulahuén-Embalse Recoleta: Nos despertamos temprano con Erick, los primeros rayos del sol comenzaron a pegar fuerte desde primera hora de la matina. Ordenamos rápido (estábamos al lado de la calle y al otro lado el río), desayunamos y disfrutamos la vista al río, con su chapuzón claro está. En el intertanto, se nos acercó un tatita que venía del evento de la noche anterior, andaba con sed de la peligrosa, nos pidió una moneda para reponer la resaca y Erick, le regaló una botella de whisky que andaba trayendo para el frío. Se fue regalón el hombre.
A continuación, salimos a comprar para comer y, por mi parte, buscaba una ferretería a ver si encontraba bencina blanca para mi cocinilla multi combustible. Erick, debía volver así que era el último día que compartiríamos la ruta. El camino ahora era más fácil, todo era bajada, 750 mts en desnivel positivo, 73 kms aproximadamente hasta la localidad de Ovalle. Una maravilla. Solo disfrute.
Como puse más arriba «solo disfrute», la ruta estaba muy entretenida, llevaba los audífonos puestos escuchando Interpol. Al cabo de un rato llegamos a Monte Patria, muy temprano. Erick, buscaba a su padre quien trabaja en un supermercado de la zona para ver si lo llevaba de vuelta en el camión con el que realiza transportes. No lo halló en ese momento, así que nos fuimos a la plaza de armas a comer junto al típico sonido de parloteo de los loros tricahue. Allí nos quedamos un rato antes de bajar a Ovalle.
Una vez llegamos a Ovalle nos despedimos con Erick, el debía volver a su hogar en Combarbalá y yo debía ahora hacer la Ruta Antakari. Nos dimos un fuerte abrazo y le agradecí compartir la ruta hasta ahí conmigo. Siempre será un agrado volver a tan hermosa tierra de color rojo y piedra volcánica única en el mundo. Quedan pendiente varias rutas en un futuro no muy lejano. Toda la suerte al amigo Erick, en su proyecto de cicloturismo. Un gran conocedor de la vida.
Posterior a la despedida, me dirigí a comprar una pasta de dientes chica (modo bikepacking), confort, pan, mermelada y una pilsener, estaba sofocante el calor a eso de las 17:00 hrs. No recorrí la ciudad de Ovalle, mi estilo es un tanto más vagabundo de la natura, así que con eso bastaba por esta vez, estaba un poco expectante de al fin realizar Antakari, que si bien tiene pocos kms, tiene un grado de dificultad y además de eso, una mística particular que debía vivir.
Quizás detenerme un párrafo por lo anterior, para que se pueda entender mi interés por recorrer la ruta: Antakari, es un camino indígena que hace más de 500 años usó la cultura Molle para trasladarse entre lo que actualmente son las comunas de Vicuña, Río Hurtado y Andacollo, luego fue ocupada por los diaguitas y posteriormente por los incas, quienes durante siglos explotaron el oro y el cobre. En quechua significa «gran hombre del cobre».
Pues bien, tomé la ruta D-595 dirección Embalse Recoleta. De a poco sentía nuevamente el desnivel ahora negativo. Había un puesto de helados a un costado del camino, compré uno y continué. Luego me fuí conversando con un Sr. que iba pedaleando también, me iba indicando el camino y como sería la ruta. Motivado quedé.
¿Dónde me quedé? un poco más arriba del Embalse Recoleta, en un desvío del camino, me parecía en la app Overlander! un sitio ideal para hacer noche a lado de un puente, lo malo, el agua había sido desviada para los monocultivos de la zona. Tuve que bajar y acomodarme detrás de unos matorrales. El piso tenía mucha arena así que sería cómodo el vivac. Me bañé con toallitas húmedas y me preparé a dormir, no sin antes apreciar el cielo estrellado de aquella noche.
Embalse Recoleta-Fundina: Comentar que la noche anterior, a eso de las 03:00 AM sentí pasos a mi alrededor, eran pasos pequeños. Por un momento, recordé mi encuentro con un puma en la Araucanía Andina pero esta vez eran conejos, unos 4 ó 6 a mi alrededor, estaban curiosos, no les di mayor importancia y seguí durmiendo.
Ahora bien, siendo las 08:00 AM ahora me despertaron unos 7 perros, todos con collares. «Ah, me largo» me dije a mi mismo. Previamente esperé que se fueran los perros sin que me atacaran claro está. Les di la espalda. Se fueron. Es parte de vagabundear en bici sin permisos ni reglas.
Salí rápido del lugar, no estaba muy apto para quedarse echa´o. Retomé la D-595 destino Tahuinco a tomar desayuno. Una vez llegué, compré un par de huevos y pan amasado. Me senté en un paradero que está unos metros más arriba y disfrute la comilona. Miraba el mapa mientras y me di cuenta que se podía hacer el resto que me quedaba en un solo día hasta la localidad de Hurtado, así que brillo. Decidí entonces irme mucho más lento, conversar con la gente un rato, mirar el paisaje y todo lo que conlleva este tipo de aventuras sin manual del «que hacer».
Una vez llegué a Samo Alto, no dudé en almorzar allí. Compré un par de cosas en un minimarket y me fuí a la plaza de armas del sector. Me preparé unas suculentas lentejas mientras me tomaba una bebida isotónica, se suda harto en esta ruta y hay que reponer electrolitos. Luego me eché en una banca a dormir un rato, la música de plaza esta vez estaba agradable.
Luego de la siesta, me preparé para seguir mi camino, había pensado quedarme allí ese día pero cuando le pregunté a la persona del negocio donde me podía quedar acampando libre, me dio un tremendo dato. La persona me recomendó llegar al puente de la Fundina y avanzar unos metros para bajar al río.
Pasé por fuera de El Espinal, San Pedro, La Puntilla, Pichasca, Bellavista y finalmente llegué a Fundina donde me abastecí de cosas para comer y un par de cervezas. Ahora debía avanzar un par de kms más hasta llegar al puente con el fin de buscar el dato que me había dado el hombre del negocio. Me había prometido un lugar weno weno así que iba camino a averiguar que tal era.
Cuando llegué me di cuenta que iban personas a carretear y acampar al lugar pero como era mes de octubre y día de semana, lo tenía solo para mí. Andaba con una bolsa de basura así que me dedique unos 20 minutos a limpiar el lugar. Lavé ropa y me bañé además. Tenía de todo para lo que quedaba del día y más la noche.
Agregar que al día siguiente salí a botar la basura al paradero que se encuentra afuera, me devolví a comprar comida para el día. Cuento corto, pasé todo el día entre chapuzones, durmiendo, tomando unas cervezas y compartiendo la comida con mis nuevos compañeros a los cuales apodé «los pankies macheteros». Les puse así porque alguna vez macheteaba con amigos para bebestibles y comestibles, y siempre, nos acompañaban perros. Parte de la historia de vida. Otro tema.
Fundina-Hurtado: Después de darme un descanso de un día a orillas de tal hermoso cauce, debía continuar por la senda diaguita. Antes comentar que al despertar mis compañeros ya no estaban, me habían abandonado como Richard Parker a Pi en la película Una Aventura Extraordinaria.
Volví a la ruta rumbo a la localidad de Hurtado, que estaba a unos 25 kms de donde me encontraba y tenía una altimetría de unos 400 mts. Como siempre el amigo sol implacable que solo me dio tregua al llegar a Vado de Morrillos. Comentar que me fuí bien calmo puesto el camino es para gozar su colorido valle, mezcla entre verde, rojo, amarillo y cielo azul, muy azul.
Almorcé ahí mismo donde parché la cámara de la bicicleta. «Al lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa» como dice el chascón Fito. Masacré una carbonada que me hice, pan amasado, jugo de manzana, pan y ají… ¿Qué mejor?. Ya luego tocaba avanzar un poco más para llegar a Hurtado, son unos 8 kms desde Vado de Morrillos.
Llegué más menos a las 18:00 hrs y lo primero que hice fue comprar un néctar en el primer negocio que encontré. A la compra anterior, le agregué unos panes amasados con queso. Verifiqué el Maps.me alguna bajada al río y no me aparecía nada. En un poste de luz vi un letrero que decía «camping» y con una flecha indicando bajar por un camino de tierra.
Una vez abajo, encontré el camping, y afuera, había un cartel colgado con un número de celular. Llamé al número unas 4 veces y no me contestó nadie. Así que pedalee un poco más abajo, al río. Corría un cauce muy tenue, pero había un pozón hecho seguramente por gente del lugar. Me tiré un chapuzón rápido para sacarme el sudor. No estaba muy cristiano para quedarse, habían vestigios de botellas, cajas y latas de alcohol, una zona de carrete y en verdad prefería descalzar.
Por lo anterior, volví al camping, ya se estaba haciendo tarde así que tenía que tomar una decisión. Volví a llamar y como no tuve respuesta y la sobrevivencia es imperativa, entré soltando un pestillo que tenía por el interior. Una vez adentro, verifiqué si había algún morador, no había nadie. Fue entonces que bajé a la zona habilitada con quinchos y estaba terrorífico, como estaba ambientado con una virgen que le alumbraba una ampolleta parpadeante y solitario todo.
El día siguiente desperté algo espiritua´o, no por la noche anterior, a pocas cosas le tengo miedo, pero era porque estaba en un recinto privado y quería evitar problemas con los dueños. Si bien no tenía malas intenciones, no sería bien visto ocupando el espacio sin pagar.
Tomé desayuno y pensé que podía hacer, quería quedarme ahí, pero debía tener la venia de los dueños del camping. Así que ordené y salí al poblado nuevamente. Antes, mencionar que tiene un poco de todo: Centro de Salud, policía, escuela, negocios y botillerías y un club deportivo, y el camping claro.
Entré a un negocio, compré para el desayuno y al preguntar por quien era dueño/a del camping, me comentaron que «mi abuelo», tal cual, ahora ya sabía con quien hacer trato. Le pedí a la joven si me facilitaba el contacto y lo fue a buscar. Conversé con el Sr. del camping y le comenté que lo llamé en varias ocasiones y finalmente opté por quedarme. No tuvo problemas y hasta se río. Hicimos trato y le pagué el día anterior, eran solo 6 mil pesos chilenos por persona.
