En abril de 2022 me pedí dos semanas de vacaciones para continuar mi travesía de recorrer el norte chileno en bicicleta. Esta vez tenía pensado realizar la ruta comprendida entre la localidad de Vallenar a Copiapó pasando por la zona Costero de la Región de Atacama y seguir al desierto de la misma región más arriba. Para esta ocasión, como decía un buen amigo mío: «todo fluye».
Vallenar – Alto del Carmen: Llegué en bus desde Santiago muy temprano por la mañana a Vallenar, donde el sol me recibió con todo su esplendor (la noche anterior salí con nubes desde Santiago). Venía preparado, la experiencia por la Región de Coquimbo me enseñó lo caluroso del día y el frío de las noches en el norte chileno.
Armé la bicicleta junto a mi equipo bikepacking y partí a buscar algún almacén de barrio para abastecerme y comprar alimentos. Tenía que tomar desayuno además. Me metí a la costanera de la ciudad, muy linda por cierto, por donde corre el Río Huasco -con muy poca agua- y por ese verdor de valle me acomodé a comer. Mencionar que la costanera tiene una gran ciclovía que recorre todo el tramo de cauce.
Recordé que debía llevar más agua de lo habitual. Tenía un lugar preparado para echar unos tres litros, solo me faltaba la botella. Es por lo anterior que partí a comprar una bebida. Le pregunté a un Sr. de un kiosko por algún negocio que estuviera cerca de donde estaba y me indicó uno. Al llegar al emporio entablé conversación con Fabián, una persona que había recorrido gran parte del desierto de Atacama. Me armó un panorama mientras esperábamos en la fila. En su juventud había mochileado el desierto casi entero así que sus consejos me servirían de mucho.
Solo había bebidas dos litros. Igual me servía. Me dirigí a alguna banca para cambiarme de ropa, ordenar y partir al aventurón. En eso que voy dando la vuelta de la cuadra, me encuentro con un contenedor de reciclaje de plásticos. Me puse a buscar una botella de tres litros y justo en ese momento de mi ser diógenes interno, aparece un ciclista de nombre Nicolás, con el cual hablamos un buen rato ya que me preguntó por los bolsos que andaba trayendo. Me mencionó que tenía intención de comenzar a realizar cicloturismo.
Luego de despedirme de Nicolás, y con ahora un reicle de una botella de 3 lts, tenía que deshacerme de la bebida que había comprado, no la iba a botar. En por ello que fuí a dejarle la bebida de dos litros al Sr. del kiosko, la cual me recibió con gusto para «el almuerzo» dijo, además de una «que dios lo cuide». Me encanta la sabiduría de la gente anciana…
En el camino me pillé una caseta de trabajadores de tránsito y fue mi restorán por aquella jornada. Me preparé almuerzo y comí mirando el valle y el embalse. Capeando el calor en ese improvisado comedor, pensé que podía seguir subiendo hasta Alto del Carmen, tenía que conocer donde se hace el típico pisco de la zona, y, además, disfrutar un poco la zona cordillerana de la Reglón antes de bajar a la costa.
Alto del Carmen – Freirina: Si bien el camping estaba bueno, no pude dormir como corresponde puesto que llegaron casi de noche unas familias en autos y estuvieron de fiesta hasta las 04:00 am. Es por las razones que no me gusta quedarme en campings y lugares muy habitados cuando salgo de aventurón con la bici, ¿por algo se sale de la ciudad no? para relajarse. Cosa de cada quien.
Ordené todo y comencé a bajar por el mismo camino que había tomando para llegar hasta allí. Llegué a Vallenar en unas dos horas. Muy rápido por la bajada. Pasé a comer a un local de comida casera: una cazuela de entrada, segundo plato ensaladas, papas mayo y una chuleta de cerdo.
