Un Mapuche visitando tierra Diaguita: Santiago – La Serena + Ruta Antakari

Durante el año 2021, luego de mi primera experiencia en modalidad bikepacking por la Araucanía Andina, estuve realizando «vagancia territorial» solo los fines de semanas, pero necesitaba vagar por un buen rato, la rutina del trabajo comenzaba a hacer estragos en mi ser inquieto: es así como esta vez mi destino era llegar a La Serena desde Santiago, Chile, y a su vez, conocer la mítica ruta Antakari.

Importante mencionar que para este viaje experimento en dos modos distintos: ocupé una bicicleta de gravel y acampé libre en formato vivac (sin carpa), que si bien lo venía haciendo, ahora lo llevaría un poco más al extremo.

Pedro Aguirre Cerda-Colina: Partí el 17 de octubre, a eso de las 17:00 hrs. Era primavera, por ende, el clima estaba perfecto. Me fui hasta Recoleta, luego por Vespucio enlace con la ruta 57, o como se le conoce, la ruta Los Libertadores. Me metí care palo por la berma de la autopista, luego supe que había ciclovía al otro lado, no en buen estado pero quizás más seguro.

Me fui muy rápido pisteando. Llegué a Colina a eso de las 19:30 hrs, lo primero, fue buscar algún lugar donde vendieran comida rápida, ¡llevaba un hambre voraz!. Pillé a unos metros de la entrada, papas fritas. Me zampé una porción grande más una bebida. Cerdo. Luego de esa nutritiva once, tenía que buscar un lugar para pasar la noche.

Crucé a Chicureo (Colina versión gente con más dinero) y busqué entre la oscuridad de los fundos alguna parte para echarme. Había encontrado un lugar «ideal», según yo. Pasé un canal de agua, y luego, atravesé unos alambres de púas, y, entre los arbustos, tiré el tarp (toldo) junto con el saco de dormir.

Me quedé dormido y a eso de las 04:00 am escuchó: ¡bang!, un escopetazo… luego otro y otro, además, dos luces de linternas alumbrando. Andaba gente cazando conejos. Estuve atento entre las ramas hasta las 06:00 am aproximadamente. Estaba más que claro que me había quedado en un recinto privado.

Saliendo de la comuna de Pedro Aguirre Cerda, Santiago.
Por la R57 (ruta Los Libertadores).
Dormí un par de horas luego de los escopetazos.

Colina-Los Andes: Luego del festival de escopetazos en la madrugada, pude dormir unas dos horas. Ordené y volví a Colina para comprar desayuno. El joven que me atendió en un negocio me preguntó dónde me dirigía, le conté, y me orientó respecto a como cruzar a Los Andes, Región de Valparaíso. Primeramente, me indicó que por el túnel solo podía cruzar arriba de un vehículo motorizado, y, que mi mejor opción, era tomar el desvió y hacer la Cuesta Chacabuco, la cual es conocida por ser de alta exigencia (674 de altimetría en 12 kms aprox).

Retomé la ruta Los Libertadores y poco a poco, comencé a apreciar vegetación pre-nortina, como esclerófilos: arbustos de mediana altura, espinos y algunas hierbas. Paré a echarme en un paradero (para mis son los mejores refugios en la ruta), además el sol estaba potente y más el sueño que llevaba, ese lugar era mi cama con mi osito de felpa en Santiago. Dormí un rato. Luego crucé al desvío que da a la Cuesta Chacabuco y paulatinamente comencé a sentir la elevación. Cada cierto rato bajaban raja´os muchos ciclistas en bicis de ruta gritando de euforia: «¡wuuuh conchetumare!».

Al rato de pedaleo, al ver la cruz que está en al cima, supe que ya había logrado la exigente cuesta. Estuve un rato allí, el valle de la Región Metropolitana se veía muy lindo desde esa altura. Saqué la clásica foto a la bici; Cociné, descansé, me lavé los dientes y me preparé para la bajada. ¡Vaya bajada!. Recuerdo no haber parado ni pedaleado hasta llegar al casino que se encuentra en el límite de las dos regiones. Me llevaba el impulso, ahí comprendí lo que sentían esos/as ruteros que bajaban a toda máquina.

Me uní nuevamente a la ruta Los Libertadores que me dejaría al fin en Los Andes. Al llegar, compré lo necesario para la tarde y me dirigí a buscar un lugar para pasar la noche junto al río Aconcagua. Luego de un par de vueltas entré por el Callejón El Bosque, donde di con el río, el cual tiene una panorámica similar al rio Mapocho en Santiago, triste. Por más que caminé no pillé lugar apto para quedarme. La orilla estaba llena de basura y escombros: refrigeradores, televisores, muebles y todo tipo de enseres domésticos.

La única entrada limpia que pude hallar.

Salí de nuevo al camino y al mirar a mi izquierda, observé un gran sauce, del cual sabía que le podía sacar provecho por sus enormes ramas. Y así fue, salté los alambres de púas y al llegar, me encuentro además con varios pallets de madera los cuales ocupé como refugio. Calcula.

Los Andes-El Guayacán: Desayuné en aquel refugio improvisado, estaba muy a gusto por lo demás ya que tenía un rica sombra matutina. Noté que cada vez el sol estaba más intenso, claro, iba avanzando al norte chileno. Luego de dejar limpio y ordenado, salí del lugar. Retomé el camino interior E-61 con la idea de llegar a San Felipe a comprar lo necesario para el día.

Una vez en San Felipe, desde el chat de la red social Instagram, gente del lugar y que sigue mis aventuras en bici, me comenta un sin fin de buenas rutas para hacer en la localidad pero mi tiempo estaba destinado a conocer mayormente el norte chico chileno y en especial, la mítica ruta Antakari.

Compré lo que necesitaba y me di unas vueltas por el lugar para conocer un poco. Luego tomé la ruta asfaltada y con muy poca berma E-71 hasta llegar a Putaendo, donde conocí un poco de la historia del paso del general San Martín en eso de la liberación de la tiranía española de los siglos pasados. Muy buena ruta para quien la quiera hacer.

«San Feliz» como le dice la gente del lugar.
De a poco adentrándome en los valles.

Desde Putaendo hay que tomar la ruta E-411 para ir trazando el camino hasta la Región de Coquimbo. Disfruté mucho el trayecto ya que en un momento dado, comencé a sentir que estaba interiorizándome con los valles, flora y fauna que se vendrían un poco más adelante, ahora ese calor sofocante sería acompañado de hermosos colores rojizos y ocres.

Una imagen vale más que mil palabras, ¿no?.