Finalmente me acompañó al camping y me habilitó todo, desde los baños/duchas, luz interior y me pasó una parrilla por si quería hacer asado. Me dijo que estaba ocupado en otras cosas y como era temporada «baja», no pensó podía llegar alguien. Me dejó solo, dejándome a cargo y ante cualquier situación le fuera a avisar, y se fue. Tuve todo el día echao tomando un par de pilseners y dándome chapuzones frescos en el río hurtado.
Hurtado-Vicuña: Luego de un día entero de meditación, yoga y relajo, ahora volvía a tomar la ruta con destino a Vicuña, si no antes comprar comida para el camino. Comentar que el asfalto solo llega hasta Hurtado y para cruzar a Vicuña hay que subir por gravilla y calamina. Hice los cálculos correspondientes y vi que tenía que hacer 45 kms hasta el pueblo de Lucila Godoy, pero antes, debía llegar a la cumbre por cuestas pronunciadas en 19 kms y con una altimetría de 797 mts. ¡A darle!.
Este tramo lo relataré en fotos, a mi gusto, es uno de los lugares de la ruta más lindos que pude realizar. Los colores son espectaculares, tanto así que la cámara no refleja en su máxima plenitud. Si bien el trayecto estuvo rudo, no fue tanto suplicio, tenía mucha agua, comida y me acompañaba en los audífonos mi inspiradora: Molly Nilsson.
Luego de todo lo anterior, entré a Vicuña, almorcé en un restorán popular, me tomé una copa de vino y recorrí un poco. Ya de tarde tirando para noche, me fuí a buscar una hostal para quedarme, llevaba varios días durmiendo en el suelo, tenía que descansar un poco mejor esta vez.
Fue así como di con la hostal «Rancho Elquino». Al llegar me atendió un joven, el cual me pidió 15 mil por la pieza, muy pagable para relajarme. El lugar tiene piscina, baños, duchas, áreas verdes, entre otras cosas de utilidad y comodidad. Me instalé y salí a comprar para tomar once pero pillé en una casa venta de papas fritas así que me engullí dos lucas sin asco, con harta mostaza.
Durante la noche, me puse en contacto con LoreBikers, pedalera de la zona de La Serena y que conocí en un encuentro cicloturista en Santiago en el mes de agosto del 2021 si mal no recuerdo. Le comenté que andaba por la zona y que bajaría a su ciudad, y como tiene hostal, acaso me podía quedar ahí un día (pagando claro) para conocer y luego tomar el bus de regreso a la matrix.
Lore, me contestó con una invitación, con su grupo de pedaleros/as al día siguiente subirían a otra localidad, a Paihuano, así que con gusto acepté. Luego de lo anterior, me dormí raja, el sueño, el cansancio acumulado y la felicidad de ir cerrando una nueva ruta en mi querida chancha, me arrojaron con morfeo.
Vicuña-Paihuano: Salí casi a medio día a encontrarme con Lore y su team, nos juntaríamos en las letras de VICUÑA. El puente para entrar y salir de la localidad es algo «peligroso», posee una sola vía y si pasas por ahí, considera bajarte e irte por la vereda si no puedes ir rápido por la calle o maniobrar bien por la estrecha vereda.
Como el día anterior, retrataré con fotos desde ahora en adelante, pero antes mencionar que conocí a Juanito, un pedalero de Cerro Navia con el que luego hemos seguido realizando rutas, Karin y Sebastián de QuintaGravel, Bar y Wale de Santiago y un colega vieja escuela punk y mecánico de bicis de La Serena con quien parlamos harto.
Agregar que desde Vicuña a Paihuano hay 28 kms con 367 mts de desnivel negativo. El camino es de asfalto en su totalidad, berma decente para pedalear y es mejor tomar el desvío D-379 que va todo el trayecto acompañado del río Claro, donde antes de tomar la ruta nuevamente, hay un puente para tirarse un chapuzón; disfruté mucho esa ruta puesto iba bien acompañado, pasa la cuenta andar rato solo. El Valle del Elqui fue uno de los que más me gustó y tiene muchos más rutas como para realizar en bicicleta. Completamente recomendado.
Paihuano-La Serena: Luego de la despedida, pasé a comprar para desayunar en la plaza del pueblo. Ahora me tocaba solo bajar hasta La Serena. Eran 94 kms y casi 1.000 mts con desnivel positivo. Una delicia. Además, estaba nublado y fresco el día. Los demás, continuarían a otro camping en Pisco Elqui, por mi parte, debía regresar a Santiago, para llegar a descansar un par de días ya que ahora me tocaba realizar la Selva Valdiviana en bicicleta.
La ruta la realicé en 3 hrs y media aproximadamente, fue muy rápido. No almorcé solo para llegar a comer empanadas de marisco a La Serena. Como toda ciudad tuve que volver a lidiar con autos, bocinazos y la vida citadina. El pasaje ya lo había sacado previamente así que ahora solo debía disfrutar el día en la ciudad. Por lo anterior, le pedí a Lore, me pudiera facilitar una pieza en la hostal para dejar la bici, bañarme y descansar. El pasaje lo tenía para las 00:00 hrs y llegaría a Santiago a eso de las 06:00 hrs.
FIN.
PD: No me gusta el concepto de «consejo», creo que somos eternos aprendices aunque tengamos miles de kms de vida. Por ello, quizás dejar un par de sugerencias:
-Pensar bien si quiere hacer vivac desde la Región de Coquimbo, hay vinchucas y con ello, el mal de chagas (investigar).
-Tener en cuenta que desde Santiago a La Serena por el interior, es todo el rato cuestas pronunciadas, y bajadas eternas, ponerle harta atención a eso.
-Por favor investigue harto del lugar, es muy bueno ir informado/a, a mi se me pasaron varias cosas importantes pero repetiré esta ruta, así que capaz y nos encontremos.
-En el camino hay negocios en todos lados, en Antakari, hay de todo como para comer y tomar; llevar mínimo para tres litros de agua en la bicicleta.
…TO BE CONTINUED…
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Araucanía Andina: experimentando en la modalidad bikepacking (verano 2021)
El año 2020 de pandemia estuvo rudo, restricciones de movilidad y con ello deterioro de salud mental: comienza una nueva etapa dentro del cicloturismo para mi. Ahora emprendo el rumbo a la bellísima Araucanía Andina, Región de la Araucanía, Chile. En modalidad minimalista bikepacking, que, durante el año 2019 algo incursioné, inspirado por Iohan Gueorguiev (Q.E.P.D.), y que ahora, podía realizar con equipo completo. Previamente indagué sobre los bolsos que podía ocupar, ya tenía experiencia con la marca Choike, en especial con un seatbag y el arnés de manillar que compré por ahí. Me decidí finalmente por esta marca por la calidad del material, comentarios de cicloturistas cercanos y claro, gracias a la devolución del 10% de mis ahorros se hizo posible. Comencemos:
Día 1: Llegué en bus hasta la localidad de Victoria, la cual en ese momento se encontraba en fase 1 (cuarentena). No tenía pensando entrar desde aquí pero un buen amigo, Carlos, conocedor de la ruta, me recomendó partir de esta localidad con la idea de subir al Parque Nacional Tolhuaca.
Comencé a pedalear a eso de las 08:00 am por la ruta R-575 y luego por la R-71. El camino estaba desolado, solo pasaban peñis cabalgando a esa hora los cuales se mostraban muy amables saludando con un «mari mari» («hola» en mapudungun) y que supe interpretar de inmediato por tener historia de mi lado materno Huilliche. Se venía interesante el paseo por aquellas tierras indómitas.
Paré a desayunar pan amasado con mantequilla natural que vendía (o vende) una lamien en el sector de Rucamilla. Lo acompañé de té en un paradero que se encuentra en ése sector. Como es de costumbre, o mi costumbre, se me echó la yegua (me dormí) y desperté a la hora por el ladrido de unos perros. Continué pedaleando, estaba rico el clima: neblina y bien fresco. A eso de las 12:00 pm me acordé que no había comprado nada para almorzar ya que estaba todo cerrado cuando llegué. Por lo anterior, iba atento dónde podía comprar. En ese ínter tanto, siento la bici pesada y no, ¡su pinchazo!. Así que me bajé a parchar:
Una vez solucionado el asunto, continúo y veo a lo lejos, un cartel de una marca de bebidas, subiendo, a mano izquierda por el camino a Tolhuaca. Bajé de la bicicleta y comencé a llamar en «la casa del cartel», no salía nadie, solo había un par de vacas y chanchos que me miraban. Estaba a punto de irme cuando aparece «Don Artemio», dueño del kiosko. Le compré un paquete de tallarines y lo necesario para preparar el salvador banquete de la jornada. Antes de irme, parlamos un poco y me recomendó quedarme acampando libre a un par de kilómetros antes de la entrada oficial al Parque: «es el único portón de fierro que va a ver antes de llegar a la entrada», rezó aquel sabio hombre. Me iba yendo cuando me dice que tenía pilsener para vender así que «yapo», le dije. Me fuí cargado y feliz luego de tan amable atención. ¡Excelente servicio!.
Pues bien, así concluí el primer día de esta aventura. Mencionar que me dio un poco de miedo acampar en medio de tan bello bosque nativo, hay harto puma, animal con el que tengo historia que contar casi al final de este viaje. Lo otro, desde Victoria hasta el Parque Nacional Tolhuaca son 52 kms con una altimetría de 777 msnm. Mucha calamina y ripio que comienza luego de Rucamilla. Con paciencia se puede realizar fácilmente en unas 6 hrs (sin quedarse dormido).