Luego de aquel banquete, tomé la C-46 destino a Huasco. Esta ruta es con una diminuta berma, pasan camiones cada cierto rato y los vehículos livianos pasan a una gran velocidad. Algo compleja pero «hacible». Si bien me acompañaba la quebrada Huasco muy verde, poco a poco comenzaban a aparecer los colores costeros, mezclas entre un gris cálido y un ocre desértico.
Aprovechando la baja temporada, quería ver alguna pieza para quedarme, algo no tan caro. Por lo tanto, pase a Freirina, localidad que se hizo conocida hace algunos años por ser un punto de protesta popular contra un matadero y procesadora de alimentos de cerdos de una marca conocida en el mercado. Sus murallas y calles relatan aquella historia de insurrección.
Llegué a eso de las 16:00 hrs y pregunté por alguna hostal. Me indicaron «el de la Sra. Rosa» ubicado en Los Ángeles 670. Me dirigí al lugar y su dueña, la Sra. Rosa, me cobró por una cama de dos plazas + baño + TV cable + wifi = 8.000 pesos chilenos. Qué mejor… salir a recorrer en temporada baja es de lo mejor sin duda.
Freirina – Tres Playitas: Tenía todo ordenado así que tocaba solo salir a darle al pedal. Tomé desayuno en una plaza de Freirina. Me habré demorado una hora en llegar a Huasco con un clima muy agradable, estaba nublado. En el mismo pedaleo, recordé que en Vallenar tuve que haber comprado un gas para la cocinilla, se me fue. Ahora tenía que ver si en Huasco podía pillar en alguna ferretería.
Como llegué temprano me dediqué primeramente a conocer el puerto de Huasco, sabía que no me quedaría allí y quizás cuando volvería, así que en ese caso siempre es mejor aprovechar. Me estaba sacando una foto con un trípode que llevé para esta ocasión, y se me acerca Renato, un Sr. de Iquique el cual conocía muy bien la zona costera de casi todo Chile por haber sido marino de la armada.
Me ayudó a sacarme una foto y de ahí parlamos harto rato. Me orientó respecto a las mejores postales de la zona costera de Atacama. Me cagué de risa cuando me dijo «si pasaí a Llanos de Challe vai a ver puras llamas culia´s mejor anda a Pan de Azúcar, allá puros zorros».
Así estuvimos un buen rato cuando recuerdo que tenía que comprar el gas. Me despedí del hombre y fuí a algún local a preguntar si había. En las tres ferreterías de la zona no había nada. Supermercados tampoco. Me resigné y seguí camino a Tres Playitas que se encontraba a pocos kms de donde estaba. Seguí las indicaciones de los carteles y me metí a Huasco Bajo. En esta villa me pillé una botillería con artículos de pesca. Me compré una lata de cebada y por casualidad pregunté por el gas, y sí, sí tenía me dijo la lola. Claro, estaba un poco más caro de lo que vale pero en fin, lo necesitaba.
Tres Playitas – Carrizal Bajo: Temprano me desperté con la idea de tomar desayuno acompañado de una limpia vista la mar atacameño donde alguna vez habitó la cultura Molle. Tenía unos invitados a los que vería en gran parte de esta aventura: el jote de cabeza colorada. Increíble espécimen pero igual de astuto que un zorro.
Una vez todo listo, salí a la ruta interna C-470 a la cual la rodean rocas erosionadas por el viento y el agua marina. El destino… algún lado bonito para quedarme. Al lado de Tres Playitas, yendo hacia el norte, se encuentra Los Toyos, una villorio más grande pero que también son «casas de veraneo», con varios letreros de venta de comida y abarrotes pero ninguna en ese momento habitada.
Las playas en esta oportunidad estaban vacías, para no decir desoladas «ni un alma» se veía. El camino interno tiene bajadas en varias partes al mar. Iba bajando al océano cada vez que podía. Al rato la ruta conecta con la principal, la C-10 (las dos asfaltadas) pero poco me duro cuando vuelvo a entrar a otro camino interior con vista al mar. Esta vez el terreno es una mezcla entre cemento, tierra y arena.