Luego de largos kms de cuestas, sentía sobre mí el atardecer. Me estaba quedando sin agua (llevaba tres litros), el calor hacía lo suyo. Los montículos de tierra me daban sombra de vez en cuando pero no era suficiente. En una bajada eterna con harto viento a la cara, me topé con unos chivitos así que me detuve a esperar que pasaran. Capté que se dirigían a una casa así que les seguí el paso. Pedí agua en la casa «de los chivitos», conversé un poco con la persona que me atendió, pregunté por si había algún negocio más adelante y me señaló: «en el Guayacán hay un kiosko». Antes que se fuera el sol por completo, apuré el pedal.

En el kiosko compré un par de chocolates y un jugo, no tenían pan, «recorcholís» exclamé, me tenía que conformar con una bomba de azúcar. Luego de la compra para tomar once, seguí pedaleando hasta un puente que estaba a unos metros más adelante. Allí pernocté aquella noche muy estrellada.

Esta vista tenía de noche. Desde aquí mis noches no volverían a ser las mismas. No se oye ni un grillo. Silencio único.

El Guayacán-Tilama: Comenzar contando una anécdota de este viaje. La noche anterior, el silencio fue interrumpido por un burro, sí, un asno rebuznando frente a mi. Estos animales son igual que los perros, cuando ven extraños en el espacio de sus amos comienzan a hacer ruidos con tal de avisar que hay intrusos. Para mi suerte, esa noche no llegó nadie. Lo dejé «gritar» hasta que se aburrió y se fue. Lo odié por un momento pero el sueño pudo más así que a mimir.

Fueron los rayos del care gallo que me despertaron temprano. Ordené mis cosas y salí del lugar por la E-411 dirección norte. En el mapa me aparecía un pequeño poblado a 10 kms de nombre La Vega. Al llegar, me metí al primer negocio, compre pan y queso. Caminé un poco y me senté en una plazoleta. El lugar estaba lleno de consignas contra la minera, los monocultivos y la explotación del agua. Supe que desde este lugar conocería la realidad situada en el conflicto contra las transnacionales así como en el sur de Chile.

Esta leyenda está un poco antes del Cruce hacía Petorca.

Ya con el estómago lleno, ahora me dirigía hasta Cabildo para luego seguir subiendo al norte. En el camino fuí notando que no iba con la vestimenta adecuada, el sol quemaba bastante y sudaba de igual forma. Los ríos que me aparecían en el mapa estaban todos secos. Solo rocas y animales muertos habían bajo los puentes. Triste panorama.

Llegué a Cabildo a eso del medio día, lo primero fue preguntar por una tienda donde vendieran «sombreros estilo legionario», y me señalaron dos lugares en el pueblo. En el primer local al que entré, me compré un jockey con filtro y protección solar en el cuello. Al salir, me encuentré con una tienda de ropa americana. Entré. Buscaba poleras manga larga para protegerme los tatuajes. En el trajín, pillé la polera ideal, de material dryfit y muy liviana, estilo tricota de competidor de ciclismo. Luego me dirigí a una empresa de encomiendas, donde me envié a mi casa en Santiago ropa que no iba a ocupar y otras cosas que no me harían falta al notar el clima que se avecinaba.

Lo adquirido en Cabildo que terminó siendo mi «tricota» durante todo el viaje.

Posterior al shoping, tomé la E-35 rumbo a la localidad de Pedegua. Tenía muchas ganas de entrar al fin a la región de Coquimbo, faltaban hartos kms y el camino daba para ir un poco más rápido. Luego de una pronunciada cuesta, a unos 5 kms aproximadamente, me encuentro con el túnel La Grupa el cual es unidireccional y al parecer, siempre hay una fila de vehículos esperando poder pasar.

Le compré un helado de agua a una Sra. que tiene un puesto al costado de la entrada del túnel y me comentó que era peligroso entrar en bicicleta. En ese instante, aparece un camión tolva, y la misma Sra. se encargó de pedirle al chofer que me pudiera cruzar hasta otro lado. No tuvo reparos el hombre en hacerlo e incluso me ayudó a subir la bicicleta. Le compré un par de helados y cigarros sueltos como agradecimiento y la Sra. un par de lucas por su preocupación.

Una vez en la cabina, hablamos un rato y me dijo que me dejaría a la entrada de El Artifio, un villorio antes de Pedegua, ya que después del túnel no hay berma y «los weones que manejan camiones manejan como las weas. Incluyéndome» refirió tan sabio hombre.

Pasé fuerte y derecho por Pedegua, había un desvío hacia Petorca, zona minera, y por donde transitan muchos camiones. Continué el camino, estaba muy bueno. También pasé por poblados como: El Francés, Alto El Puerto, Palquico, entre otros. En este último, comencé a notar un leve ascenso, no muy pronunciado.

En una parada, hablé con Carlos, amigo bikepacker que unos meses antes ya había hecho esta ruta. Me comentó que ahora me tocaba la cuesta Las Palmas y un túnel que cruza a la otra región. Al principio no pensé sería tan empinado pero eran 15 kms con un desnivel de casi 600 mts. No hubiera sido tan entretenido si no fuese por las palmas chilenas que daban sobra y cobijo. Hermoso lugar. Un verdadero oasis de verdor entre las montañas.

No tomé más fotos del camino hasta la cima pero «de que estuvo weno estuvo weno». Ruda pero entretenida ruta que con un poco de música se hace en un rato.
El túnel tiene 1 km aprox de longitud. Se debe esperar que el semáforo de verde para avanzar.

Me quedaba solo cruzar. Empecé a hacer cálculos matemáticos y de física aplicada para saber si podía cruzar ese kilómetro de distancia pedaleando. No me daban las matemáticas. Intenté cruzar pero no avanzaba mucho cuando veía luces de autos aproximándose. Pensé en otra estrategia, ahora esperaba un automóvil que pudiera ir detrás mío alumbrándome. Mientras craneaba la estrategia, llegó uno, le pregunté al chofer si podíamos llevar a cabo mi idea, me preguntó si andaba rápido, «sí, le pongo weno» le dije. Listo, ya estaba dentro del túnel con un auto alumbrándome hasta la salida, tengo en Instagram un video de aquello donde con toda la adrenalina grito «¡reflautas, que lindo!».

Foto/video sacada de las historias de Instagram. Con la adrenalina a mil cruzando el túnel Las Palmas.

Al salir del túnel, agradecí al chofer y éste se cagó de la risa por la peripecia. Me topé con éste cartel que está a la salida. Me puse feliz, ahora ya estaba en los místicos valles de la Región de Coquimbo.