Día 2: La noche anterior, ese «miedo» se transformó en relajo al escuchar el agua caer por un pequeño salto que se encontraba un poco más abajo de donde estaba. Desperté con el mismo sonido, ¡que placer!. Me quedé un rato más en la carpa mirando la app Maps.me (la cual funciona sin internet) analicé el sendero que debía tomar para llegar al salto Malleco. Aproveché que era temprano, me bañé en la laguna, desayuné y partí al trekking. No saqué foto alguna ya que se me fue cargar la batería. Plop! como dice el Condorito. Estaba prácticamente solo si no fuese por la compañía de la fauna. Disfruté de lo que estaba presenciando, la mismísima ñuke mapu en todo su esplendor. Recordé que podía entrar gente y que había dejado todo «tirado», así que caminé rápido para llegar a ver mis cosas. Todo bien, nunca llegaron personas. En fin. Luego de eso, ordené, me despedí del lugar y salí raudo y veloz para hacer los 9 kms de solo subida con calamina.
Una vez afuera, comencé el andar, pero para mi sorpresa, apareció una pareja de pájaros carpinteros, los cuales volaban de árbol en árbol. Qué mejor empezar así el día. Sí bien el camino estaba pesado por la altura, la calamina y el sol, visualicé una meta a lo lejos, una gran araucaria, nunca había visto una así. Quería sacarme una foto junto a ella pero recién estaba cargando mi celular con el panel solar. Tuve que esperar una hora aproximadamente a que se cargara hasta la mitad. Dentro de esa hora esperaba que llegará alguien para pedirle que me sacara una foto pero nunca llegó nadie. Finalmente le saqué la foto a mi bici junto al pewen y dimensiono el tamaño que tiene éste. ¡Impresionante!
Continué avanzando, llegué a las termas Tolhuaca y a la entrada de la Laguna Verde pero acá sí que no pude pasar, estaban los guardaparques, quienes no permitían el ingreso. Así que me dije: «para la próxima». Recuerdo haber pedaleado durante un buen rato hasta que me topé con camiones cargados con árboles nativos y resguardados por la policía chilena. Por otra parte, en gran parte del camino letreros con la leyenda «territorio Mapuche recuperado» o «en recuperación». Sabía que era un sector complejo ya que por un lado el pueblo Mapuche protege la naturaleza y por otro las transnacionales depreda la flora y fauna: Resistencia.
Mi destino final era Curacautín, tenía muchas ganas de conocer el Pueblo así que me aguante las ganas de comer con tal de llegar a almorzar una rica cazuela. Dicho y hecho. Llegué y busqué el lugar más popular para reponer energías. Un restorán cerca del Hospital de la zona. Por 3.500 quedé listo: cazuela de ave, ensalada, pan, pebre, postre, y, aparte, una copa de vino. ¿Qué tal?. Ahora tenía que buscar un lugar para quedarme, recurrí a Maps.me y me dirigí al Río Cautín. Mencionar que hay dos campings en el sector de Trahuilco, uno estaba repleto y el otro no habilitado en aquel momento.
Seguí bajando por la R-925-S y en al lado de un puente, encontré una pasada al río, hecho por gente del lugar seguramente. Como había llegado temprano decidí echarme a escuchar el cauce y a los pajarillos. A eso de los 19:00 hrs una pareja que andaba caminando junto a una Sra. me ofrece un par de latas de cerveza que con gusto acepté. Estaban atentos a los bolsos que llevaba, también eran pedaleros de la zona de Temuco, y en aquella ocasión andaban en auto. Me preguntaron el dato y luego de eso se fueron.
Día 3: Escuché temprano el grito de gente, eran pescadores que andaban con perros y unos caballos. Levanté el campamento, desayuné y me volví a recostar para apreciar el río. ¡Espectacular!. Salí al camino para comenzar el nuevo día de pedaleo. No llevaba prisa así que me fuí lento, de hecho, nunca llevé apuro en esta aventura por lo que recuerdo. Ahora visualizaba como destino Malcahuello o Lonquimay pero… ¡calma´o!. Ví el mapa y al acercar la pantalla, veo que hay un par de saltos, el Salto del Indio y el Salto de la Princesa, así que me motivé y pedaleé un poco más rápido para llegar a ver si tenía temas de limitación de aforo para entrar.
El primer salto, el Salto del Indio, me lo pasé por hartos kms, nada que hacer… continué al próximo. Al llegar diviso de lejos mucha gente, recordar que en ese momento Chile estaba en plena pandemia, y al acercarme, noto que no había aforo ni restricciones por el estilo. Disfruté varios minutos mirando tan hermosa cascada, me metí por detrás de ella para disfrutar de su majestuosidad y potencia, y, finalmente, siendo las 17:00 aprox. comencé a buscar un lugar para quedarme. Justo al lado derecho, antes del puente, hay una pequeña entrada que lleva hacia un camino «de peatones», y al frente, se encuentra una especie de «resort». Tiré la carpa, cociné, bajé al río, me bañé y descansé toda la tarde
Día 4: Comentar que la noche anterior no dormí del todo bien, en el resort la fiesta duró hasta tarde y recién a eso de las 04:00 am pude quedarme dormido. Me levanté temprano y salí del lugar con la idea de llegar ese día a Lonquimay por la ciclovía estilo europea -así como esas de Holanda con mucho verde alrededor- que hay por esa ruta.
Tomé la 181-CH que lleva al paso internacional Pino Hachado. Le mandé los primeros repechos de la ruta para despertar la musculatura, y al cabo de un rato, veo el cartel de la ciclovía en el sector de El Escorial. Mencionar que comienza un par de kilómetros antes del Salto de la Princesa, en el sector de El Manzanar, donde hay dos minimarket. Ya en la ciclovía, el pedaleo se hizo mucho más agradable puesto que por el asfalto pasan mayormente camiones cargados con madera muy pegados a la berma. Muy peligroso para ciclistas y peatones. La ciclovía es de ripio en su totalidad, está construida sobre el antiguo riel de trenes. Tiene una distancia de 20 kms aprox. y con bellísima vista al volcán Lonquimay.
Pasé por Malalcahuello, es un pueblo pequeño que tiene de todo lo necesario para recargarse. Compré algunas cosas para cocinarme y claro, una pilsener «para el calor» (no para mí). Estuve harto rato en la plaza cívica conversando con unos tatitas, de la vida principalmente. Visité además la ex estación de trenes, me dejaron pasar al verme recorriendo en bicicleta (como que llama la atención donde vas si andas con tu chancha toda cargada).
Me despedí de aquellos amables lolosaurios y continué por la ciclovía hasta llegar al cruce que da a la Cuesta las Raíces con destino Lonquimay, para mi mala suerte, no pude entrar y hacer ese tramo puesto estaban realizando trabajos en el camino por un derrumbe. Tenían para un par de días así que continué hasta el peaje del túnel Las Raíces. El operador del peaje me dijo que «no se podía cruzar en bicicleta, que pidiera me cruzaran en camioneta». Esperé un rato y la primera camioneta que llegó le pedí que me pasara hasta el otro extremo. Sin problemas la persona aceptó y en agradecimiento le pagué el peaje que costaba 500 pesos chilenos. Antes de cruzar un tipo que vende maní confitado me regaló una tira de este alimento puesto en la espera estuvimos conversando un poco: «para que haga sed»… ya conocía ese dicho de algún otro viaje.
Luego del túnel me esperaban los últimos kms para llegar a Lonquimay, pero en el transcurso de la ruta, tuve la oportunidad de ver paisajes increíbles. En el villorrio de Sierra Nevada, compré unos chocolates, y cuando miro hacia atrás, observo el volcán del mismo nombre en todo su esplendor. La ciclovía es una real terapia, lo cual luego pude comprobar conversando con el dueño de un negocio en el pueblo de Lonquimay. También hay un pequeño túnel de madera y por debajo de este, corre el río Lonquimay de un color verde musgo. !Increíble!.
Luego solo me bastaba llegar al destino de ese día, donde no dude en hacerme paso por los alambres púas junto a mi compañera de viaje para conectar con un pequeño camino que daba al río. No llegué directo a Lonquimay, llevaba reservas para pasar la noche tranquilamente.
Día 5: Muy temprano me despiertan unos caballos relinchando, me dí cuenta que estaba en su espacio físico pero como son mansos, solo me miraron por un rato y siguieron pastando. Entendí con ello que me daban permiso para estar ahí siempre y cuando les dejara todo limpio y ordenado. Me bañé en el río (como buen ritual del bici aventurero), desayuné de las moras que habían entre los arbustos y pensé que era un buen lugar para lavar algo de ropa (sin detergente claro está). Luego de lavar algunas prendas, las dejé secar al sol y me fui a la sombra más cercana para seguir descansando y apreciando el lugar.
Pasado las 13:00 hrs comencé a ordenar para ir a conocer el pueblo de Lonquimay. Al llegar entré a comprar a un minimarket, hice la fila y veo que un tipo me mira la bicicleta con curiosidad, en eso, me pregunta de dónde saqué los bolsos que andaba trayendo. Dentro de la conversa, me comenta que es el dueño del minimarket, y que vez que podía, salía a recorrer en bicicleta por la ciclovía. Me relató algo muy relevante para comprender su interés por el ciclismo, y es que su esposa, en aquel momento, se encontraba con un cuadro depresivo y salir a pedalear, era algo «terapéutico» que «le servía mucho». Le dí el contacto de la marca Choike para que se contacte con ellos y adquiriese bolsos. El tipo (no recuerdo su nombre), me hizo pasar al local y me regaló dos berlines con crema y un jugo de litro, ¿Qué tal?.
Salí de Lonquimay y partí destino a Liucura, un villorrio que se encuentra al costado del paso internacional Pino Hachado. El camino es pavimento, muy amplio y con buena berma. Antes de llegar paré en una sombra para llamar a amigos y familiares, necesitaba echar la talla un poco, me quedé pensando en lo que me comentó el tipo del minimarket, y claro, cuando la gente tiene algún vacío se siente sola, y muchas veces, sino visualiza una salida, se cae en depresión. Quizás en mi caso toda mi vida he estado acompañado de mi familia, amigos y gente que voy conociendo en el camino, pero nunca se está completo, siempre está esa «nada» ahí dentro, será por el modelo en el que vivimos o, en ocasiones, por nuestra genética… quién sabe.