Frente al refugio de CONAF, hay un camping concesionado que cobra 10.000 pesos chilenos por persona del cual no opté por esa opción, pasé de largo a Carrizal Bajo ya que es un lugar con una historia de una operación político-militar que se gestó en los años 80´s en Chile (averiguar de qué trata) y que por lo menos quería estar en la localidad e imaginarme el trabajo de inteligencia que allí se desarrollo.
Como llegué relativamente temprano a Carrizal Bajo, miré donde podía acampar pero no se visualizaba nada que pudiese ser refugio aquella jornada así que me di un par de vueltas por el pueblo, mucho perro les digo desde ya, caminando y tratando de proyectar donde había ocurrido todo ese trabajo subversivo que les mencioné arriba.
Como se oscurece temprano en otoño y cae con la noche el frío, debía quedarme en algún lugar. Leí en un almacén «arriendo de piezas single y matrimoniales» en dos lugares: en el primero no habían moradores y en el segundo, al llegar, estaba el número de celular en la puerta así que llamé, me contestó Don Juan, que «venía llegando de Huasco en micro. Espéreme», me dijo. Comentar que el pueblo es chico y casi todos se conocen, entonces mi presencia con una bicicleta llena de bolsos no pasaba desapercibida para los habitantes.
Una vez llegó Don Juan, conversé con él, le dije que me quería quedar dos jornadas ya que me habían hablado mucho de Llanos de Challe y quería visitar su playa y hacer un trekking a sus cerros. No había problema. Me cobró por los dos días 15 mil pesos.
Don Juan me contó un poco de como era la vida en Carrizal donde «la vida es dura» y claro, si la mayoría de las partes que había pasado no contaba con agua potable y respecto a la luz, aún se alumbran en las noches con esos clásicos chonchones de parafina/bencina o velas.
A pesar de los reventones de la cámara, lo pasé bakan. Lo mejor, el color de los cerros al atardecer y la playa con una arena blanca que llegaba a escandilar. Luego retomé los 12 kms de vuelta a Carrizal Bajo para bañarme, comer y preparar el siguiente día.
Carrizal Bajo – Bahía Inglesa: Como me quedé en la hostal tenía todo bien armado así que era llegar y salir. Compartí la última conversa con Don Juan y me dispuse a ir a tomar desayuno a la caleta como lo venía haciendo todas las mañanas.
Con el estomago lleno de fritura y queso más una bebida que me zampé, subí a retomar la C-10 que pasando el humedal antes mencionado, baja a otro camino alternativo, esta vez, a Caleta Pajonales donde no había un alma pero si una buena panorámica del océano pacífico. No estaba muy cristiano para quedarme en el lugar así que como era plano el camino, decidí continuar hasta Caleta Barranquilla a unos 44 kms.
Llegué a Bahía Inglesa a eso de las 18:00 hrs y lo primero fue tomarme una rica pilseners, tenía que refrescarme y pensar que hacer con la panne. Luego consulté con la gente de almacenes si había un taller de bicicletas pero me indicaron uno que solo arrendaba para pasear por el lugar. Finalmente alguien por ahí me dijo que el único taller estaba en Caldera que estaba a unos 6 kms.
Con esta información me fui a tomar la cerveza a la costanera donde conocería a un artesano de nombre Jorge, y a su pareja, Eliana, con los cuales entable la parla y además me dieron el dato de ir a quedarme a un camping que estaba en la orilla de la playa. Además me regalaron el comoding: «di que ´soy´ artesano y te van a hacer un precio».
A eso de las 19:00 hrs salí a caminar un poco por la costanera donde compré el típico imán para el refrigerador de esos que se llevan de recuerdo para la casa (para que te crean) y me volví a pillar con Jorge, el artesano del día anterior. Ahora compartiríamos un vino y conversaríamos más rato, era día viernes así que estaba ideal para «carretear». Me vendió a buen precio unas piedras de la zona como lo son la atacamita y crisocola. Jorge se dedica a eso, a la orfebrería y a recolectar piedras para luego venderla. ¡Que estilo!