Posterior al túnel eran ¡kilómetros y kilómetros de pura bajada!. El valle de Choapa es hermoso. Finalmente llegué a la localidad de Tilama ya de noche. Había un carro de comida rápida abierto así que pasé a comprarme un completo italiano. Luego de eso tenía que buscar un lugar donde quedarme aquella noche, así que miré el mapa y me dirigí a un poco más allá de un puente por donde «debería» pasar el río Quilimarí.

El sitio que visualicé como hostal aquella noche era un cementerio, alguna vez me quedé acampando a metros de uno, en Coyhaique, Región de Aysén, pero por esta vez pasaba, necesitaba dormir. Bajé un poco más y salté unos alambres, tiré el toldo, el saco y comí algo. Al cabo de un rato vi que comenzaba a caer una neblina espesa, y con ello, el frío. Me conecté a Instagram y publiqué en las historias donde me estaba quedando. Estaba en eso cuando me habla Rubén, un bikepacker de la zona, el cual me comentó como que «así eran las noches allí» y que me mejor me devolviera al puente donde debería correr el río.

Por lo anterior, eché rápido todo al bolso de manillar y me partí. El puente estaba a la pasada de los autos pero ya daba igual, necesitaba descansar. Rubén, andaba repartiendo pizzas en su vehículo y me pasó a ver un rato, me comentó algunas cosas y también me refirió que por ahí «no pasaba nada», que me relajara.

Bajo el puente solo me acompañaron los murciélagos, algunas luces de autos y un par de ratas. Lo bueno es que me cubrió de esa especie de camanchaca nocturna. No quise hacer fogata para no llamar tanto la atención, solo me resguardé detrás de unos bloques de rocas y dormir se ha dicho.

Foto sacada de las historias de Instagram. Una hermosa vista al despertar pero sin río.

Tilama-Limáhuida: Dormí como bebé debajo del puente. Desperté temprano por un tema de «reloj cronológico». Abrí Instagram (donde comparto hace un tiempo mis aventuras) y nuevamente nos ponemos en contacto con Rubén, quien esta vez fue a verme y parlar un poco. No había tomado desayuno así que subimos la bicicleta a su camioneta y buscamos algún negocio para comprar comida.

Rubén, me comentó sobre su vida en Tilama. Además que el pueblo es grande, existen clubes deportivos y se realizan campeonatos de fútbol con otras localidades; también que realizaba rutas en bicicleta por el sector y que tenía un viaje planificado a la Región de los Ríos; me dio algunos tips de la ruta que se me venía, donde en alguna de esas partes se había realizado la carrera de Acrossandes, una carrera de ultraciclismo.

Luego de la conversa con el amigo Rubén, comencé a pedalear al próximo río que vi en el mapa, el río Choapa. Partí con abundante neblina y poco a poco, se comenzó a despejar. Pasé por hermosos valles, las vistas ya comenzaban a sorprenderme. Rubén, era mi guía ahora, me había comentado de dos cuestas antes de llegar a Limáhuida: La primera está antes de llegar Caimanes, localidad relacionada con la minería y que se encuentra dividida por lugareños/as que están en contra de la depredación que causa la minera Pelambres al eco-sistema, y por gente que apoya a la minera ya que da puestos da trabajo y con ello el sustento a sus hogares.

El paisaje de Caimanes estaba «desértico», no corría agua y en el camino vi muchos animales muertos, seguramente por la falta del líquido vital y comida. Una vez dentro de la zona urbana, paré donde me recomendó Rubén, un comedor de camioneros de nombre «El Corral». Almorcé en el local y aproveché de cargar la linterna frontal de campamento que andaba trayendo. Luego de eso partí sin no antes comprar un par de cosas para el camino.

Ahora me tocaba cruzar tres túneles, uno de ellos, el túnel Las Astas. Estos mismos me lo había mencionado Carlos, y Rubén. El primero no tiene más de 150 mts, lo crucé pedaleando. El segundo unos 200 mts pero se debe prestar un poco más de atención ya que es curvo (los túneles son unidireccionales y cabe solo un vehículo). El último, tiene alrededor de 850 mts, esperé algún vehículo que pasará para irme detrás de el… nunca pasó.

Último túnel: ¡adrenalina pura!
Foto/video sacado de las historias de Instagram: cruzando el túnel Las Astas.

Luego del último túnel, continué por la D-377-E, era solo bajada. Destino: río Choapa, le tenía fe. Intuía que había agua y podía tirarme un chapuzón. Carlos, me había comentado de algunas pica´s donde quedarme acampando libre, para allá iba. Contar claro que disfruté mucho la bajada, ya me estaba haciendo la idea que toda esta aventura sería así, cuestas y descensos extensos.

Pasé al villorio de Socavón Alto, hacía calor, necesitaba refrescarme en cebada (cerveza). Me compré una lata de pilsener y unos chocolates. Los disfruté en un paradero, capeando el sol a su vez. Después de aquella reponedora merienda, seguí bajando y al cabo de un rato, llegué a Limáhuida. Es una villa con negocios, escuela, canchas, plaza y un centro de salud.

Entré a un negocio y compré unos dulces con la idea de preguntar «dónde se podía baja al río», la respuesta de la Sra. que me atendió fue un rotundo: «No hay río». Al principio no comprendí tan tajante respuesta pero claro, es porque la gente sabe que pueden ir a «robar» agua, cosa que se da mucho, lo vi. Terrible vivir así.

Luego me dirigí a otro negocio (siempre hay que tener una segunda opinión, así como cuando vamos al médico). El Sr. del almacén resultó ser mucho más abierto a entregar la información y no tuvo tapujos en indicarme como y por donde bajar, hasta me recomendó una entrada donde hay pozones.

Río Choapa: Mucha vegetación y aves.

Aquel día recuerdo haberme mojado la cara y los brazos, iba sopeado. Era temprano así que disfruté comiendo algo y mirando el río. Ya de tarde, empecé a explorar el lugar, llegaba gente a donde estaba así que debía encontrar algo más «privado». Lo conseguí, un sitio detrás de unas rocas muy cómodo. Ahora solo tocaba preparar el vivac para apreciar las estrellas. A todo esto, aquella noche había luna llena.

Río Choapa: vista desde arriba de las rocas.
Disfrutando de la simpleza del vivac.
La luna de aquella noche. Foto tomada con un celular de marca china, modelo P40 PRO.

El despertar estuvo placentero, muchas aves y el río sonando detrás de las rocas. Decidí quedarme un día más en este paraíso, necesitaba descansar, bañarme, lavar ropa y volver a descansar. Un día para relajar la musculatura y la mente. Bueno, la mente quizás no tanto porque vi mucha gente de empresas con camionetas yendo varias veces en el día con tambores de esos grandes a sacar agua. Tema que le daba vueltas y que como algo que provee la naturaleza y hoy en día en el norte es tan preciado, las transnacionales se adueñas para beneficio propio.