Luego de las risas por teléfono con mi gente, dispongo a seguir pedaleando cuesta arriba hasta llegar a Liucura, donde solo hay dos almacenes, un par de casa, la aduana y un retén de policía chilena. Me abastecí y salí con dirección a Icalma, Carlos, mi pepe grillo de este viaje, me había comentado de ése lugar por ser de una gran belleza. Tomé el camino de ripio R-95-S y de pronto, noto en el mapa el río Bío-Bío, así entré a un lugar que me llamó la atención, pasé la bicicleta por arriba de los alambres de púas y salté a lo bandi´o (clásico para quienes me conocen). Al llegar veo un lugar ideal por donde pasa el río, muy pantanoso y lleno de aves silvestres. Me eché y disfruté lo que quedaba de día pues tampoco tenía señal así que mucho mejor para descansar la mente.
Día 6: Me levanté temprano a tomar desayuno junto al río pero para mi sorpresa, tenía una pilsener guardada así que la puse a helar en aquel cauce de agua congelada. Me tomé el «desayuno de campeón» el cual me hizo apreciar mejor los tintes de la naturaleza. Luego ése viaje interestelar con la cebada, ordené todo y me fuí, despidiéndome claro de la ñuke mapu como un buen gentleman.
El calor rebotaba en el ripio de la R-95-S, iba parando cada cierto rato en alguna sombra que pillaba para refrescarme con un jugo que me preparé antes de salir. Comentar que este tramo de la ruta cuenta con varios negocios de personas que viven por el sector, en especial, una señora que vende tortillas de rescoldo y mote con huesillo. Se encuentra en la Comunidad Marimenuco Alto. Paré a comprarle, no recuerdo su nombre pero la conversa fue bien amena mientras esperaba que saliera tan rico manjar. Me comentó lo crudo que es el invierno en la zona, que «la nieve alcanza casi el metro y medio desde el suelo» y «deben hacer plata mientras el tiempo este bueno» puesto con eso sobrevive su familia en el invierno. Brígido. Sus hijos e hijas me ofrecieron un vaso de agua y, al ver mi bicicleta cargada con el estilazo bikepacking, sacaron una bicicleta chica que tenían en el casa. Jugaron un buen rato hasta que la señora les pidió que fueran a buscar la tortilla. Comí lo que pude (era gigante) y el resto lo distribuí en mis bolsos para luego seguir mi rumbo.
No pasó mucho tiempo cuando de pronto, comienza a «sonar el cielo», eran truenos y relámpagos, de esos que me daban miedo cuando era niño. No pensé que pudiera pasar aquello ya que hace un par de horas hacía calor. Seguí pedaleando junto a las trompetas de Dios que anunciaban mi llegada ahora a la Comunidad de Nahuelcura, pero, ¡ahora caen granizos!. Que maravilla. Lo primero que hice fue gritar así como el Teniente Dan en la película Forest Gump, cuando se encuentra con la tormenta (por si no la ha visto véala, sabrá de que hablo). Vi un paradero a lo lejos y es ahí cuando noté que iba muy empapado, como mis visitas por la patagonia. Entré a resguardarme un rato. Me faltaban unos 5 kms para llegar a Icalma. Preparé comida en ese refugio improvisado y luego me eché un rato. Entre-sueño veo otro cicloturista pasar y que me grita «wena!». Me quedé con la idea que estaba soñando y seguí dormitando.
Al llegar a Icalma lo primero fue buscar un lugar donde tirar la Carpa, es una villa con muchas casas y unos cuantos negocios, además, se encuentra otro retén de la policía chilena debido a que hay otro paso internacional. Icalma es un lugar turístico, así que entendí que no haría mi tan amado camping libre aquella jornada. Habían 3 campings y los 3 colapsados por temas de aforo, no podían tener más de un cierto número de personas. Finalmente me aceptaron en el primer camping antes del retén, 6 mil pesos chilenos me cobraron y la chica argentina que atendía, muy amable por lo demás, fue quien me hizo «un espacio». No era lo mejor ya que a mi alrededor había ambiente de «carrete» (fiesta). Lo entendí pero ya eran las 01:00 am y los gritos y la música a todo chancho (alto volumen) simplemente no me dejaron dormir.
Sin haber podido dormir, me levanté, me lavé la cara y me fuí del lugar. Salí a comprar algo para comer, era temprano pero necesitaba comer y pensar donde irme para disfrutar el lago sin ruido humano. El primer carrito de completo que ví lo aseguré con papas fritas y un completo italiano. En el intertanto, aparece un cicloturista a comprar al mismo carrito. Nos saludamos y comenzamos a conversar, él fue quien me gritó «wena!» cuando yacía dormitando en el paradero. Mirko, es el nombre del cicloturista. Me comentó que andaba recorriendo la zona y que era oriundo de La Cruz, Región de Valparaíso, Chile. Por temas de tiempo quizás no continuamos el camino juntos, además por mi parte luego de Icalma bajaría a la laguna Galletué.
Mientras comía, ví el mapa con tal de encontrar alguna pasada para acampar ese día en el lago. Usé está vez el «comodín» Overlander! una aplicación que marcan otros/as aventureros/as con datos varios como camping y lugares específicos. Es así que noté que estaba habilitada la acampada libre un poco más abajo. Por lo anterior, tomé el camino rural R-955 y en media hora, estaba en un paraíso. Había gente abajo en el lago pero nadie acampando. Dormí plácidamente durante un par de horas, venía un poco cansado y más el carrete de los compañeros de camping de la noche anterior, lo merecía.
A eso de las 17:00 llegan unas personas en camioneta. Instalaron su carpa, saludaron y se fueron al lago. Un poco más tarde, aparece otra persona en camioneta. Se acercó primero a los otros campistas, y luego de un rato, donde mí. Me saludo y me preguntó si me quedaría, le dije que sí, que andaba conociendo el lugar en bicicleta, es en ese momento cuando me refiere que es el dueño del sitio y que cobra por quedarse, no tuve problema en meter la mano en mi billetera y sacar unos cuantos euros pero me dice que «no me cobraría, que solo deje limpio por favor». Muy amable el hombre. Me comentó que en el lago no se permiten embarcaciones con motor, que la gente cuida mucho la tierra y que él es Mapuche originario (hombre de la tierra). Me relató temas muy interesantes de la zona y luego de eso se fue. El viento sopló muy fuerte de noche y me dormí con el sonido de las ramas de los árboles chocando entre si.
Día 7: Partí del paraíso Icalma a medio día, estaba muy bueno el lugar para quedarse pero el tiempo se me agotaba. Había pedido pocos días de vacaciones esta vez. Mi destino esta jornada: laguna Galletué. Volví a tomar la R-955, camino rural de calamina y ripio. En todo momento me acompañaba el lago Icalma así como diciendo: «no te vayas chavo…». Tiene una hermosa vista la ruta. Durante el pedaleo, me encontré a una Sra. vendiendo sopaipillas a 500 pesos, se le podía echar pebre hecho por ella. Fino. Conversamos un rato y me llevo la sorpresa que era de Punta Arenas, así que charlamos un buen rato, le comenté que hace un par de años había pasado por esa ciudad, y me quedé dos semanas ahí, cuando iba rumbo a Ushuaia. «¿En bicicleta igual?» me preguntó, sí le dije. «Ud está loco!» ahí nos reímos un rato de la locura, de la vida y todo en general.
A la hora llegué a galletué (me salió verso, cacha). Es un villorio muy acogedor. En par de letrero decía «camping» pero no me gustan los camping, lo siento, soy un «antisocial» en ese sentido. Eso sí, tomé la sugerencia de un cartel que decía «mote con huesillo». Me atendió un señor muy pro activo para la edad que tenía. ¡Heladísimo el refresco!. Le tiré la talla (la broma) de si vendía cervezas y me dijo «yo no pero le doy el dato altiro de quien vende para que se hidrate» (algo similar me dijo no recuerdo bien, solo que me dió el dato de la pilsener). Me mandó «al techo verde», el único que se veía en el lugar.
Luego de comprar seguí pedaleando hasta que no vi casa alguna. Olí una posible entrada alternativa a la laguna y sin dudarlo salté la valla. Caminé con la bici en la mano durante unos 5 minutos cuando de lejos veo la laguna. Me arrimé a un árbol que daba sombra, me saqué la polera y me estiré en el suelo a disfrutar de las pilseners. Así toda la tarde. Atardeciendo llega una camioneta, se baja un vidrio y se asoma una tipa cuica quien me dice «¿te vas a quedar acá?». «Por supuesto», fue mi respuesta, a lo que me refiere que es la «dueña del lugar y que esa parte de laguna le pertenece». «Amm» esbocé. En fin, solo me pidió que no dejará sucio.
Día 8: Ahora mi destino era la Reserva Nacional China Muerta, Primeramente hacer la referencia del por qué el nombre: «Su nombre refiere a una mujer que murió en las cercanías del lugar, al retorno de una veranada desde la cordillera. Cabe mencionar que los españoles le llamaban «China» a las mujeres Mapuches en forma despectiva». Explicado lo anterior, continúo.
Maps.me me marcaba 11 kms hasta el cruce de la ruta R-955 con la S-365 que es donde comienza el camino que cruza la reserva nacional y que termina en Melipeuco. En el transcurso, me fui escuchando a Joy Division recuerdo, a la vez que apreciaba las araucarias que me acompañan en todo momento. Un vez creí haber llegado al cruce, error, me pasé un par de kilómetros. Me devolví pero en eso me doy cuenta que el camino era estrecho, por eso no lo había visto.
En cuanto al camino, son miles y miles de araucarias. «La mejor opción fue seguir por aquí» pensé en ese momento. Iba parando de vez en cuando a sacar alguna foto o simplemente echarme bajo una araucaria. Casi llegando al punto más alto, me topo con una pareja que estaba en panne con su vehículo «no 4×4» -la arena y los surcos del camino no son buenos para este tipo de automóviles- así que me bajé de la bici y les ayudé a poner palos gruesos por debajo de las ruedas traseras hasta que el chofer pudo salir. Luego continué y veo una caída, muy técnica la caída, me recordó en ese momento «la ruta del cóndor», en Santiago, Chile, cuando me azoté contra el piso por tirarme «a lo loco». Pues bien, apliqué mucho freno y concentración ya que quería seguir integro los días que me quedaban por recorrer.