Bahía Inglesa – Flamenco: Me despertó un vendaval de viento y arena si no me quedaba echado hasta tarde. No tenía resaca pero acumulado cansancio. Después de todo venía de trabajar casi todos los días en Santiago y ahora darle al pedal casi todos los días, agota.
En algún lugar paré a prepararme almuerzo. Detrás de las rocas claro por el viento. Luego seguí pedaleando en todo momento junto al mar y por el otro lado desierto. Iba muy bien, con buen tiempo. Las bicicletas de ruta y gravel permiten eso quizás, por la postura aerodinámica que uno adopta. Fue así que en poco rato llegué al destino propuesto para ese día, Punto Obispito, ví en el mapa que había una entrada por una camino pavimentado y bueno, entré. Jamás pensé el recibimiento que tendría.
Apareció un perro, mediano, de color amarillo, aún lo recuerdo ajaj me ladraba desde lejos, ya había tenido la experiencia en esta aventura de perros salvajes que lo hacían yluego se alejaban pero este de a poco comenzó a acercarse, no le tomé importancia al principio pero luego aparecieron sus «amigos, eran unos 7 perros más, estos mucho más grandes así que rápidamente visualicé el retroceso y algo para defenderme o quizás una roca para subir o ponerme contra ella. No había nada y los perros ya estaban casi encima de mi. Me rodearon y luego de unos segundos donde los traté de evitar, aparece un tipo de lejos, éste los espantó con un palo. Agredecido.
Conversé con la persona y claro, él se excuso y me comentó que no era dueño de los perros, que estos animales llegan a los rucos (casas de material ligero construidas para pernoctar) los cuales estaban por todo el borde costero. Los rucos pertenecen a personas que extraen huiros, los huireros. Estábamos en eso cuando me percaté que el perro amarillo me mordió, o me pasó a llevar mejor dicho con sus colmillos, un glúteo. No le di importancia en ese momento, tenía que ver donde me quedaba, me urgía más eso.
Flamenco – Chañaral: Hablando vía Instagram con una amiga que es matrona, me aconsejó ir a un centro de salud para que un/a especialista me viera la mordedura y me diera el tratamiento más adecuado. Sabiendo lo anterior, verifiqué algún hospital en Chañaral que estaba a 33 kms de donde estaba. Pues, me bañe, desayuné y partí a seguir recorriendo el borde costero atacameño.
Los 33 kms me los fuí recorriendo plácidamente. El camino interior daba a caletas y balnearios como: Las Piscinas, Punta Roca Baja, Villa Alegre y Portofino, donde divisé a lo lejos surfistas, y como no, es ideal para practicar ese deporte allí. Estaba bueno el día. Saqué un par de fotos al paisaje pero en la cámara no cabe la espectacular perspectiva que entrega esta parte del planeta tierra y menos la alegría de recorrer en bicicleta.
El camino interior se acaba en Portofino, el villorio más grande de ese tramo. Tiene varios almacenes, y en la época que hice este recorrido, no estaban abierto todos. Luego conecta nuevamente con la ruta 5 norte. Hay un tramo peligroso que recorre desde la localidad de Barquito y Chañaral, donde se separan ambas por unos par de kms y la berma es muy pero muy estrecha y la salida de camiones es constante desde las minas. Mucho ojo si pasa por ahí.
A unos kms antes de llegar a Chañaral, hay dos restoranes, pasé a uno de ellos donde me comí por 4.500 pesos, dos platos de comida, sí, son dos contundentes porciones. Me olvidé comentar que te dicen: «de entrada tenemos cazuela y de fondo carbonada», pues para trabajar en las minas, hay que tener harta energía, sobre todo los obreros.