¡Salgan de mi río!
Había que lavar (sin ningún tipo de detergente si).

Limáhuida-Hacienda El Duranzo: Luego del reponedor día de descanso que me dio el Río Choapa, era momento de seguir. Antes de seguir, comentar que estaba haciendo frío en las madrugadas, que si bien el vivac es un disfrute total, el factor heladas nocturnas sin un buen equipo, incomoda. Hablé en mi jornada de descanso con Lorena, mi compañera en Santiago, y le pedí si me podía mandar un reactor térmico hasta localidad de Illapel, dicho y hecho. Demoró menos de 24 hrs en llegar así que ahora este elemento haría las noches que me quedaban de aventurón más cómodos.

Antes de partir, me preparaba a tomar un rico desayuno en las rocas y me doy cuenta que había roto mi cuchara/tenedor… nada que hacer, solucioné con el cuchillo y salí de mi casa improvisada. Pasé nuevamente al negocio de Sr. que me dio el dato. De lejos ví a quien podría ser su esposa sacando la basura, así que me apuré y le ofrecí ayuda, era harta basura pero con gusto apoyé la labor. Aproveché de comprarle algunas cosas y le comenté sobre la cuchara/tenedor que había roto, muy tierna ella, muy abuela en su trato, querendona, entró y salió con una cuchara diciéndome: «como va a andar así no más si tiene que comer, llévesela si tengo de sobra». Amabilidad y empatía.

Posteriormente, me largué. Tomé primero la D-879 y luego el camino interior D-867, un camino rural muy estrecho y lleno de verdes viñedos. Tomé está ruta puesto la otra, la D-851, tenía mucha más altura, no había para que «matarse». Habré demorado una hora y media en llegar a la localidad de Illapel, pueblo muy grande por lo demás. Una vez ahí, me dirigí a la empresa de encomiendas a recoger el reactor térmico.

No pasó ni un solo vehículo en la hora y media pedaleando por este camino.
Entrando a Illapel.

Me dí unas vueltas por el lugar, conocí la plaza de armas y comí unos completos italianos y de refresco una bebida. Me abastecí de agua y observé un show de artistas callejeros con los que luego crucé unas palabras, me comentaban de una Casa Okupa en el pueblo, casas con las que tengo historia de vida. En fin.

Ahora se me venía la cuesta de la Reserva Nacional las Chinchillas. 27 kms con casi 800 mts de altimetría. Se venía rudo así que recargué chocolates y harto líquido. El camino lo disfruté escuchando Johnny Cash, ad hok para el paisaje. En momentos el sol pegaba fuerte pero nada que un weichafe no pueda superar a punta de azúcar, jugos y frutos secos.

¡La felicidad hecha imagen!
Así se veía al otro lado de la cima. ¡Los valles son simplemente fascinantes!

Inmediatamente venía una bajada de casi 15 kms. No paré en ningún momento. Solo disfrute el valle y el susurro del viento. Acabada la bajada, encontré dos negocios, en ninguno los dos había pan a esa hora, solo galletas. No me quedaba de otra así que compré unas con sabor a chocolate (mi energizante) y unas papas fritas. Ahora debía buscar un lugar para quedarme, estaba todo seco. Nada para refugiarme. Divisaba un par de casas por los cerros. Después de un rato, pillé un puente. No corría agua debajo de éste, la tónica en esta aventura.

Hotel millones de estrellas.

Hacienda El Duranzo-Combarbalá: Al despertar, me puse en contacto con Carlos, ya que anteriormente me comentó sobre un cicloturista de nombre Erick, de la localidad de Combarbalá. Erick, me podría guiar en su pueblo, dar tips y compartir un rato.

Pues bien, levanté mi campamento y volví a la D-71. Carlos, también me había mencionado que ahora debía hacer la cuesta La Viuda. No había tomado desayuno, solo llevaba agua y no había donde comprar en ese tramo. Tenía que hacer 600 mts de altimetría en 16 kms desde donde me había quedado. A pesar del hambre que llevaba, tenía que poner mi concentración en la comida que me zamparía en Combarbalá.

Desde aquí comienza lo «weno».
Vista desde la cuesta La Viuda hacia unas casas.
En la cima de la Cuesta La Viuda. Por allá al fondo: Combarbalá.
Cambio de provincia marca el hito de la Cuesta La Viuda.
«Comba» como le llama cariñosamente la gente a ésta tierra.

No me ganó la fatiga, y la bajada, como siempre, estuvo placentera. De lejos vi cerros con «tierra roja» (mi cámara de celular no la pudo capturar), caminos entre las montañas y un observatorio de estrellas. Al fin estaba conociendo estas tierras: Mi padre, en su aventura de hippie mochilero recorriendo Chile durante 15 años, me hablaba del norte grande y norte chico, alucinaba con sus colores y misticismo cada vez que me detallaba su paso por aquí.

Al llegar a Combarbalá, lo primero fue ir a comer, no pillé ningún restorán popular para comerme una cazuelita, tampoco quería cocinar así que apliqué un churrasco + bebida en un carrito de comida rápida. Comí en la plaza, echado en el pasto y escuchando el particular sonido de los loros tricahue que se dan mucho por esta parte del mundo.

Al cabo de un rato, me contacto con Erick, quien me dijo que pronto iría a encontrarme una vez termina de hacer algunas cosas. Así que esperé en la plaza de armas del pueblo, no había mucha gente aquel día, uno que otro abuelo dando de comer a palomas y con música de fondo proveniente de los parlantes que ahora ponen en las plazas rurales chilenas, para dar más «vida» al lugar me imagino. La música era pop chileno de años pasados, como por ejemplo: Alberto Plaza. Estilo, cantante y persona que no son de mi gusto así que ya me estaba entrando el ahogo.

En eso aparece Erick, quien me invita a su casa, a una cuadra de la plaza. Al llegar me comenta que estaba haciendo unos arreglos en el interior, la casa era gigante, con una fachada de color rojo preciosa. Nunca había entrado a una casa construida de adobe, se siente fresco y cálido al mismo tiempo. Erick, me comentaba el paso de hace algunos meses de Carlos, por el lugar. Además parlamos un poco sobre la vida en general.

Erick, me invitó a comer a la casa de su madre. La casa quedaba a un par de cuadras. Al llegar nos recibe su madre, la Sra. Rosa Zepeda, mujer muy carismática y amable. Me senté en la mesa, estaba también su hermana, Carla. conversamos un rato mientras observaba como pintaban unas medallas que les habían pedido para un campeonato, las medallas eran de greda. Todo hecho a mano. Como también he trabajado de forma independiente estampando, comprendí el cuidado, cariño y dedicación que se le pone.