Una vez realizado el descenso, me estacioné a descansar en un pequeño puente por donde pasa el río Truful-Truful. Me preparaba a cocinar lo que me que me quedaba, y en eso, llega la pareja que ayudé con su vehículo unos kms más arriba. El chofer se baja y me «regala» un paquete de fideos, una salsa de tomate y dos jugos chicos en caja. Conversamos un rato y nuevamente nos agradecemos. ¡Pura wena onda viajar en bici!. Luego de comer me tiré un chapuzón en un pozón que había. Seguí bajando hacia a Melipeuco, pero sin antes pasar a apreciar el Salto Truful-Truful.
Llegué a eso de las 18:00 hrs a Melipeuco, es un pueblo que tiene de todo. En ese momento se encontraba en fase 1 (cuarentena) pero en bici no existe tal concepto. Los negocios todos abiertos, más que mal la gente necesita vivir. Hay que producir. En fin, me compre una pilsener, y cosas para tomar once. Hay dos camping pero no opté por ninguno, ¡you now!. Me fuí a inspeccionar cerca del río para ver donde me podía quedar, estaba todo lleno de máquinas que extraen áridos. Me adentré en un «bosque de pinos», por allí hallé un lugar perfecto para quedarme, así que me establecí como nuevo residente por esa noche, noche que me traería una gran sorpresa por lo demás.
Día 9: Comenzar comentando que la noche anterior no pude dormir tranquilo, está vez no fue por el ruido humano. Donde me había quedado había un sendero de animales del cual no me percaté. A eso de las 22:00 hrs me dispongo a dormir pero de pronto, sentí unos pasos, no eran pasos de ratas u otro animal del mismo tamaño, estos eran golpes en la tierra como pisadas humanas. Al principio no le presté atención ya que por el lugar había visto algunos pescadores. Al cabo de un rato seguían los pasos muy cerca de la carpa, es entonces me dispuse salir a mirar, sin antes ponerme el cortavientos y la luz linterna para alumbrar. Traté de abrir despacio el cierre de la carpa (sabemos que suenan bastante). Había luna llena y la luz se reflejaba en el agua y daba un efecto de «lámpara». Cuando salgo de la carpa, veo una especie de «perro», tenía el pulso acelerado y la adrenalina a mil. «El perro» no se movía, más bien me miraba fijo. Solo cuando comenzó a realizar sonidos guturales de felino supe que era hora de despedirme de este mundo cruel.
Lo anterior no duro más de un minuto, mucha tensión por ambas partes pero recobré la razón y recordé que los pumas son cazadores, y si les das la espalda, te vuelves su presa, además, le estaba invadiendo su espacio. No podía dialogar con el pero si «asustarlo». Recordé que mi segunda vez por la carretera austral conocí a un tipo sabio quien me mencionó e instruyó que en la zona cordillerana estaba lleno de éstos felinos salvajes: «tiene que verse más grande que ellos, levantar los brazos, gritar y nunca darles la espalda si no lo van a salir a cazar». Dicho y hecho, en un acto de valentía y/o locura, hice lo que me dijo el hombre, como estaba con el cortavientos, lo abrí y alcé los brazos. ¡guaaa! le grité, se dio la media vuelta y se fue caminando. Nunca lo intimidé pero no me leyó como presa ni como amenaza, simplemente no me pescó (no me dio importancia).
En la mañana me lavé la cara en el río, ni para el chapuzón me dio el cuero (la valentía). Salí rápido, así como una gacela al camino, quería contar lo sucedido pero amigo que llamaba me decía que «estaba ocupado». Lo primero fue comprar para el desayuno en Melipeuco, y ahí pude conversar con una señora a la que le conté lo vivido y con cara de asombro me dijo: «tuvo que haber sido macho, los machos son cobardes. Agradezca que no era hembra y que no andaba con sus cachorros». Claro, eso era. Me sirvió contarle porque ahora, más desahogado, me dirigía rumbo al Parque Nacional Conguillío.
Luego de una subida de casi 250 metros de altimetría en 12 kms, veo a lo lejos a la policía chilena justo a CONAF. Éstos estaban devolviendo a todo aquel que quisiera entrar al parque ya que como sabemos, en ese momento el covid causaba estragos en la naturaleza pero en los malls de las ciudades nadie se contagiaba (sarcasmo). Fui y di cara como corresponde a ver que me decían. Me preguntaron por «mi permiso para transitar», no lo tenía, no me importaba. Luego me dijeron que «no se podía entrar al parque por temas ‘sanitarios’». En fin. Me devolví a Melipeuco a cranear por donde podía llegar a Curacautín ya que había sacado pasaje para tres días más. La pasada por la R-925-S (el camino que cruza el Conguillío) era perfecta puesto me ahorraba darme la vuelta por la 5 sur, y más que eso, era mi última ruta turística.
Bajé pensando que podía hacer y lo primero que se me ocurrió fue tomar otro atajo que ví en el mapa. Así que seguí derecho hacia Cunco. Sí tomaba el nuevo desvió en dos días estaría en Curacautín. En el trayecto, me contacta mi primo Rudy, oriundo de Lanco, Región de los Ríos, refiriéndome que andaría por el sector en moto. Le encargué «pan de casa» que hace mi tía Olga. Quedamos de juntarnos en un cruce, en un paradero. Antes quería ver que tal el atajo que había pillado en el mapa. Estaba muy difícil, no por la altura si no porque es un camino de camiones madereros muy angosto. Los camiones transitan a cada rato. Me devolví y lo esperé al son de unas frías pilseners y escuchando su clásico Misfits. Llegó al rato, me traía el pedido. Conversamos y le conté cual era mi idea, y porque había ahora desechado aquella opción de subir por el nuevo «atajo».
Me despido de mi primo y pienso donde me podría quedar, no volvería al lugar que había estado la noche anterior. Quedé «espiritua’o» (con miedo). Comencé el regreso a Melipeuco, iba por uno de esos camping que había visto, no me quedaba de otra. Al poco rato de pedaleo, divisé un cartel que decía «camping», estaba escrito del lado opuesto, por eso no lo había visto. Entré y pregunté cuánto costaba. «6 mil por persona» me dijo la Sra. que lo atendía. No había mucha gente. Me quedé. Aproveché de ducharme (solo me bañaba con agüita de río hasta en ese entonces).
Día 10: La noche anterior dormí plácidamente. Así que ahora podía pensar mejor las cosas. Tenía la opción de cambiar el pasaje de vuelta, cambiarlo a otro pueblo. Estaba en eso cuando revisó los mensajes de Facebook, aplicación que usaba harto para publicar mis aventuras, y un amigo, de la comuna de Renca, Santiago, me habla comentándome que un amigo de él estaba haciendo guardia en el campamento CONAF del parque. Que le habló y le contó sobre mí.
Mi amigo me llamó por teléfono y me dijo: «ya estay habla’o, anda no más, te van a dejar pasar». Quedé perplejo ante la noticia. Me puse contento pero a la vez no sabía si estaba hablando en serio o estaba bebiendo pilsener el hombre. Es corto genio pero tiene harta calle así que confié en él. Bueno, ¡no me iba a hacer de rogar!. Partí de vuelta, está vez iba convencido que conocería el parque Conguillío. El día estaba con pocas nubes y ahora podía ir apreciando tranquilamente y sin presión el camino. Llegando al sector de El Escorial, llamado así puesto allí se depositan los residuos volcánicos: escoria, siento el viento en contra, fuerte, como el que viví pedaleando en Tierra del Fuego. Al rato hago mis primeras paradas antes de llegar a la entrada:
Al llegar a la entrada, está vez no habían policías, solo un guarda parque. Me acerqué y antes que le dijera algo, me preguntó: «¿tú vení por parte del Lucho?, sí le dije, «sí me contó que vení en bici de más abajo y querí pasar por aquí». Finalmente, luego de un rato de pelar (recordar) al «Lucho» entre risas me dice «que pasé, que no había nadie en el parque, así que andaría solo recorriendo». Imagínense la sonrisa de oreja a oreja que puse. Solo me pidió que no acampara adentro y saliera antes de las 19:00 hrs para no tener problemas con el otro turno. ¡10-4 y MAS QUE FELIZ!
La última parada fue en la Laguna Captren, como pero no saqué foto alguna porque me eché a dormir una hora. Estaba maravillado con ese tour en solitario que me hice esa jornada. De haber perdido la esperanza, se abrió una ventana. «Los amigos valen más que un saco de plata» decía un viejo amigo de la calle.
Al salir me despido del otro guarda parque y sigo bajando raudo hasta Curacautín, el tiempo para llegar me daba pero finalmente bajé las revoluciones y vi en el mapa que podía llegar al río Cautín, lugar que me había quedado al comienzo de este hermoso viaje. Llegué con luz de día al río, sin antes disfrutar otra linda ciclovía donde solo se veían vacas y ovejas.
Día 11: Durante la noche, sentí caer un poco de agua. Al despertar me percato que había llovido un poco. Como siempre el resguardarme bajo árboles me ayudó a que la carpa no quedara tan empapada. Era el último día de pedaleo, ahora solo debía llegar a Curacautín que estaba a unos 5 kms de donde estaba. No me quería devolver.
Salí con un poco de neblina y chubascos débiles a la ruta, al rato, llegué a Curacautín. Me resguardé bajó el techo de los Bomberos esperando pasará lo que ahora era lluvia. Así me iba despidiendo de esa hermosa parte de la Araucanía. Al bajar la intensidad de la lluvia, fui en busca de un restorán popular que tanto me gustan, donde hay sopa caliente y vino tinto. Luego del banquete, fuí por una hostal. Tenía que lavar ropa y sacarme el olor a humo que andaba trayendo (aunque una Sra. en el bus se tapó la nariz al verme). Pillé una a 15 mil pesos chilenos en la calle Iquique. Me eché todo el día. Al otro día tenía bus a las 20:00 hrs así que aproveché de salir a recorrer el pueblo caminando. Le pedí a la Sra. de la hostal si podía dejar la bici ahí para hacer la hora.