Ya en Chañaral, llegué a eso de las 15:00 hrs, me fuí directo al hospital, era día domingo así que tenía que revisarme luego la mordida para poder seguir la ruta con las indicaciones médicas que me dieran. El hospital estaba vacío así que la atención fue rápida. La enfermera a cargo me confirmó el auto diagnóstico que me había hecho, «no es grave ya que solo raspó los colmillos en la piel», me dijo en un principio pero agregó que «debía de igual forma vacunarme y seguir el esquema (5 vacunas en un mes) puesto el perro que me mordió es considerado N.N. o simplemente salvaje». Por lo que me comentó, llegan muchos casos por lo mismo motivo.
Con la primera vacuna puesta en el hospital de Chañaral y siendo las 16:30 hrs aproximadamente, me fuí por alguna hostal barata. Pillé una al lado del CESFAM, donde su dueña me cobró 7.000 pesos hasta el otro día. Una pieza muy acogedora donde pude descansar un rato antes de salir a caminar por la zona.
Chañaral – Parque Nacional Pan de Azúcar: Me levanté a tomar desayuno y como no había acampado, tenía todo listo, era llegar y salir a conocer Pan de Azúcar, muy mencionado por quienes iba conociendo en la ruta por su singular belleza. Queda muy cerca de Chañaral, por un camino costero de tierra dura, así que muy fácil de pedalear en poco tiempo.
Pan de Azúcar cuenta con una caleta, la cual tiene dos restoranes que a la vez funcionan como almacenes de venta de artículos varios. También hay un camping y un poco antes, dos campings más. Me quedé en el Soldado, al lado del cerro del mismo nombre y que da justo a la clásica isla de las postales. Cobran 10 mil pesos por carpa muy amplio y que además tiene cabañas. No cuenta con señal de internet, o depende de que compañía sea, en mi caso tengo plan con la empresa de comunicaciones que empieza con la letra E y nada, sin señal pero con la mejor vista al mar.
Parque Nacional Pan de Azúcar – El Salado: Me di una remojá en el mar temprano para despabilar y quedar listo para la ruta de este día. Ahora, luego de días en la costa, y con días nublados, debía subir al desierto árido, caluroso y seco. Antes, esperé un rato a que saliera el sol, cosa que nunca sucedió. ¡Para la próxima!.
Retomé la ruta hacia Chañaral, tenía que pasar a comprar para cocinar almuerzo. En la ruta asomaron un par de animalitos:
Tengo un par de videos por ahí en el Drive, donde voy guardado mis viajes en bici, de como estaba ese camino, la 5 norte por aquí es compleja puesto que los camiones ahora si estaban más bélicos, el por qué, iba subiendo al desierto con viento en contra y con ese «efecto pantalla» que dejaban vehículos pesados tuve que ir más atento. Entretenido igual. No por eso no iba a comenzar a disfrutar desde ahora un festival de cerros de múltiples colores originados por los mineral que éstos poseen:
Luego de un par de horas de pedaleo, cuestas, viento en contra, camiones y buses y con las mejores ganas de llegar al pueblo de El Salado a comer y tomar una cerveza para la sed que llevaba, llego. Mencionar que El Salado es un pueblo minero, tiene un par de negocios y un retén de policía y unas 50 casas aproximadamente.
Habré estado unas 2 horas en el pueblo descansando en una banca de la plaza, tomando una lata de cerveza y almorzando. Después ya era momento de ir a buscar un lugar apropiado donde quedarme. Quizás esta era mi primera experiencia quedándome «en pleno» desierto en modalidad cicloturismo claro, ya que cuando tenía 18 años lo hacía «por ordenes» de los oficiales del ejército de Chile cuando la ley me envió a realizar el «servicio militar» a Arica. En aquel entonces era en la «campaña» como parte de una preparación en simulacro de guerra. En fin, otra experiencia y que ahora lo realizaba con mucho gusto.