En la charla, me comentaron que tenían una bicicleta antigua en mal estado, así que les pedí que me la mostrarán a ver si podía hacer algo. Luego de realizarle un diagnóstico, me di cuenta que era solo engrasar y cambiar unos rodamientos. Y así fue, la dejamos operativa nuevamente. La bicicleta tiene por nombre: «la chola». Bicicleta con mucha historia en la familia del amigo Erick.

«La Chola» bikepacker.

En la tarde, salimos con Erick, y su hermana a comprar unas cervezas y cosas para comer. Volvimos a su casa, la que estaba arreglando, y compartimos un rato junto a una pareja de amigos de él, Camilo y no recuerdo el nombre de la otra amiga. Estaba muy cansado así que tomé unas cuantas cervezas y me fuí a dormir.

Al día siguiente, ya con más energías, me di una ducha, lavé ropa y tomamos desayuno. Al rato, llega nuevamente la pareja de amigos de la noche anterior, se fumaron su humo mágico y nos motivamos a salir a pedalear por la zona. Mencionar que Erick, es un gran conocedor de rutas de la localidad, además sabe mucho de la historia de su pueblo Diaguita y de otros temas de gran interés.

«Los cielos» más limpio de la tierra.

Con Erick, y Camilo, llegamos a un lugar bien piola donde había vegetación y algo de agua. Parlamos harto rato bajo un sauce. Harta risa, humo y un poco de cebada. El sol estaba estricto pero el lugar era un oasis. Había que volver así que salimos a la ruta nuevamente destino a Comba.

Aquel día había un partido de fútbol por la T.V. así que llegamos a verlo a la casa de la Sra. Rosa. Hicimos un asado y compartimos un par de cervezas. También ayudé a pintar unas medallas, la Sra. Rosa, además, me mostró parte de su confección de artesanía en greda de jarrones estilo diaguita. Tiene un taller: Taller Llankay (Llankay es un trabajo que ennoblece la concien-cia y realiza al ser, en total unidad. No es un trabajo que somete y denigra). Ese día conocí la existencia de una piedra única en el mundo llamada combarbalita, roca de origen volcánico que data de hace 80 millones de años.

Piedra de combarbalita trabajada. «Taller Llank´ay» en Instagram, fono: +569 90927965.

Luego de un día bien compartido, ahora nos preparábamos para ir a descansar, no sin antes, preparar los bolsos y demás cosas necesarias para la aventura en bici. Erick, me acompañaría y me guiaría por un ruta interior hasta la localidad de Tulahuén.

Combarbalá-Tulahuén: Una vez tomamos desayuno, salimos a la ruta. En el camino, Erick, me iba comentando sobre los caminos que se veían entre los cerros, algunos llevaban a unos pueblos y otros eran caminos de extracción de minerales. También me iba comentando sobre la dificultad de camino que íbamos a tener, eran casi 1.000 mts de altimetría. ¡Uf!.

Pasamos a Cogotí 18 a comprar cosas para el almuerzo. El nombre del pueblo se debe a que antiguamente desde Combarbalá a éste sector habían exactamente 18 kms «por el camino viejo» y el nombre de Co-gotí refiere a agua salubre. Según me refirió Erick.
Luego de las compras, le mandamos duro al pedal con el amigo Erick. El sol estaba intenso. No daba tregua. El terreno ideal para quienes disfrutan del gravel.
Un árbol muy verde en medio de la ruta: ¡maravilloso oasis! cocinamos y descansamos un rato antes de seguir.
Casi llegando a la cima. El valle es inmenso y por ahí, se ve el camino que veníamos recorriendo.
Llegando a la cima hay muchos petroglifos diaguitas los cuales relatan una historia en particular cada uno por quienes los realizaban.
Tuvimos que caminar en varias ocasiones casi llegando a la cumbre.
¡we are the champion! ¡En la mismísima cima! 987 mts de altimetría.

Al llegar a la cumbre, descansamos un rato, miramos la inmensidad del valle de Cogotí por un lado y Tulahuén por el otro. Después, era tirarse cerro abajo en los 14 kms restantes. Tengo un par de experiencias no muy gratas haciendo descenso, caídas fuertes, así que iba más calmo, a mi compañero le había anticipado el ya «descenso controlado». A un par de kms de llegar a destino, en una curva, veo a Erick, azotarse contra el suelo. Rápidamente me acerqué y al verificar que no habían huesos rotos pero si una herida profunda en uno de sus ante brazos, bajamos lento para ver si estaba abierto el centro de salud del pueblo.

Antes de la caída de Erick. Decenas de chivos en el camino. Sin agua, ¿Cómo lo hacen?
Luego de que Erick, se pasara a curar la herida del ante brazo, su clásica postal del letrero del pueblo.
En Tulahuén corre el Río Grande. La rivera es muy verdosa y está llena de aves.

Deambulamos un poco por la calle principal y finalmente bajamos por un callejón muy empinado para quedarnos junto al río Grande. Dimos con un lugar ideal al lado de un puente que da a la villa La Cisterna. Nos pudimos dar un chapuzón y disfrutar la tarde. Lo malo: el lugar se encuentra a un costado de una calle interior y aquella noche había un evento, pasaban cada cierto rato autos. A pesar de lo anterior, dormí toda la noche.

Tulahuén-Embalse Recoleta: Nos despertamos temprano con Erick, los primeros rayos del sol comenzaron a pegar fuerte desde primera hora de la matina. Ordenamos rápido (estábamos al lado de la calle y al otro lado el río), desayunamos y disfrutamos la vista al río, con su chapuzón claro está. En el intertanto, se nos acercó un tatita que venía del evento de la noche anterior, andaba con sed de la peligrosa, nos pidió una moneda para reponer la resaca y Erick, le regaló una botella de whisky que andaba trayendo para el frío. Se fue regalón el hombre.

A continuación, salimos a comprar para comer y, por mi parte, buscaba una ferretería a ver si encontraba bencina blanca para mi cocinilla multi combustible. Erick, debía volver así que era el último día que compartiríamos la ruta. El camino ahora era más fácil, todo era bajada, 750 mts en desnivel positivo, 73 kms aproximadamente hasta la localidad de Ovalle. Una maravilla. Solo disfrute.

Casi saliendo de Tulahuén, en un puente más abajo, nos percatamos que había otro lugar para habernos quedado, este era mucho más «cómodo», había un par de pozones y mucha vegetación, y lo más importante, sin tanto vehículo.
El valle del Limarí es inmenso. Siempre quise conocer esta parte del mundo, desde que veía los comerciales en la TV cuando niño. Los encontraba místicos y ahora estaba dentro de ellos, y que mejor, conociendo en bicicleta.