Creo tener más cosas que contar pero la memoria es frágil y solo anoto cosas puntuales en mi «cuaderno de campo». Prometí volver con más tiempo en algún momento porque la verdad es increíble todo lo que se puede recorrer en esta zona. Me faltó Batea Mahuida, Villa Pehuenia (cruce a Argentina), entre varias más; los bolsos Choike se portaron bastante bien, pasaron la prueba y continúa el bikepacking con este equipamiento.
SUGERENCIAS: Sí vas a realizar esta ruta, desde ya te digo lánzate a la aventura, está muy «terapéutica». Si bien es mejor hacerla en verano, hay quienes la han realizado en pleno invierno (hay que tener ovarios y huevos para hacerla en esa fecha). Iohan Gueorguiev, la realizó con viene. Un grande.
1.- La ruta que hice consta de unos 385 kms. Muy piola.
2.- Hay negocios en todos los pueblos, y, en el camino, existen algunos puestos de lugareños/as que venden lo que se necesita para sobrevivir.
3.- El camino es uno 40% asfalto y un 60% ripio, calamina, gravilla y arena.
4.- Gravel o MTB andan muy bien.
5.- Cuidado con los pumas, si no está seguro de quedarse en medio del bosque, no lo haga. Hay campings, o quizás, pedir el patio de alguna casa siempre con la idea de cortar leña o colaborar en cualquier cosa como pago.
6.- Si bien existe conflicto por el territorio, si no te adentras en las comunidades recuperadas o en recuperación, andarás bien.
7.- Nunca hacer camping libre en senderos de animales o que haya algún registro de éstos.
7.- Recuerda, no existe un manual, solo sé tú, lo demás es solo sugerencia. Cada cual hace su viaje como le acomode.
…TO BE CONTINUE…
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Primer viaje: Coyhaique – Puerto Montt
Mi primer viaje en bicicleta de forma «oficial» lo pude realizar el verano del año 2017. Sí bien había tenido experiencias maravillosas pedaleando y recorriendo la naturaleza de esta forma (sin tener el concepto de «cicloturismo») -desde el invierno del año 2007, Santiago a Valparaíso con dos amigos y luego salidas al Cajón del Maipo, Cuesta Barriga, entre otras de la zona Metropolitana, Chile, hasta el año 2015- la idea de hacer la Carretera Austral me rondaba en la cabeza, lo que no tenía era dinero para realizar la aventura, ya que me encontraba pagando arriendo y arreglando la casa de mis progenitores, bueno, y haciendo otras cosas de «adulto» responsable. En fin, comienza la historia:
Previo estudio de la ruta, me di cuenta que no me alcanzaban los días de vacaciones que pediría para realizar la travesía completa, por lo que aposté en hacer un tramo más corto, la «patagonia verde» con la idea de hacer la otra parte en algún momento de la vida. Es así como llegué en avión un día muy soleado de febrero del año 2017 a Balmaceda, Región de Aysén. Desde este punto tenía la opción de bajar pedaleando o tomar un transfer hasta la ciudad de Coyhaique, no pude con la primera opción debido a que el viento en contra era impresionante, más que mal Balmaceda se conoce como «la diosa de los vientos», quizás éste era un preludio para el segundo viaje a esa hermosa zona.
Volviendo a la ruta, tomé el transfer y me dirigí a la capital de Aysén, me cobraron 5 mil pesos chilenos por la bicicleta y otros 5 mil por ser. Me quedé en Coyhaique aquel día para recorrerlo puesto desde niño me daba curiosidad aquel lugar. Conocí su plaza en forma de hexágono, me tomé un shop en un bar y luego a me fuí dormir a una hostal en la que me cobraron 15.000 pesos. Al día siguiente, al despertar, estaba muy eufórico, no sabía lo que se vendría y eso me motivaba aún más. Compré algunas cosas para llevar en la alforjas, comida específicamente, y listo, partí al ¡aventurón!
El camino estaba hermoso, se respiraba mucho más limpio que en el sur, ese sur más central para mi en ése momento. Pedalee motivadísimo escuchando Black Sabbath con destino a Villa Mañihuales, no conocía la ruta, tampoco usaba apps, solo me guiaba por los carteles de la zona, y por lo anterior, fue que tomé la desviación hacía Puerto Aysén, ya que era solo asfalto, así me evitaría pasar por Villa Ortega que según yo, era «más feo» por tener ripio. En el camino almorcé en algún paradero de microbuses, no tenía pensado llegar muy pronto al destino así que me quedé reposando. Se me pasaron casi 3 horas echado. Al cabo de un rato, comienzo a pedalear nuevamente, el camino me ofrecía vistas tan hermosas como el montículo de roca llamado «pan inglés», o algo así, el velo de la virgen y otras maravillas de la zona. En total, hice 80 y tantos kms ese día, iba muy prendido, cosa que más adelante de esta historia me pasaría la cuenta.
Cuando llegué a Mañihuales, lo primero que hice fue comprarme una cerveza, y luego, buscar un camping para estirar los huesos. No recuerdo el nombre del lugar pero era bien acogedor, tenía de todo: ducha caliente, enchufes para cargar el celular y un hermoso pasto verde para tirar la carpa. Al lado mío, recuerdo un grupo de israelitas, con los cuales compartí unas cervezas que me convidaron. Nos comunicábamos en ingles y señas, así que igual se sacó provecho a esa conversa. No duró mucho el diálogo, tenía sueño, me fuí a dormir (llegué casi de noche). Tampoco recuerdo haber sacado foto alguna de ese trayecto. Iba embalado pedaleando.
Al día siguiente me levanto temprano, ví que mis vecinos del medio oriente se habían ido más temprano que yo. Me fuí al río Mañihuales a darme un baño con agua patagona, tomé desayuno, ordené las cosas y partí nuevamente. Ahora me dirigía a Villa Amengual pero… desde este momento comienza lo que para mi sería un «suplicio» pero que finalmente terminó siendo una de las mejores experiencias en cuanto a la exigencia física y mental.
Como relataba, salí directo a Amengual con un agradable clima, pasé a comer a la orilla de otro río (no recuerdo el nombre) y desde allí comenzaron sutilmente los repechos y pequeñas cuestas. Noté una molestia en mi rodilla izquierda, no le tomé mayor peso así que continué. Al cabo que pasaban los minutos, esa pequeña molestia se comenzó a transformar en dolor y ya casi llegando al destino paré, no podía pedalear ni tampoco bajarme de la bicicleta por lo que esperé un rato. Definitivamente el dolor no se iba y ahora me «ardía». También comenzó lo que tanto anhelaba, la lluvia, pero en la condición que iba no lo disfruté como quería. Finalmente, con mucha lluvia, llego al Refugio Ciclista de la «Tía Inés», en Villa Amengual. Cobraba 6 mil pesos. Un acogedor lugar. Aquel día solo había una pareja de cicloviajeros, un y una brasileños que llevaban 2 años fuera de su casa sin fecha de retorno. Compartí con ellos, me motivó su historia. Les conté lo que me iba pasando y me dieron un diagnóstico no muy alentador. Soy porfiado, así que hice caso omiso.
Al despertar, noté que la lluvia era mucho más intensa que el día anterior, la rodilla me dolía menos y la Tía Inés, me sugirió que me quedará un día más para recuperarme bien. Lo dije, soy terco. Además, tenía pocos días de vacaciones. Salí a eso de las 10:00 AM con destino a Puyuhuapi (solo me guiaba el corazón y las viseras), debía pasar la Cuesta Queulat de sur a norte, había oído de esta cuesta pero jamás imaginé lo difícil que era. Luego de una hora pedaleando, y con el cuerpo caliente, no sentía dolor así que asumí que se me había pasado, craso error, comenzó nuevamente justo en el cruce hacia Puerto Cisnes. Comencé a subir de a poco el Queulat, pero a los 20 minutos se me recogió la rodilla y me tuve que tirar al suelo, lleno de barro busqué algún refugio, me escondí del aguacero bajo unas hojas de nalca. Traté de estirar la pierna pero más me dolía. Entre la desesperanza y la frustración, diviso una camioneta roja a lo lejos, me arrastro un tanto y asomo la mitad de mi cuerpo. El vehículo para, se devuelve y baja la ventana un «cuico», el cual me dice si necesitaba ayuda, pues claro, por favor de hecho le pedí. Se bajó y me ayudó a subir la bicicleta con todo y equipaje al pick up. Por temas de espacio no me podía ir en la cabina así que me ofreció jugo y pan con tomate, me tapó con un nylon para «no mojarme tanto» y partimos. Comentar que tenía prejuicios contra «los cuicos», por ser tipos déspotas e individualistas pero esta persona era todo lo contrario.
Producto de la intensa lluvia, cerca del Fiordo Queulat, había un derrumbe el cual tenía cortado el camino. Por lo anterior, vialidad dispuso de una barcaza para cruzar hasta la localidad de Puyuhuapi. Al subir, nos bajamos del vehículo y «el cuico» (no recuerdo su nombre) junto a su familia, se acercaron y me hablaron. Comenzamos a dialogar, eran 20 minutos de trayecto así que había que batir la lengua. Conversamos de la vida en general y se admiraban de como podía andar lesionado y con esa lluvia pedaleando. Luego de risas y ver que en realidad no éramos muy distintos en cuanto a la aventura, ya que hacían trekking, nos sonreímos y finalmente llegamos a puerto.
Una vez en Puyuhuapi, lo primero que hice fue ir a la plaza, cojeando claro, a pensar un poco y comer harto. Tenía que ver en que seguía mi primera ruta, me desmoralizaba el pensar que tendría que devolverme en un bus u otro vehículo para regresar a casa, pero en ese momento recordé un poco de mi historia de vida en la cual nunca me rendía ante nada, ni desde niño cuando callejeaba, ni en enfermedades, ni en todos los deportes que había practicado, era skater, así que de lesiones sabía. Ordené, me levanté y salí a buscar algún lugar para quedarme. Entré a un negocio, acelerado, había más gente, y la Sra. que atendía me dijo: «¿es de Santiago verdad?», sí, le contesté sonriendo, «entonces lo invito a que salga y lea el cartel que está pegado en el vidrio», indicó aquella sabia mujer. Salí y leí «En la Patagonia, el único que corre es el viento«. Lo entendí. Entré más calmo e hice la fila, la Sra. sonrío. Ella fue quien me dió el dato de «la Sra. Rosita». Partí lentamente para allá (aprendí la lección), y al llegar, vi que era una pareja de abuelos, quienes tenían su hospedaje para trabajadores de la zona. 8 mil pesos me cobró por el día, le pasé 20 mil para quedarme dos jornadas. Con gusto las aceptó y me derivó a una acogedora pieza.