El Salado – Diego de Almagro: Ordené temprano puesto apenas sentí las ráfagas de viento a primera hora en la mañana, supe que tenía que partir ya que no tenía nada cerca como árboles (claro si estaba en el desierto) o algo que me cubriera para poder ordenar tranquilo el campamento.
Avancé uno cuantos kms y por ahí me resguardé a tomar desayuno, detrás de una loma de tierra. Me cubría del viento, que ahora lo tenía a favor, y principalmente a mi cocinilla que calentaba el té. No se oye nada, recién me percataba de eso. No pasaban vehículos motorizados ni nada por el estilo, solo un silencio ensordecedor me acompañaba, de ahí el título de esta entrada a esta historia de mi blog: «disfrutando el silencio».
En Diego de Almagro me tocaba mi 2° dosis de la vacuna antirrábica así que me fuí directo al hospital a solucionar eso para conocer un poco el pueblo. Esperé muy poco, la guardia muy amablemente me cuidó la bicicleta todo el tiempo. Comentar que si alguna vez andan por aquí y necesitan atención médica, hay dos hospitales en el mapa, vayan al «nuevo», el otro se lo demolieron.
Me comí un par de completos italianos en un restaurant que está al lado norte de la plaza de armas, son baratos y bien contundentes y por ende, quedé más satisfecho. Ya luego me dediqué a conocer el pueblo, el cual también tiene cultura minera. Estaba soleado la jornada y por esa razón me eché en la plaza a descansar en el pasto verde que a todo esto, días que no veía.
Tenía pensado ir a quedarme un poco más arriba, así como la noche anterior, por ahí por el desierto pero en ese momento, al ingresar a Instagram y subir una historia, me habla «el Jim Morrison de la Serena», un ciclista que en mi viaje anterior a la Región de Coquimbo había conocido, específicamente en la localidad de Paihuano.
El amigo me habló sobre «La Quinta», un pequeño oasis verde que se encuentra un poco más arriba de Diego de Almagro. El lugar es un espacio recreacional de índole comunitario en el cual se realizan conmemoraciones y celebraciones, como las fiestas patrias de Chile, por ejemplo. Por lo anterior, partí para allá y al llegar, claro, era tal cual lo relató «Jim.
Lo malo es que habían jóvenes tomando y carreteando a lo cual no le hago asco ni tampoco quiero parecer siútico en aquello pero para mi cuando salgo a pedalear la aventura, mi foco es relajarme y estar tranquilo en todo sentido. Seguido de lo que vi, seguí inspeccionando el lugar y di con la casa del cuidador.
Al acercarme a Fernando, el cuidador del espacio, de uno 70 años, un tipo muy parado para esa edad, que incluso estaba haciendo hoyos para unos árboles que iba a plantar, me refirió que «a las 18:30 echaba cagando a todos pa´ sus casas» cosa que me provocó risa. Le dije que andaba buscando un lugar para tirar la carpa y quedarme, no tuvo reparos. Me dijo que sí pero que llegara a las 19:30 más menos y que él «fumaba» (entendí el mensaje).
Bajé nuevamente al pueblo a «hacer la hora», eran unos dos en total. Es así como llegué a la salida de un supermercado de una marca conocida y conocí a un par de Sras. con las cuales conversé, y al ver que vendían dobladitas con queso para la once, les dije que las podía ayudar (explicándoles que debía hacer la hora) se rieron y me dijeron «haber como grita», y bueno: ¡dobladitas calientes con queso pa´ la once por acá!. Pasé la prueba.
Diego de Almagro – Inca de Oro: Luego del desayuno bajé a darle los cigarrillos a Don Fernando, el cual me dijo «¿y no le apareció diablo allá arriba? ahí pasan cosas raras.» Ahora me venía a decir pero tampoco creo ni temo a esas cosas. Me despedí de él y le agradecí la buena onda.