Como puse más arriba «solo disfrute», la ruta estaba muy entretenida, llevaba los audífonos puestos escuchando Interpol. Al cabo de un rato llegamos a Monte Patria, muy temprano. Erick, buscaba a su padre quien trabaja en un supermercado de la zona para ver si lo llevaba de vuelta en el camión con el que realiza transportes. No lo halló en ese momento, así que nos fuimos a la plaza de armas a comer junto al típico sonido de parloteo de los loros tricahue. Allí nos quedamos un rato antes de bajar a Ovalle.

Durante varios kms a Ovalle acompaña esta vista: Embalse la Paloma. Si bien se ve imponente, no está a su máxima capacidad, el saqueo de agua y pocas lluvias han hecho lo suyo. Pasamos por varias villas antes de llegar al destino de Erick, ese día: el parque Tamelcura, Sifón de la Paloma, Carachilla y Sotaquí.

Una vez llegamos a Ovalle nos despedimos con Erick, el debía volver a su hogar en Combarbalá y yo debía ahora hacer la Ruta Antakari. Nos dimos un fuerte abrazo y le agradecí compartir la ruta hasta ahí conmigo. Siempre será un agrado volver a tan hermosa tierra de color rojo y piedra volcánica única en el mundo. Quedan pendiente varias rutas en un futuro no muy lejano. Toda la suerte al amigo Erick, en su proyecto de cicloturismo. Un gran conocedor de la vida.

Posterior a la despedida, me dirigí a comprar una pasta de dientes chica (modo bikepacking), confort, pan, mermelada y una pilsener, estaba sofocante el calor a eso de las 17:00 hrs. No recorrí la ciudad de Ovalle, mi estilo es un tanto más vagabundo de la natura, así que con eso bastaba por esta vez, estaba un poco expectante de al fin realizar Antakari, que si bien tiene pocos kms, tiene un grado de dificultad y además de eso, una mística particular que debía vivir.

Quizás detenerme un párrafo por lo anterior, para que se pueda entender mi interés por recorrer la ruta: Antakari, es un camino indígena que hace más de 500 años usó la cultura Molle para trasladarse entre lo que actualmente son las comunas de Vicuña, Río Hurtado y Andacollo, luego fue ocupada por los diaguitas y posteriormente por los incas, quienes durante siglos explotaron el oro y el cobre. En quechua significa «gran hombre del cobre».

Pues bien, tomé la ruta D-595 dirección Embalse Recoleta. De a poco sentía nuevamente el desnivel ahora negativo. Había un puesto de helados a un costado del camino, compré uno y continué. Luego me fuí conversando con un Sr. que iba pedaleando también, me iba indicando el camino y como sería la ruta. Motivado quedé.

Por si gusta hacer esta ruta, tener en cuenta que es sinuoso, muy sinuoso el camino.
Embalse Recoleta.

¿Dónde me quedé? un poco más arriba del Embalse Recoleta, en un desvío del camino, me parecía en la app Overlander! un sitio ideal para hacer noche a lado de un puente, lo malo, el agua había sido desviada para los monocultivos de la zona. Tuve que bajar y acomodarme detrás de unos matorrales. El piso tenía mucha arena así que sería cómodo el vivac. Me bañé con toallitas húmedas y me preparé a dormir, no sin antes apreciar el cielo estrellado de aquella noche.

Embalse Recoleta-Fundina: Comentar que la noche anterior, a eso de las 03:00 AM sentí pasos a mi alrededor, eran pasos pequeños. Por un momento, recordé mi encuentro con un puma en la Araucanía Andina pero esta vez eran conejos, unos 4 ó 6 a mi alrededor, estaban curiosos, no les di mayor importancia y seguí durmiendo.

Ahora bien, siendo las 08:00 AM ahora me despertaron unos 7 perros, todos con collares. «Ah, me largo» me dije a mi mismo. Previamente esperé que se fueran los perros sin que me atacaran claro está. Les di la espalda. Se fueron. Es parte de vagabundear en bici sin permisos ni reglas.

Salí rápido del lugar, no estaba muy apto para quedarse echa´o. Retomé la D-595 destino Tahuinco a tomar desayuno. Una vez llegué, compré un par de huevos y pan amasado. Me senté en un paradero que está unos metros más arriba y disfrute la comilona. Miraba el mapa mientras y me di cuenta que se podía hacer el resto que me quedaba en un solo día hasta la localidad de Hurtado, así que brillo. Decidí entonces irme mucho más lento, conversar con la gente un rato, mirar el paisaje y todo lo que conlleva este tipo de aventuras sin manual del «que hacer».

Camino a Huampulla en la ruta: «el gran hombre de cobre». Increíble. Al frente, hay otro camino interior.
Un Mapuche recorriendo tierras diaguitas.
Otra postal antes de llegar a Samo Alto.

Una vez llegué a Samo Alto, no dudé en almorzar allí. Compré un par de cosas en un minimarket y me fuí a la plaza de armas del sector. Me preparé unas suculentas lentejas mientras me tomaba una bebida isotónica, se suda harto en esta ruta y hay que reponer electrolitos. Luego me eché en una banca a dormir un rato, la música de plaza esta vez estaba agradable.

Luego de la siesta, me preparé para seguir mi camino, había pensado quedarme allí ese día pero cuando le pregunté a la persona del negocio donde me podía quedar acampando libre, me dio un tremendo dato. La persona me recomendó llegar al puente de la Fundina y avanzar unos metros para bajar al río.

No fue un puma, fue ésta gatita que me despertó a tiempo para continuar.
«Lo que pase por ti que te transforme». Mural de los discos The Division Bell y Dark Side of the Moon de Pink Floyd. Banda de uno de los vocalistas a quien debo mi nombre.

Pasé por fuera de El Espinal, San Pedro, La Puntilla, Pichasca, Bellavista y finalmente llegué a Fundina donde me abastecí de cosas para comer y un par de cervezas. Ahora debía avanzar un par de kms más hasta llegar al puente con el fin de buscar el dato que me había dado el hombre del negocio. Me había prometido un lugar weno weno así que iba camino a averiguar que tal era.

Efectivamente, ¡el lugar estaba ideal para quedarse! Mencionar que el río que recorrer todo este tramo de la ruta es el río Hurtado.

Cuando llegué me di cuenta que iban personas a carretear y acampar al lugar pero como era mes de octubre y día de semana, lo tenía solo para mí. Andaba con una bolsa de basura así que me dedique unos 20 minutos a limpiar el lugar. Lavé ropa y me bañé además. Tenía de todo para lo que quedaba del día y más la noche.