Pasé aquella tarde echado, esperando que «milagrosamente» se me pasará la lesión. Nunca pasó pero de igual forma salí a cortar leña con el hombre de la casa, un tatita de unos 80 años, duro como roble. Me recordó a mi abuelo de línea materna ya fallecido. Le comenté que también soy nacido en el sur, en Valdivia, ya que se sorprendió que un «citadino» supiera cortar leña con el hacha. Luego de esa agradable sesión y que me haya compartido unas copas de vino «para el frío», me fui acostar. Ahora tenía el objetivo de ir temprano al otro día a la posta del lugar ya que solo iban una vez a la semana. Suerte la mía que el personal médico fuera justo ese día.
Desperté, para mi sorpresa no llovía, solo estaba nublado. Me visto y salgo rápidamente al centro de salud. Al llegar noté que no había ningún/a paciente. Pura gente con buena salud en el sur. Me siento y el médico sorprendido me dice «y ud… pase». Entro a la consulta y le cuento que venía pedaleando y tenía lesionada la rodilla izquierda. «No puede seguir así» me dijo el hombre, «mejor descanse», a lo que le respondo que era complejo puesto andar por ese territorio, con lluvia y pedaleando, era mi sueño desde hace unos años. Movió la cabeza y me dijo «solo puedo darte algunos medicamentos y lo demás es tu responsabilidad». Me dio dos cajas de ketoprofeno y un pinchazo de diclofenaco para el dolor. «Cuídese» esbozó. Ya tenía una solución así que me fui. Al llegar donde la Sra. Rosita, tomé desayuno y, como no llovía, decidí salir un rato a conocer el lugar, lo primero, fue ir a la caleta. Me senté a mirar la bahía, hermosa por lo demás. Al rato llegan unos mochileros, sacan un tarro para pescar y lanzan el anzuelo, no tenían instrucción de como hacerlo así que me ofrecí a ayudarlos. Tiré el nylon con el anzuelo, y, como al 4° intento, saqué un róbalo, luego otro. Se los pasé a los jóvenes y éstos emocionados no sabían que hacer, les daba pena creo acabar con el pescado, así que hice el trabajo sucio ajaj se los pasé y me invitaron a comerlo a donde se estaban quedando, les dije que no, que prefería que ellos comieran de aquel banquete pero les pedí una foto (luego adjunto cuando la pille).
Después de aquella fructífera pesca, caminé por el sector, a paso lento, y una persona me pregunta X que «qué tenía», le conté y me dijo pero cómprese una rodillera, y dónde si no había nada como farmacia u otro por el lugar. Me mandó a un Minimercado de nombre «Mayorga». ¡Había de todo! compré dos y salí prácticamente saltando de la felicidad. Al llegar a la hostal me senté y pensé en los kms que me faltaban, así que me mentalicé y comencé a ordenar para el día siguiente. Paso un rato cuando Rosita, me golpea la puerta y me dice acaso había almorzado, claro, se me había olvidado comer. Así que le dije que no, y me invita a servirme «una cosa poca». En la mesa me tenía un pedazo de salmón, papas, ensalada, ají, pan y una copa de vino, ¿qué mejor?. No había conversado con ella y ahora lo hacía, me contaba que su hijo «casi de mi edad» vivía con ellos -estaba trabajando esa semana en un faena- y dormía en la pieza que estaba ocupando. Fue bien emotivo el momento porque a la distancia recordé a mi madre y a mi padre. Cerramos la sesión con un salud y a dormir.
Aclara el día, me despedí y partí raudo esta vez camino a La Junta, la lluvia no daba tregua pero ahora, ya «recuperado» y con protección, no me importaba más que respirar libertad y rodar. Conocí el Lago Rosselott, un puente que está en el camino y es motivo de varias fotos, claro, con la lluvia y la cámara de celular que andaba trayendo poco se podía hacer, además nunca me gustó tanto el tema de andar sacándole foto a todo y grabando pero sentía que ahora era importante, como para dejar un registro en este mismo blog, por ejemplo. Bueno, no llegué a La Junta ese día, iba muy empapado y el camino estaba un tanto difícil para lograrlo. No había camping o lugar seco para tirar la carpa así que opté por dormir en un paradero.
Pasé la noche en aquel paradero de la ruta 7 chilena, el frío era intenso, poca ropa seca me quedaba pero sobreviví. Al día siguiente no sentía caer agua así que me apresuré en ordenar para irme. Salí con destino a La Junta, motivadísimo con ese verdor y frescura que queda luego de una lluvia. Al rato se larga a llover nuevamente así que continué, ya me había acostumbrado. Paraba de vez en cuando a apreciar lo lindo del paisaje, a comer, a comprar y a elongar un poco la lesión. Evitaba recordar que estaba ahí, latente siempre con la molestia.
Llegué a La Junta justo en el momento que me dió un descanso la madre naturaleza. Lo primero que hice fue ir a ver al clásico puente Rosselot, de estructura estilo mecano muy antigua, de esos puentes de postal que entrega la Carretera Austral. Busqué bajo el puente refugio, mi idea era realizar camping libre (mencionar que camping lo practico de niño y sobre todo cuando mochileaba) aún no la podía concretar producto del clima hostil. Comenzó a caer agua como si el mismísimo estuviera tirándola en baldes a la tierra. No vi ningún lugar más menos seco para quedarme así que decidí ir al pueblo a ver alguna hostal «barata». Al primero que ingresé, la Sra. que me atendió me miró y prácticamente me cerró la puerta en la cara, no sé que apariencia tenía, de ladronzuelo quizás. Al segundo intento el hombre cobraba 25 mil… «A la mierda, y dije, a lo que vinimos». Fue así como volví al puente y logré, luego de un rato de caminata, encontrar un buen lugar. Salí a comprar para comer, aproveché de cargar el celular en un negocio, ya que lo ocupaba para escuchar música, a todo esto, en este trayecto venía escuchando una artista que hace música synth pop, post punk y cold wave: Molly Nilsson, para mi un gran descubrimiento, primero porque mi estilo desde adolescente hard core punk, algo mucho más «rudo», no era quizás compatible con este estilo, y segundo, porque era ad hok al paisaje con sus bajos y sintetizadores. Volviendo a la aventura. Dormí plácidamente junto al sonido de la lluvia, mi fiel compañera para ese entonces.
Desperté temprano, más que mal, aunque se esté de vacaciones, uno tiene un reloj interno, ese que te avisa todos los días que debes salir a ganarte el sustento diario. Aproveché de ordenar rápido (ahora no tenía nada seco, ni la carpa) y salí a la ruta nuevamente sin antes tomar el medicamento y realizar elongaciones. Al volver al puente me encuentro con la sorpresa de que habían unos cicloturistas que iban al sur, no saludamos, conversamos un rato y me comentaron que no se podía cruzar por Villa Santa Lucía, verdad, se me había olvidado! en esa misma época ocurrió un aluvión en aquel lugar. Me sugirieron seguir a la costa hasta Raúl Marín Balmaceda y cruzar a Quellón, Chiloé, pero eso significaría que no haría la ruta original. Les agradecí y decidí partir para avanzar y pensar que haría.
Me pilló nuevamente la lluvia, me esperaban algunas cuestas, sabía que tenía que haber otra forma de seguir por la ruta 7, así que no paré y no me desvié por donde me sugirieron los otroras camaradas del pedal aventurero. La lluvía se puso cada vez más «espesa» y dolor de rodilla no daba tregua. Ni ahí. Seguí. Leí en algún letrero «Villa Vanguardia» y dije «he ahí la madre del cordero», así que aceleré pero se ponía cada vez más complejo el camino, ahora eran los charcos y la calamina que no me dejaban seguir fuerte y derecho. Tenía que llegar a ese destino, me mentalicé, y, al atardecer, llegué. En Villa Vanguardia habían alrededor de 6 casas y un negocio, así que fuí a comprar y ver si podía averiguar de algún lugar donde poder quedarme. Después de comprar, la Sra. que atendía, me habló de otra forma de evitar pasar por Santa Lucía, la encontré muy buena y sobre la misma, pregunté donde me podía quedar, «acá, está complicado. No se puede. No hay camping y ni hostal en la Villa». Mi mente había visto un hermoso paradero unos kms antes, me imaginé durmiendo ahí, no me complicaba. Al rato, y luego de unos minutos de conversa, la Sra. me pregunta que «qué hacía en mi vida civil», soy Trabajador Social de profesión le dije, además, para aquel entonces, era dirigente social en la comuna que vivo actualmente. Se lo mencioné. Por lo anterior, me miró con asombró y me dijo «yo soy la Presidenta de la Junta de Vecinos de acá». Mish! Ya éramos de los mismos. «Sabe, al frente (me sacó afuera del local), esa casa a medio construir que se allá, es la Junta de Vecinos que estamos arreglando, si gusta se queda allí. Hay techo». Nunca olvidaré eso. Salí con la cara llena de risa y mire al cielo, nunca fuí muy creyente, pero le hacia guiños al pulento. Esa noche, aquella sede vecinal a medio construir fue una mansión para mi, solo le faltaba el frigobar. Eso sí, tuve que improvisar un refugio, había mucho ratón y entraban ráfagas de viento.