Debía que hacer unos 50 kms con una altimetría de 800 mts y con mucho sol así que me fuí con harta agua. Tenía hasta las 18:00 hrs para hacer así que me tomaría unas cuantas paradas, sobre todo por el calor y viento en contra que de seguro iría acompañándome.
Inca de Oro – Copiapó: Comentar antes de seguir avanzando en este nuevo día que existen muchas otras rutas internas por este lugar, muchas. El tema es que hay que andar con tiempo y bien aperado de agua y comida para ir quedándose tranquilamente en la nada. Lo de las rutas me lo comentó una persona que tengo en Instagram.
Prosigo. Tuve que hacer malabares con la carpa para ordenarla y meterla en el bolso. El viento de temprano no dió tregua a este pobre aventurero. Tomar té también fue una hazaña. Ya con toda la rutina de la mañana lista, me preparaba para seguir el rumbo. Por un tema de termino de vacaciones debía llegar a Copiapó, me separaban unos 98 kms que hice muy fácil porque era en su gran mayoría bajada.
Lo malo: pedaleando saqué mi celular, como siempre lo hago, del bolsito donde guardo mis documentos y el teléfono, y este se me cae… resultado, se me trizó parte de la pantalla. Me quedé sin las aplicaciones y sin internet pero por lo menos tenía lo que me importaba, la cámara para sacar fotos a los paisajes.
Antes de llegar a Copiapó pensé: «próximo viaje tengo ganas de recorrer la zona cordillerana de la Región de Atacama, pero será para la otra». Ahora iba llegando al cierre de esta aventura.
Llegué a eso de las 14:00 hrs a la plaza de armas de la ciudad, a un pasto muy verde. Me preparé lo que me quedaba de lentejas junto a unos perros que esperaban que cayera algo de mi alimento. Ahora éstos ya no eran «salvajes», eran citadinos y no temía por otro mordisco; como me quería también bañar, me fuí a buscar alguna hostal barata. No habían muchas opciones por pocos morlacos pero apareció una, de una pieza, en un cité de colombianos: 8 mil pesos chilenos con agua caliente. No estaba malo.
Luego instalarme y darme un baño (lo necesitaba luego de solo andar lavándome con toallitas húmedas) salí a caminar por la ciudad, no tenía acceso a internet así que mejor, andaba más tranquilo y no pendiente de estar metido en redes sociales, de igual forma me tenía que reportar a quienes me esperan siempre.
Último día, Copiapó: La noche anterior no dormí bien, los vecinos/as gritaron toda la noche, estaban de fiesta. Era fin de semana. Salí a tomar desayuno a la plaza de armas. Mencionar que por ser ciudad, y como en todas las ciudades, hay que tener cuidado. En esta ocasión tuve el encuentro de 3 situaciones: la primera un muchacho que al parecer, tenías ganas de revisar mis bolsos. Lo paré como buen callejero y se viró. Luego unas jóvenes que se me sentaron una a cada lado con alguna intención. Les pedí que se retiraran ya que estaba tomando desayuno y quería estar piola…
Tenía bus a las 22:00 hrs así que a las 20:00 hrs más menos me despedí con un fuerte abrazo de ellos y nos dijimos «buena ruta» un clásico pa´ los que callejean la vida. En el terminal me tocó desarmar la bicicleta y comenzar a ordenar para subir al bus. Sería.
Antes de terminar, les dejo algunas sugerencias por si quiere hacer esta linda ruta:
-Agua, mucha agua. Unos 4 lts.
-Bloqueador solar.
-Mucho cuidado con los perritos salvajes, el humano es el culpable que estén en esa condición, no ellos. Mejor ni acercarse y tener respeto pero no miedo.
-Un sombrero de explotador o legionario le ira muy bien.
-Uso de tricota si desea. En mi caso no las encuentro necesarias pero si siempre ando con ropa liviana y de material dryfit. Se suda harto.
-Toallitas húmedas para bañarse, no siempre habrá agua.
…TO BE CONTINUED…
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