Ya llegando la tarde/noche, una vez que me eché a descansar, aparecieron dos amigos perros a hacerme compañía.

Agregar que al día siguiente salí a botar la basura al paradero que se encuentra afuera, me devolví a comprar comida para el día. Cuento corto, pasé todo el día entre chapuzones, durmiendo, tomando unas cervezas y compartiendo la comida con mis nuevos compañeros a los cuales apodé «los pankies macheteros». Les puse así porque alguna vez macheteaba con amigos para bebestibles y comestibles, y siempre, nos acompañaban perros. Parte de la historia de vida. Otro tema.

Fundina-Hurtado: Después de darme un descanso de un día a orillas de tal hermoso cauce, debía continuar por la senda diaguita. Antes comentar que al despertar mis compañeros ya no estaban, me habían abandonado como Richard Parker a Pi en la película Una Aventura Extraordinaria.

Volví a la ruta rumbo a la localidad de Hurtado, que estaba a unos 25 kms de donde me encontraba y tenía una altimetría de unos 400 mts. Como siempre el amigo sol implacable que solo me dio tregua al llegar a Vado de Morrillos. Comentar que me fuí bien calmo puesto el camino es para gozar su colorido valle, mezcla entre verde, rojo, amarillo y cielo azul, muy azul.

Por ahí, por el camino, su chapuzón.
Camino a Serón, ¿feo?
La Iglesia de Serón data de 1874 y fue declarada hace poco como Monumento Histórico Nacional. Hoy en día, sí pasas por el lugar, sentirás el parloteo de los loros tricahue que adoptaron este edificio como su casa.
Entrando a Vado de Morillos con nubes y un clima más fresco. Siempre por el valle de Río Hurtado.
Me detuve a caminar un rato por los montículos de tierra. Algo de trekking para soltar las piernas.
A pesar de que uso banda antipinchazos, al apoyar la bicicleta en el cactus anterior, pinché rueda. Pasan que cosas.

Almorcé ahí mismo donde parché la cámara de la bicicleta. «Al lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa» como dice el chascón Fito. Masacré una carbonada que me hice, pan amasado, jugo de manzana, pan y ají… ¿Qué mejor?. Ya luego tocaba avanzar un poco más para llegar a Hurtado, son unos 8 kms desde Vado de Morrillos.

Iglesia Parroquial Río Hurtado. Es lo que más destaca de este poblado. Tiene una construcción muy similar a la de Serón y Andacollo.

Llegué más menos a las 18:00 hrs y lo primero que hice fue comprar un néctar en el primer negocio que encontré. A la compra anterior, le agregué unos panes amasados con queso. Verifiqué el Maps.me alguna bajada al río y no me aparecía nada. En un poste de luz vi un letrero que decía «camping» y con una flecha indicando bajar por un camino de tierra.

Una vez abajo, encontré el camping, y afuera, había un cartel colgado con un número de celular. Llamé al número unas 4 veces y no me contestó nadie. Así que pedalee un poco más abajo, al río. Corría un cauce muy tenue, pero había un pozón hecho seguramente por gente del lugar. Me tiré un chapuzón rápido para sacarme el sudor. No estaba muy cristiano para quedarse, habían vestigios de botellas, cajas y latas de alcohol, una zona de carrete y en verdad prefería descalzar.

Por lo anterior, volví al camping, ya se estaba haciendo tarde así que tenía que tomar una decisión. Volví a llamar y como no tuve respuesta y la sobrevivencia es imperativa, entré soltando un pestillo que tenía por el interior. Una vez adentro, verifiqué si había algún morador, no había nadie. Fue entonces que bajé a la zona habilitada con quinchos y estaba terrorífico, como estaba ambientado con una virgen que le alumbraba una ampolleta parpadeante y solitario todo.

Una foto que pude rescatar de las historias de Instagram. No se ve muy bien pero ese es el lugar que me quedé ese noche. Hacia frío. Dormí arriba de la mesa de camping.
De la misma noche una foto de la Nacha, mi bicicleta gravel, posando con un cielo estrellado.

El día siguiente desperté algo espiritua´o, no por la noche anterior, a pocas cosas le tengo miedo, pero era porque estaba en un recinto privado y quería evitar problemas con los dueños. Si bien no tenía malas intenciones, no sería bien visto ocupando el espacio sin pagar.

Tomé desayuno y pensé que podía hacer, quería quedarme ahí, pero debía tener la venia de los dueños del camping. Así que ordené y salí al poblado nuevamente. Antes, mencionar que tiene un poco de todo: Centro de Salud, policía, escuela, negocios y botillerías y un club deportivo, y el camping claro.

Entré a un negocio, compré para el desayuno y al preguntar por quien era dueño/a del camping, me comentaron que «mi abuelo», tal cual, ahora ya sabía con quien hacer trato. Le pedí a la joven si me facilitaba el contacto y lo fue a buscar. Conversé con el Sr. del camping y le comenté que lo llamé en varias ocasiones y finalmente opté por quedarme. No tuvo problemas y hasta se río. Hicimos trato y le pagué el día anterior, eran solo 6 mil pesos chilenos por persona.

Finalmente me acompañó al camping y me habilitó todo, desde los baños/duchas, luz interior y me pasó una parrilla por si quería hacer asado. Me dijo que estaba ocupado en otras cosas y como era temporada «baja», no pensó podía llegar alguien. Me dejó solo, dejándome a cargo y ante cualquier situación le fuera a avisar, y se fue. Tuve todo el día echao tomando un par de pilseners y dándome chapuzones frescos en el río hurtado.

Una vista desde el camping Los Arrayanes al cerro Pachón.
Mi piscina personal por un día: río hurtado.
La siguiente noche, preferí quedarme «acampando» dentro del baño, estaba todo limpio y tenía techo.
Saliendo del camping Los Arrayanes camino a Vicuña.

Hurtado-Vicuña: Luego de un día entero de meditación, yoga y relajo, ahora volvía a tomar la ruta con destino a Vicuña, si no antes comprar comida para el camino. Comentar que el asfalto solo llega hasta Hurtado y para cruzar a Vicuña hay que subir por gravilla y calamina. Hice los cálculos correspondientes y vi que tenía que hacer 45 kms hasta el pueblo de Lucila Godoy, pero antes, debía llegar a la cumbre por cuestas pronunciadas en 19 kms y con una altimetría de 797 mts. ¡A darle!.