Tenía que llegar a Villa Santa Lucía y desviarme hacía Futaleufú, y antes, llegar a las lanchas que el Estado chileno había puesto para transportar a los lugareños. Vámonos a la ruta otra vez! sin antes despedirme de la dirigenta social, y, comprar algunas golosinas para el camino. Eran pocos kms para llegar pero necesitaba azúcar. Contar que en el camino, escuchando a Molly, apreciando el regalo del paisaje y agradeciendo estar al fin haciendo esa ruta, me saqué toda la ropa, quedé solo con boxers, un momento de locura, total, tenía agua hasta donde no llega el sol. Me bajé de la bicicleta y volqué mi mirada nuevamente al cielo, vi como caía cada gota y dije: «Dios está en el agua, en los animales, en las plantas… en la naturaleza». Fue mi momento de revelación. Solté unas lágrimas, tenía un montón de emociones, respiré y continué pedaleando así hasta el llegar a la entrada de Villa Santa Lucía, donde estaba un militar parado para desviar a la gente, se cagó de la risa y me movió la cabeza en señal de «tienes coraje». Recuerdo también, un poco más allá de ese cruce, unas chicas argentinas o uruguayas que hacían dedo para que las llevarán, bueno, me tiraron algunos piropos y gritaban «shevanos contigo» ajaj
LLegué a Puerto Ramírez a esperar las lanchas, entré a un container para refugiarme de la lluvia, y vestirme claro, al cabo de un rato, llegó un cicloviajero, Sebastián, quien me ofreció lentejas frías. Comenzamos a hablar y me refiere que venía de Colombia. Impresionante pensé. Encallan las lanchas y partimos con mi nuevo partner de ruta. Me comenta «nos salvamos de hacer la cuesta Moraga». Yo ni idea, solo me la imaginé que con una rodilla en mal estado no era viable. Sebastián también me comentó que venía lesionado de una rodilla así que comprendía, «parte de…» me dijo.
Al llegar con Sebastián, nos dirigimos a buscar un negocio, no había nada. Así que nos fuimos a acampar bajo el puente Yelcho. Llegamos y cada uno tiró la carpa en el primer lugar seco que hallaba, que no era mucho por cierto. Al cabo de un rato, llega un par de cicloturistas chilenos, con los cuales conversamos. El frío calaba los huesos así que decidí realizar ejercicios físicos del tronco superior hacia arriba para calentar el cuerpo, y de un momento a otro se me unen los demás, prendimos una fogata con lo que pudimos pillar y alguien se sacó un vino. ¡Bendita sangre del pulento!
Al despertar no sentía caer agua, salí y aprecié los rayos del sol, el diluvio había acabado! luego de días empapado por fin podía secar ropa y todo lo que andaba trayendo. Sebastián me sugirió aprovechar el sol puesto que «se viven las 4 estaciones en un día en la Patagonia».
Sebastián me comentó que se iría a quedar donde un amigo colombiano en Chaitén, que no habría problemas en que también llegará a alojar allá. Así que luego de secar ropa, comer y activar vitamina D, salimos rumbo a Chaitén. Recuerdo que pasaban muchas cosas por mi cabeza, me sentía liberado, no tenía ansiedad ni estrés ni angustia, todos esos temas mentales que te genera el ritmo de vida del sistema político, económico y social en el que vivimos. Disfruté como nunca el sol, el sonido de los insectos y el cantar de chucao. Estaba en trance.
Con Sebastián nos pasamos al Amarillo, en el Parque Pumalín. El hombre es botánico, en ese entonces andaba haciendo una tesis en tierras patagonas. Tenía, y tiene, mucho conocimiento de aves, plantas, clima y geología. Desde lejos mirábamos el volcán Michimahuida. De esto no hay registro fotográfico.
Al llegar a Chaitén, nos dirigimos a la casa de Felix, el colombiano amigo, un psicólogo que trabaja en el colegio de la localidad. Vaya sorpresa me llevé cuando me enteré que Sebastián, había contactado a Felix, por una aplicación para mi desconocida hasta ese entonces de nombre CouchSurfing. No hubo problemas en recibirme, Felix, es una gran persona, hasta el día de hoy tenemos contacto. Al otro día siguiente, arriba a la cabaña Dorotea, una húngara que andaba paseando por la Patagonia y con la que tuve un «affair». Estuvimos 4 días juntos, en los cuales arreglé puertas, hice asado, corté leña y claro, nos enfiestábamos al ritmo de rave con bandas como Die Antwoord y otras que no recuerdo, música muy estilo under europeo que me agradó.
Después de conocer Chaitén, ir a una de sus ferias costumbristas, conocer los vestigios que quedaron luego de la casi destrucción del pueblo que causó el material piro-plástico por la explosión del volcán Chaitén, era momento de partir. Dejé una mañana a mi compañero de ruta en el terminal de barcazas, el fue directo a Quellón, iba a recorrer Chiloé, mi destino llegar a Puerto Montt por la ruta 7. Una emotiva despedida de todos y un hasta siempre y a la ruta otra vez. Ahora tenía que «volar» en bici con una rodilla lastimada pero descansada para llegar a tiempo a tomar la barcaza en Caleta Gonzalo, la cual me cruzaría a Hornopirén.
Comencé el pedaleo a eso de las 11:00 AM, tenía que llagar a las 15:00 hrs para tomar la embarcación. Al principio bien, había asfalto pero al rato comienza la calamina y ahora se suma otro factor: tábanos y moscos grises. Que desagradable que son. LLevaba unas 2 horas de pedaleo cuando siento que bajó el ritmo, y no por la lesión, ahora era un pinchazo en la rueda trasera. Me apuré en solucionar el tema pero había perdido el pegamento. Nada que hacer, ni para rabear daba. Asumí y me dije «ya no llegué, para la otra». Tenía que sacar nuevamente el pasaje en Chaitén. No pasaron ni 10 minutos cuando para al lado mío un camión 3/4, baja el copiloto, un joven que me dice «mi papá dice que se suba», nuevamente miré al cielo y con gusto subí. Al abrir las puertas, miro entre el polvo y estaba lleno de mochileros/as! algunos que nos habíamos topado en el camino. Partimos y la parla y la risa comenzó. Cuando el camión paró, supimos que habíamos llegado. Nos despedimos y nos veríamos arriba en la barcaza. Corría un poco de agua y aproveché de encontrar el hoyo en la cámara de la rueda, al pillarlo me lamenté de no tener el pegamento, y en ese instante, aparece un cicloturista que venía llegando, me asistió con ese elemento y volví a tener la bicicleta intacta. Comencé a caminar y se acerca el chofer del camión, me dice «toma flaco, comete unas papas fritas para que hagai sed cuando lleguí a Hornopirén». Increíble, Mire al cielo otra vez ajaj no detallaré el viaje en barcaza, son 5 horas así que me dediqué más a dormir.
Arribamos a eso de las 20:30 hrs y lo primero fue buscar una botillería, necesitaba tomarme una cerveza, en verdad me dejaron con sed las papas fritas. Luego, en la oscuridad, busqué donde quedarme, no visualicé nada y con los camping llenos, decidí irme a dormir a la plaza, encima de una banca pasé la noche, incómodo pero feliz. Desde aquí me quedaba muy poco para llegar a mi destino, no quería llegar la verdad pero recibí la llamada de mi padre, me comentó que iba a Puerto Montt a visitar a mi hermano y a mis sobrinas, así que, como hace mucho tiempo no estábamos juntos, me motivé.
Compré a eso de las 09:00 am un cartucho más para la cocinilla, en una ferretería del pueblo. El anterior me duró re poco. No pude por esta ocasión apreciar tan bello lugar, sería para el otro viaje. En fin, partí destino a Contao, iba muy bien pisteando por el asfalto hasta que me topo con el ripio y calamina nuevamente. Aquí viene otro tema, se me rajó un neumático con la calamina, se me olvidó sacarle aire a la rueda. Hermanos y hermanos, desde aquí comienza mi éxodo a pie hasta Contao, unos 15 kms aprox me ofrecían llevarme pero no, tenía que llegar por mis medios. Un ser obstinado. Mal ahí. Finalmente llegué a destino luego de horas de caminata. Busqué alguna vulcanización y nada, así que improvisé pegando la rajadura con el químico «la gotita» + bicarbonato = soldadura. Así fue como llegué a Puerto Montt. Luego de mi solución científica aplicada, comencé a ver donde me podía quedar, estaba más complejo ya que esta parte de la Carretera Austral está más unida la costa, por lo tanto, los refugios naturales que ofrecen los árboles no se daban a simple vista. Vi «cabañas», nah, muy caro me dije pero no sacaba nada con ir a preguntar. Se asoma una Sra. y le digo en forma de broma si recibía euros, que era un alemán que andaba recorriendo Chile, buena risa le saqué a la iñora, se acercó y me preguntó «de qué parte de Alemania», me tupí y no supe que responder así que nos largamos a reír. «Tengo esa cabaña que ve allá, se la dejo en 10 mil la noche pero me paga en pesos chilenos», la quedé mirando le dije si era en serio, me dice «sí, ha estado buena la temporada por ahora, ya gané lo que tenía que ganar y me sacó risa, hoy andaba media bajoneada», Miré al cielo otra vez…
Tenía una cabaña para mi solo por 10 mil pesos. Me bañe tranquilo, comí bien y descansé. Me quedaba poco para terminar y no quería. Al día siguiente me despedí de la Sra., le agradecí y partí rumbo a los últimos kms para encontrarme con mi padre y mi hermano. Aquel día era 14 de febrero, día de San Valentín o «los enamorados» como le dicen. Pasé a almorzar a Pichicolo, a un feria costumbrista y pedí que me sacaran una foto con quien era en ese momento el amor de mi vida.
Antes de llegar a Puerto Montt, en Chamiza, bajé un rato a la playa, miré el cielo y agradecí a la madre naturaleza (al Dios de Espinosa, si no lo conoce por favor investigue) todo lo que me había pasado. Luego, al paso de los meses, comencé a ver las cosas de otra forma a mis 32 años en aquel momento. Siempre tuve la curiosidad de hacer está ruta en bicicleta, llevaba unos cuantos años pensándola. Hasta pensaba que solo gente adinerada la podría realizar y claro, los componentes y bolsos se piensa que son caros pero recordé que antes solo salía con una mochila y adentro echaba comida en uno de esos potes chicos cuando vas al trabajo. Le di un beso a la tierra (hippie no?) y prometí volver, pero esta vez sin límite de tiempo y pasar más allá de la Carretera Austral, conocer el fin del mundo pero ésa historia es para la segunda parte. ¡ATENTO/A!
…to be continued…