Este tramo lo relataré en fotos, a mi gusto, es uno de los lugares de la ruta más lindos que pude realizar. Los colores son espectaculares, tanto así que la cámara no refleja en su máxima plenitud. Si bien el trayecto estuvo rudo, no fue tanto suplicio, tenía mucha agua, comida y me acompañaba en los audífonos mi inspiradora: Molly Nilsson.

Comenzando la ruta. El camino de la serpiente como el de Dragon Ball.
Entre medio de ésos álamos, hay una casa.
Existe este descanso en la cima.
¡Fuera abajo!
En marte, !solo faltaron los marcianos!
Observatorio El Pangue.
Allá a lo lejos, lo verde que se ve: Vicuña.
Solo me falta subir desde Coquimbo hacia Andacollo. Antakari quiero volver a repetirla, necesito hacerlo, tengo que hacerlo, lo haré.

Luego de todo lo anterior, entré a Vicuña, almorcé en un restorán popular, me tomé una copa de vino y recorrí un poco. Ya de tarde tirando para noche, me fuí a buscar una hostal para quedarme, llevaba varios días durmiendo en el suelo, tenía que descansar un poco mejor esta vez.

Fue así como di con la hostal «Rancho Elquino». Al llegar me atendió un joven, el cual me pidió 15 mil por la pieza, muy pagable para relajarme. El lugar tiene piscina, baños, duchas, áreas verdes, entre otras cosas de utilidad y comodidad. Me instalé y salí a comprar para tomar once pero pillé en una casa venta de papas fritas así que me engullí dos lucas sin asco, con harta mostaza.

Durante la noche, me puse en contacto con LoreBikers, pedalera de la zona de La Serena y que conocí en un encuentro cicloturista en Santiago en el mes de agosto del 2021 si mal no recuerdo. Le comenté que andaba por la zona y que bajaría a su ciudad, y como tiene hostal, acaso me podía quedar ahí un día (pagando claro) para conocer y luego tomar el bus de regreso a la matrix.

Lore, me contestó con una invitación, con su grupo de pedaleros/as al día siguiente subirían a otra localidad, a Paihuano, así que con gusto acepté. Luego de lo anterior, me dormí raja, el sueño, el cansancio acumulado y la felicidad de ir cerrando una nueva ruta en mi querida chancha, me arrojaron con morfeo.

Vicuña-Paihuano: Salí casi a medio día a encontrarme con Lore y su team, nos juntaríamos en las letras de VICUÑA. El puente para entrar y salir de la localidad es algo «peligroso», posee una sola vía y si pasas por ahí, considera bajarte e irte por la vereda si no puedes ir rápido por la calle o maniobrar bien por la estrecha vereda.

Como el día anterior, retrataré con fotos desde ahora en adelante, pero antes mencionar que conocí a Juanito, un pedalero de Cerro Navia con el que luego hemos seguido realizando rutas, Karin y Sebastián de QuintaGravel, Bar y Wale de Santiago y un colega vieja escuela punk y mecánico de bicis de La Serena con quien parlamos harto.

Mientras esperaba al piño de ciclistas. Luego de la foto, me oculté del sol en la Ñ.
¿Tremendo piño no? Nos hicimos la foto en el cartel de «Peralillo», y otros, bajaron al río Elquí a refrescarse.
La clásica foto «egoturista», si no, no vale.
Valle del Elquí en todo su esplendor. Aquel día, me dediqué mayormente a compartir con los camaradas y disfrutar la vista.
Río Elquí corriendo cuesta abajo cerca de la localidad de Rivadavia.
Ya en Paihuano, tomando un descanso, esperando al resto. Había un atochamiento de vehículos, así que como soy pelusón (y dudo que cambie) me puse a dirigir el transito. Talla y risas para los/as colegas.
Una foto nocturna del camping donde nos quedamos esa noche. Harta birra, asado y risas.
Despidiéndome del piño. Con LoreBikers.

Agregar que desde Vicuña a Paihuano hay 28 kms con 367 mts de desnivel negativo. El camino es de asfalto en su totalidad, berma decente para pedalear y es mejor tomar el desvío D-379 que va todo el trayecto acompañado del río Claro, donde antes de tomar la ruta nuevamente, hay un puente para tirarse un chapuzón; disfruté mucho esa ruta puesto iba bien acompañado, pasa la cuenta andar rato solo. El Valle del Elqui fue uno de los que más me gustó y tiene muchos más rutas como para realizar en bicicleta. Completamente recomendado.

Paihuano-La Serena: Luego de la despedida, pasé a comprar para desayunar en la plaza del pueblo. Ahora me tocaba solo bajar hasta La Serena. Eran 94 kms y casi 1.000 mts con desnivel positivo. Una delicia. Además, estaba nublado y fresco el día. Los demás, continuarían a otro camping en Pisco Elqui, por mi parte, debía regresar a Santiago, para llegar a descansar un par de días ya que ahora me tocaba realizar la Selva Valdiviana en bicicleta.

Embalse Puclaro, antes de llegar a La Serena.
Quería sacarme una foto junto al clásico faro, pero estaba en mantención, para la otra, para cuando realice La Serena-Chañaral.

La ruta la realicé en 3 hrs y media aproximadamente, fue muy rápido. No almorcé solo para llegar a comer empanadas de marisco a La Serena. Como toda ciudad tuve que volver a lidiar con autos, bocinazos y la vida citadina. El pasaje ya lo había sacado previamente así que ahora solo debía disfrutar el día en la ciudad. Por lo anterior, le pedí a Lore, me pudiera facilitar una pieza en la hostal para dejar la bici, bañarme y descansar. El pasaje lo tenía para las 00:00 hrs y llegaría a Santiago a eso de las 06:00 hrs.

FIN.

PD: No me gusta el concepto de «consejo», creo que somos eternos aprendices aunque tengamos miles de kms de vida. Por ello, quizás dejar un par de sugerencias:

-Pensar bien si quiere hacer vivac desde la Región de Coquimbo, hay vinchucas y con ello, el mal de chagas (investigar).

-Tener en cuenta que desde Santiago a La Serena por el interior, es todo el rato cuestas pronunciadas, y bajadas eternas, ponerle harta atención a eso.

-Por favor investigue harto del lugar, es muy bueno ir informado/a, a mi se me pasaron varias cosas importantes pero repetiré esta ruta, así que capaz y nos encontremos.

-En el camino hay negocios en todos lados, en Antakari, hay de todo como para comer y tomar; llevar mínimo para tres litros de agua en la bicicleta.

…TO BE CONTINUED…

Una respuesta a “Un Mapuche visitando tierra Diaguita: Santiago – La Serena + Ruta Antakari”

  1. Que bkn amaría hacer algo asi pero soy muy miedosa jajaja soy tu fans! Algún día espero lanzarme a la vida como tu ❤

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